Alberto Savinio, se llamaba en realidad Andrea di Chirico (hermano de el famoso Giorgio) y también era pintor y músico. Savinio reivindica la cultura del comentario, como Charles Du Bos reivindicaba la del fragmento. Ambos son precursores del posmodernismo que nos aqueja y sin embargo tienen razón: todo ha sido dicho, no somos más que el comentario del comentario, estamos obligados a saltar de un tema a otro, y esta ingente tarea quizás represente la esencia de nuestra cultura occidental y de nuestra forma de vivir y de pensar.
Esto es lo que opina Savinio. Esta pluralidad le hace confiar en el fin de los totalitarismos porque, como Eugenio d’Ors, está convencido de que el exabrupto, personificado para él por el fascismo italiano, (régimen bajo el que le tocó vivir) se combate con la ironía, que a su vez considera personificada por el espíritu europeo y por él mismo, que la ejerce con gran acierto. Savinio se pretende un hombre del Renacimiento y un presocrático. Sospecha de los santos y de Sócrates, abomina de la leyenda del meridional alegre, bullicioso y gestero y reivindica el clasicismo, el sentido del equilibrio y la armonía en las formas y en la expresión. Por eso le repugna la retórica, de la que dice que “infla los conceptos, los redondea, cercena sus brazos y sus piernas, les corta los mangos y las asas y así los conceptos se hacen inmóviles, embarazosos, obstaculizadores y tapan el horizonte”. El ardor de un pueblo –cree Savinio- ha de estar condensado en el contenido, mientras que el continente ha de ser sobrio, casi gélido. Le exaspera la estupidez erudita, de una manera que recuerda la de Musil y Flaubert y, como ellos, contraataca con su propia erudición aun a riego de cometer el mismo pecado que pretenden erradicar. Por eso escribe una enciclopedia para su uso personal, titulada “La nueva Enciclopedia”. Esta es, a grandes rasgos, su “filosofía”:
Europa no es un concepto geográfico, es una idea que se ha ido desplegando de oriente a occidente porque al europeo le gusta el ocaso, la noche, mientras que el asiático es solar (Baroja dice cosas parecidas). Esa idea -que es Europa- se basa en conceptos de diversidad y multiplicidad. En ese desplegarse, en ese desparramarse de Europa, "la idea" ha llegado a los cinco continentes porque es exportable y, además, contagiosa. Estas y otras teorías las desarrolla también en su libro “El destino de Europa”, que escribe cuando todavía la Segunda Guerra Mundial no ha terminado, lo que demuestra que un optimista es un escéptico esperanzado.Esos libros, junto al titulado “Maupassant y el otro”, (una personalísima visión del esquizoide discípulo favorito de Flaubert) y unos cuantos más (que recuerde, “Contad, hombres, vuestra historia” y “Nuestra alma”) están traducidos al español desde hace tiempo y pueden, si no encontrarse, al menos encargarse, en librerías. O leerse en alguna biblioteca.
Comentarios