Para Julian Symons, escritor inglés de novelas de misterio y crítico literario –autor de una “Historia del relato policíaco”- hay una gran diferencia entre el relato de detectives (o policíaco) y el de crímenes, más conocido por “thriller” o novela negra, según el término acuñado por los franceses desde que André Gide, director de Gallimard por aquel entonces, se fijara con admiración y respeto muy comprensibles en escritores como Dashiell Hammet y Raymond Chandler. Georges Duhamel, también novelista, fue el encargado de dirigir la famosa “Série noire” de la editorial francesa. En español fueron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares quienes, ampliando sus intereses hacia las dos vertientes –la policíaca y la criminal- se encargaron de publicar una colección titulada “El séptimo círculo” en la editorial Emecé. Con posterioridad, Alianza Editorial publicó años después unas “Selecciones del séptimo círculo” que recogía los mejores títulos de la colección original.
Georges Orwell, el santo patrón del año 1984, hace un paralelismo entre la novela de criminales “antiguo régimen”, personificada por Raffles y la del “nuevo criminal”, a la americana, de James Hadley Chase de quien analiza la novela “No hay orquídeas para Miss Blandish” (titulada en español “El secuestro de Miss Blandish", editorial Anagrama). Esta novela fue escrita en los años treinta, en pleno auge de los fascismos. Orwell, a quien preocupaba, con razón, el ascenso del totalitarismo, y que en el fondo era un moralista acendrado, veía en la novela de Chase una peligrosa desviación, una perversión y una degeneración del género de novelas de crímenes y de sus normas éticas.
Como síntomas de esta desviación Orwell destaca la exaltación de los más bajos instintos del ser humano, personificado en un criminal abyecto, la exaltación del sadismo, del amor al éxito, la adoración hacia el poder en todas sus formas. Para él todas estas inclinaciones son signos inequívocos de fascismo. A la vileza de esos asesinos que matan por placer y a la vileza de los policías corruptos, tan abyectos como el propio criminal, Orwell contrapone el código del honor del ladrón convencional tipo Raffles o Arsène Lupin, ladrones de guante blanco, que roban casi como un reto intelectual, con un sentido deportivo, movidos por “el más difícil todavía” de los escaladores de montañas. Y los policías que les persiguen son detectives honestos, vigilantes, incorruptibles y, sobre todo,unos racionalistas a ultranza a quienes les interesa más resolver el enigma que plantea el crimen que capturar o castigar al criminal. Hay otra cosa que le parece sumamente alarmante: Chase es inglés pero escribe como un americano. Lo hace bien, admite, pero eso, según él, es doblemente peligroso porque lo que escribe es espeluznante y moralmente indefendible.
Orwell creía que este nuevo tipo de novela “a la americana” acabaría con la novela clásica de detectives, pero se equivocó porque ambas siguieron distintos derroteros aunque algunos autores elaboraron una especie de género sincrético (Patricia Highsmith) que ha tenido una gran fortuna. La novela de detectives sigue teniendo, sobre todo en el ámbito anglosajón, múltiples cultivadores que todavía respetan los códigos fijados por el “Detection club”, pienso por ejemplo en Ellis y su monje detective. A este club pertenecían, entre otros, Chesterton, Dorothy Sayers, Art Freeman y Agatha Christie. Sus reglas eran muy estrictas y se pueden resumir en una: el crimen sólo es el medio que justifica el fin, y el fin no es otro que la investigación y la resolución del enigma. Entre los máximos exponentes de la novela negra figuran los ya citados Chandler, Hammet y Chase, pero también Jim Thompson, Chester Himes, Horace MacCoy, James Cain (el autor de “El cartero llama dos veces”) Nicholas Blake (“La bestia debe morir”) y un largo y sugerente etcétera, diga lo que diga mi por otra parte admiradísimo Orwell.
Desde luego el género no ha dejado indiferente a los intelectuales, la prueba es que Freud leía con delectación a Dorothy Sayers y el gran Auden no dudó en dedicar penetrantes páginas de crítica a la novela detectivesca revelando su función mágica. Según él, su simbolismo va referido al contexto más amplio de la búsqueda del Santo Grial. Por su parte MacLuhan considera que la literatura policíaca es una profilaxis contra la cólera. Afortunadamente, Walter Benjamin nos tranquiliza al afirmar que las novelas policíacas son excelentes para los viajes en tren.
Estas novelas, que he leído siempre con sumo placer, me han producido a veces, en una segunda lectura, bastante insatisfacción. Creo entender la razón. La escritora francesa Marthe Robert distingue entre las novelas consideradas como “buenas”, en las que la descripción de los objetos materiales nunca llega a representarse plásticamente ante el lector ni, por supuesto, a suscitar reacciones físicas y aquellas otras, a las que llamaremos para entendernos “malas”, en las que parece que su objetivo consistiera precisamente en meternos por los ojos cuanto ahí se describe. Esto último ocurre, con mayor frecuencia, en las novelas de aventuras, en la novela negra y en las eróticas. Quizás por ello quedan mejor en cine, mientras que las “buenas” son siempre un escollo para el cineasta.
Querida Julia,
Quisiera agradecerle las hermosas y sentidas palabras escritas en ocasión del cese de lateral. Me reconforta saber que hemos tenido lectores y lecturas así. Me encantaría platicar con usted. Viajo con cierta regularidad a Madrid.
Le felicito por su página web.
Un saludo afectuoso,
Mihály
Publicado por: Mihály Dés | 23/02/06 en 9:41