¡Qué semanita! De no parar. Cuando no presentaba uno, conferenciaba otro. Lo dijo D’Ors (don Eugenio): «En Madrid, y en saison o la das o te la dan». Yo no hago sino recibir para después contárselo a ustedes. Es el lado generoso del periodista. Como no puedo ir a todo, me tengo que fiar de lo que me cuentan esos amigos puretas que están en la pomada, te largan unas monstruosidades de a quilo y luego te dicen lo de: «si me preguntan negaré que lo he dicho». Por ejemplo, cierta persona cuyo nombre negaré que me ha dicho, me cuenta que los entrañables poetas Valente, Segovia y Gamoneda estuvieron sensacionales en su papel de «los tres tenores». Era un ciclo sobre filosofía, poesía, creación y nuevas tecnologías o algo así de sofisticado que se celebró en el Círculo de Lectores. Menos Segovia, que al parecer sabe un montón de ordenadores, los otros predicaron cosas de esas que sólo se pueden escribir a mano, en particular Valente. Su mujer, Coral, se ha hecho pintora (vocación ciertamente tardía) y por si no lo saben expone sus retratos, cuerpos e iluminaciones en el Círculo de Bellas Artes. ¡Lo tiene difícil!
Por cierto, este centro, modélico en su género, se ha convertido en un verdadero emporio cultural. Lo mismo presentan un humilde libro de poesía con cuatro gatos y el autor, que varias e imprescindibles contribuciones a la fenomenología del espíritu en las que participan políticos, actores, editores, periodistas, Canal Plus e incluso el autor, al tiempo que –todo esto en el mismo día– artistas consagrados de todo el mundo, como Coral que tiene estudio en París, exponen sus pinturas y se celebran varias exposiciones monográficas. Esta semana, la versátil casa estaba de fiesta. Su tradicional Semana del Libro, que coincide siempre con el día del Libro de toda la vida, se ha adelantado un pelín para no interferir en la Semana Santa. La librería Crisol (Grupo Prisa) ha montado un tenderete en la calle con descuentos y gran despliegue de los llamados libros útiles, o sea de esos que uno no sabe que hacer con ellos una vez apuntada la receta. Pero lo importante pasaba dentro.
Por ejemplo, había actos muy interesantes en torno a María Zambrano y Maria Moliner, dos de nuestras principales «genias», autora la última del imprescindible y todavía no superado Diccionario etimológico de la Lengua Española, publicado por la editorial Gredos y más conocido en el gremio por «el María Moliner». Permítanme expresarles una perplejidad: no entiendo por qué los aragoneses solapan el centenario de Moliner con el de Buñuel. No pueden ser más diferentes, luego compatibles. Buñuel era un desmoralizador, un destructor, y doña María un «héroe» de esos a los que se refería Juan Ramón Jiménez en Españoles de tres mundos. Buñuel, jaleado por el izquierdismo más pazguato, se vengaba de España en sus películas y en sus desdeñosas e irritantes memorias, mientras ella, a quien no faltaban razones para estar descontenta con el régimen político que le tocó soportar, desde su mesa camilla de ama de casa pluriempleada (¡con qué desprecio la ha descalificado por eso más de un filólogo incapaz de terminar una sencilla edición anotada!), tejía con paciencia de araña sabia la urdimbre de esa lengua española que hoy, gracias a mujeres como ella, está más fuerte y tupida que nunca. Perdonen la parrafada pero a veces hay que ponerse seria.
Volviendo a lo que les contaba, también había en el CBA una exposición estupenda sobre la radio, pero el plato fuerte era la lectura pública de El Quijote, que ya va por su cuarta edición. Aunque el propósito original es el de acercar el texto de Cervantes al pueblo, incitando a éste a que lo lea en público –ya desde la segunda edición– se ha convertido en una especie de escaparate de gente importante a la que dan cita mientras que los de a pie tenemos que sentarnos a esperar que nos cuelen delante de algún personaje de tercerilla. Yo me limité a escuchar y comprobé que cuanto más alto era el nivel oficial más baja era la dicción. ¡Y no digamos los actores! Acostumbrados al exabrupto apenas podían con la gramática.
En la segunda planta, entre los inconfundibles gorilas (inconfundibles por los cables que les cuelgan de las orejas) se celebraba la Junta General de Accionistas del Grupo Prisa, es decir de la casa. Tuve tanta suerte que mientras bajaba por la impresionante escalera de mármol pude ver a los fieles poniéndose como el quico con el rico canapé. En la calle un grupo de trabajadores de Sogecable y Canal Satélite Digital tronaba contra ellos enarbolando mucha pancarta. Una jovencita, muy excitada les decía a sus compañeros de lucha: «¡He puesto una pegatina en el coche de Polanco!» ¡Ahí es nada! No piensen que la oferta cultural madrileña terminó ahí. Por la tarde dos apuestas arriesgadas. La primera se presentaba en la FNAC. Se trataba de Diego Pita, un joven primerizo que publica en Alba Editorial, en cuyo catálogo se codeará con Melville, Oblómov, la Mansfield y otros portentos. Diego Pita es hijo de Soledad Puértolas. El chico, para que no digan que juega con ventaja, tiene la consideración de omitir su segundo apellido. La novela, se titula He perdido los veranos y la presentó mi tocaya Clara Sánchez. La madre del autor leyó extractos de la obra, que espero no sea autobiográfica. Desgraciadamente no pude asistir a la segunda apuesta de la noche: la presentación en el Hotel Ritz de la novela (no sé si se habrán equivocado pero eso pone en la invitación) de Ana Rosa Quintana, titulada Sabor a hiel además oficiaba Ana Botella. Una pena habérmelo perdido pero es que podré ser inicua pero no ubicua. Clara de Luna