Nunca estuvo España más valleinclanesca ni más goyesca que durante estas dos últimas semanas. Mientras Pinochet permanecía inmovilizado en la habitación de una clínica londinense por obra del juez Garzón, que no quiere que el «tirano banderas» pague sus culpas en el otro mundo, sino en éste, la casa de Alba se vestía de grana y oro con corona ducal para protagonizar una alianza que mucho les hubiera gustado presenciar a Valle Inclán y a Goya.
Las bodas entre un torero y una aristócrata –antaño inconcebibles- son hoy el apogeo de la democracia. Lejos, muy lejos, quedan los tiempos en que los amores de los toreros y las duquesas alimentaban el último reducto de la imaginación romántica. La actual duquesa ya rompió el fuego al contraer segundas nupcias con un famoso editor que introdujo en España a la Escuela de Frankfurt.
Como si el destino quisiera demostrar que no está regido por el azar, a pesar de que Paquirri hijo no estudió en esa escuela ni publicó en Taurus tiene, siendo torero, algo que ver con ese sello editorial, aunque sea en el plano de lo simbólico. Mal asunto para los antitaurinos pues por cosas así retrocede cien años nuestra causa.
Entre Pinochet y los Alba, en España ha dejado una vez más de ponerse el sol. Los «medios», desatados, han reproducido desde todos los ángulos posibles las desagradables facciones del primero y la pintoresca boda de los segundos. Pintoresca por barroca y, todo hay que decirlo, vulgar.
Sobre la penosa obligación de la peineta que convierte a las mujeres en un aspersor con mantilla, algunas invitadas aplicaron al pie de la letra aquello de que «lo cursi arropa», sentencia española corroborada por otra japonesa que dice que «el refinamiento es frío». Ambas, desde sus diferentes orígenes, se complementan de forma admirable y manifiestan la impecable coherencia del pensamiento universal.
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