Revista de Occidente, febrero de 1992
En una ciudad de provincias una joven casada, con la cabeza tan llena de novelas de amor como la de Don Quijote de novelas de caballería, se aburre. Emma Bovary no sabe cómo saciar su pavorosa sed de infinito.
San Gustavo Flaubert, reza por nosotros.
En París un joven indolente, con su caleidoscopio interior juega a recomponer un mundo fragmentado en ruidos, olores y sabores cuya fragancia y ecos nadie ha conseguido superar todavía.
San Marcel Proust, ruega por nosotros.
Rodeada de una espesa niebla en la que los caballos andan a ciegas, apenas vislumbrables ellos mismos a la rala luz de las farolas, Londres se nos presenta como un inmenso desierto poblado. El Sr. Pickwick, en una diligencia explora el otro lado de la luna lo que le hace pasear sonriente por este lado de la vida.
San Carlos Dickens, ruega por nosotros.
Volver a casa sin haber hecho nada es una ardua labor para un hombre que sueña. Dublin es un laberinto enmarañado con las salidas señaladas, que Leopold Blum conoce y utiliza.
San James Joyce, ruega por nosotros.
En la estación de San Pertersburgo, ajetreada, llena de ruidos y de frío, un pobre desgraciado es arrollado por un tren. En la confusión del momento, una vez más Cupido se equivoca y Ana Karénina se enamora de un hombre muy inferior a ella.
Padrecito Tolstoi, ruega por nosotros.
Enfrente del sanatorio del Rosario, en Madrid, el canto inoportuno de un jilguero se eleva hasta el quinto piso de una casa de la calle Padilla. Un hombre, ojos oscuros hundidos en las órbitas profundísimas, rostro y cuerpo enjutos, retraído, se irrita: "¿Quién es ese que dice tan mal lo que yo pienso?"
Fray Juan Ramón Jiménez, ruega por nosotros.
Cómo llueve en Galicia, qué lúgubres sones emiten las campanas al atardecer. Muertos que huyen, sombras que juegan a burlar su sombra, rezos, susurros. Todo flota, se escurre, se desliza, en la atmósfera algodonosa y triste de ese país de náufragos encantados.
Santa Rosalía de Castro, ruega por nosotros.
Mujeres bravas tuercen el gesto con el tacón. Viejas de manos asarmentadas llevan la sopa al niño chulo y refunfuñón. Ropa tendida en el balcón, donde residen la chica guapa y el usurero sin corazón. El calzonazos pide perdón a la tarasca, muy floreada y agasajada en el mantón.
No nos olvides, bueno y bendito Pérez Galdós.
Café e incienso, burlas y veras, todo es motivo para jugar. Madrid en invierno, lloran y ríen, vienen y van, brujas, mendigos, reyes castizos. Ruido y jarana. ¿No hay nada en casa para cenar?
Lo siento mucho estoy leyendo a Don Ramón María del Valle Inclán.
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