El otro día, al presentar su política cultural, Mariano Rajoy dijo dos cosas que me parecieron interesantes. La primera es que política y cultura son términos opuestos y la segunda que, para la cultura, el Estado es un mal necesario. Es curioso que ambas afirmaciones las hiciera, por así decirlo, fuera deldiscurso. Tal vez por eso han dado poco que hablar.
Por supuesto, ninguna de las dos es una boutade sino que, con ellas, resumía lo que había estado exponiendo durante treinta minutos. Con la primera se refería al dirigismo cultural de los regímenes totalitarios. No los calificó exactamente así, pero para mí quedó claro. Una política de privilegios y, por tanto, de exclusiones, con las que ni se hace cultura, ni se hace nada.
Durante el franquismo la cultura estaba dirigida, en parte, por el Estado y eso creo hábitos y mañas que se prolongaron durante mucho tiempo en democracia. La política de subvenciones directas que hemos conocido durante tantos años, muy del gusto de la izquierda, tal vez no paraliza las mentes pero desde luego paraliza a la sociedad civil, que es la que debe tomar cartas en este asunto.
Al estado le toca regular, crear el marco jurídico e institucional al que hay que plegarse y de ahí que sea un mal necesario. Una política cultural eficaz no puede ser una política ambiciosa y a quienes hay que promocionar no es a los individuos, escritores y creadores, sino a las industrias que generan
sus actividades.
Al explicar este extremo, es curioso que Rajoy pusiera el ejemplo de la industria editorial. Al Estado, dijo, no le toca editar libros (lo hacen, por cierto, muchos gobiernos autonómicos) sino fomentar la lectura, incrementar la red de bibliotecas públicas y “establecer el marco propicio para que la industria editorial se desenvuelva con vigor”.
Está por ver si dicha industria es capaz de crear por sí sola, y sin dineros del Estado, una colección de obras completas y de clásicos españoles y universales como las que existen en el resto de los países civilizados.
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