Libros (15/06/2006), palabras, palabras
Palabras, palabras, palabras
Por Julia Escobar
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Cuando Santiago de Mora-Figueroa, marqués de Tamarón, decidió hacer una nueva edición del Guirigay nacional que publicó en 1981, a su regreso a la patria tras 14 años de ausencia, hubo de actualizarlo: no en vano, habían pasado casi 20 años.
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Aunque se había producido una esperable evolución en los hábitos lingüísticos, Tamarón se encontró con que en esa "peculiar jerga politiquera y gacetillera" había pocas novedades importantes, y que las cosas iban "tranquilamente a peor con la misma mezcla de imprecisión y cursilería". El incremento de los eufemismos políticos, la creación de ciertas nociones, como la de "talante" y otras similares, no ha venido, según Tamarón, a variar sustancialmente el panorama, ya de por sí desolador, que refleja en sus antiguas crónicas de la primera edición de esta obra, donde se recogían sus artículos lingüísticos, aparecidos en el ABC desde abril de 1985 hasta enero de 1988.
Desde este punto de vista, el autor tiene toda la razón del mundo, pero estoy convencida de que su afirmación sería muy otra de haber tenido en cuenta que en esos dieciocho años se ha producido uno de los factores más perturbadores del lenguaje y de la comunicación de los últimos tiempos. Me refiero a Internet, universo que Tamarón no contempla en este libro, sin duda deliberadamente. La distorsión que ha producido en el citado panorama lingüístico es tal, que dudo de que este zahorí del lenguaje pudiera aplicar para comentarla el mismo método que utiliza para analizar los solecismos, cateterías y cursilerías que con tanto ingenio detecta.
Su campo de estudio, que diría un sociólogo, se refiere, pues, a la lengua escrita y hablada de la clase intelectual y política, y sus apreciaciones al respecto van más allá de la mera y más que justificada crítica filológica. Algunos de los artículos son realmente antológicos, y convierten este libro en una de las mejores aportaciones a la historia de la estupidez humana, digna de codearse con el
Tontario de Flaubert (autor al que cita en más de una ocasión ) o con algunos escritos de Alberto Savinio, Robert Musil, Cipolla, etc.
Aunque este guirigay no tiene desperdicio, recomiendo en particular los artículos dedicados a la concesión de premios: "Premios de 1985" y "Premios de 1986", "Tontos en varios idiomas" o "El tonto español". En ellos Tamarón derrocha ese ingenio que ya le está haciendo famoso, perdón, que está haciendo famoso al programa de Fernando Sánchez Dragó en Telemadrid (Las noches blancas).
Sirvan estos botones de muestra: Premio Papel de Fumar al eufemismo político, otorgado a Miguel Roca por su frase: "El sector público está sobredimensionado y debe resituarse". Premio Municipal y Espeso de prosa administrativa al Ayuntamiento de Sevilla, que "tiene como fin resolver problemas producidos por angosturas puntuales en articulaciones estratégicas del viario, ocasionando puntos de conflicto que reducen la eficacia del funcionamiento capilar del tejido"; o sea, explica Tamarón, para evitar atascos. Nos recuerda aquello de "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa" que ridiculizó Antonio Machado. Premio Príapo Pétreo a la precisión exquisita. Premio Dr. Mengele al ojo clínico: "Un video de Andrei Sajarov muestra la salud del académico a punto de deteriorarse", encontrado en un periódico. Y así muchos más.
Moraleja: las palabras nunca son inocentes, y la escritura automática no sólo la practican los surrealistas.
Marqués de Tamarón: El guirigay nacional. Ensayos sobre el habla de hoy. Áltera, 2006; 269 páginas. Prólogo de Amando de Miguel.
Libros (16/04/2006) ¡Vaya corresponsales!
Libros (11/05/200) Reunión de Bachilleres. Historia de una culpa juvenil La historia literaria decanta los perfiles de cada cual y hace extraños compañeros de cama. Por ejemplo, Werfel (nacido en Praga en 1890 y muerto en EEUU en 1945), que fue un pope en la Viena de su día, que hacía y deshacía reputaciones de escritores –se le consideraba un cazatalentos–, es ahora considerado un escritor revelación, y desde luego un escritor menor. Y en medio de tanto genio, tal vez realmente lo fuera. Esa era al menos la opinión de Kraus, y desde luego de Elías Canetti. Este último le dedica desdeñosos comentarios en sus memorias. Werfel era "el último trofeo" de Alma Mahler, llamada por Canetti "la Viuda", por la cantidad de maridos famosos que iba dejando en el camino, o la "viuda del arte", como la llamaba Tom Wolfe, creo que en La palabra pintada; y trató de hundir la carrera del joven Canetti, locamente enamorado de Anna Mahler, la hija mayor de Alma y del célebre músico. No lo hizo por pura maldad sino, de creer a Canetti, por puro despotismo literario, no exento de cierto esnobismo. El triunfo de los nazis pilla a Werfel y a Alma en Capri, y la pareja no regresa a Viena. Se marchan a París, de donde también tienen que huir. Atraviesan los Pirineos y, desde Lisboa, llegan a los Estados Unidos, donde Werfel terminaría sus días poco después. Franz Werfel era muy estimado como poeta y dramaturgo, pero también escribió algunas novelas, entre las que destaca de manera singular esta Reunión de bachilleres. El planteamiento no puede ser más sencillo ni más universal. Una promoción de estudiantes se reúne 25 años después de terminar sus estudios de bachillerato. Unos han triunfado, otros menos. También los hay que han muerto en la guerra del 14-18 (estamos en 1927), y otros que simplemente no aparecen. Como ocurre en estos casos, casi todos van a regañadientes. Ahí se van a reproducir los mismos agrupamientos por clase social y las mismas complicidades que en las aulas. Para rematarlo, llevan a un viejo profesor de Historia que ni les reconoce y que sólo recuerda a uno de los ausentes, el más brillante de la clase, que se echó a perder en el último tramo de sus estudios y cuyo recuerdo pesará sobre todos como una losa. En particular sobre el narrador de la historia, un juez instructor que cree haberle visto como inculpado de un crimen en su juzgado aquella misma mañana. Esta sospecha se vuelve certeza en la vigilia atormentada del juez, que tras la cena no ha podido dejar de dar vueltas al pasado. Por su mente pasan las escenas de su juventud crapulenta, los novillos escolares, las borracheras y la degradación a la que consigue arrastrar, precisamente, a ese joven tan singular, prometedor y brillante que no tiene la suficiente fuerza moral para resistirse a su acoso y se precipita a un abismo del que no se consigue salvar, cosa que sí consiguen los otros. Porque lo que se narra en esta novela, subtitulada 'Historia de una culpa juvenil', es precisamente lo que ahora conocemos por acoso escolar, agravado por la falta de sensibilidad existente en la época ante un problema que no es precisamente de ahora. La recreación del ambiente escolar, la crueldad de la juventud y la ceguera de los mayores es agigantada por determinados trazos expresionistas de la prosa del autor, lo que causa un vivísimo impacto. El arrepentimiento del juez y las escenas de culpa e imposible perdón tienen, además, tintes casi dostoievskanos. Un libro incisivo y ciertamente actual, bastante más cercano a Canetti de lo que éste hubiera deseado que recordáramos. Franz Werfel: Reunión de bachilleres. Historia de una culpa juvenil. Minúscula, 2005; 207 páginas. Traducción de Eugenio Bou.
Libros (23/02/2006) José Jiménez Lozano: "La gallina que combatió en Lepanto"
La gallina que combatió en Lepanto
Por Julia Escobar
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En un lugar de La Mancha llamado Esquivias, el Licenciado Palacios, tío de la joven Catalina de Salazar y Palacios, ha encontrado el retiro adecuado para su carrera de gramático. Su más íntimo amigo es un hidalgo entrado en años, de nombre Quijada de la Torre, gran lector, hombre de armas y de letras con el que se entretiene de unas y de otras.
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El Licenciado tuvo en una ocasión en su corral una gallina dorada y repompolluda que comieron por error sus familiares, y era capricho suyo sustituirla por ciertas gallinas constantinopolitanas, de origen bizantino, tan hermosas y sabias que, entre otras virtudes, cacareaban en griego, y en vez de carcaponer decían jaire, como los gallos; en vez de quiquiriquí decían eureka.
Mas no era fácil dar con ellas. Gracias a sus contactos con la curia romana, y a los servicios de un soldado de Flandes, el Licenciado consigue hacerse con un ejemplar único de esa especie única, gallina que había sido la favorita de la esposa favorita del Sultán de Constantinopla, y su intención era regalársela cuando se casara a su sobrina Catalina, la cual acababa de quedarse huérfana y un poco como a su cuidado.
Por uno de esos azares que entreteje el Destino, la fementida gallina hizo la travesía en pleno fragor del combate naval de Lepanto, y sus huevos, aderezados en tortilla, salvaron la vida de un febril soldado español que componía versos y que, entonado por ese milagroso refrigerio, recuperó la salud pero perdió el uso del brazo izquierdo, tras luchar denodadamente contra el turco. Dicho soldado acabaría recalando en Esquivias y convirtiéndose en el pretendiente y futuro marido de la sobrina del Licenciado.
A estas alturas habrán adivinado que estamos hablando de Cervantes, que doña Catalina es la mujer con la que contraería un matrimonio abocado al fracaso, que el personaje de Quijada es el modelo apócrifo de Don Quijote y que las gallinas van a servir de humorístico telón de fondo de una historia cargada de melancolía y reconcomios: la vida de don Miguel de Cervantes Saavedra.
El indudable protagonismo de las gallinas, símbolo de llaneza y de domesticidad, introduce un matiz marcadamente iconoclasta que no se compadece con las solemnidades que pudieran desprenderse de la importancia histórica de los personajes, ni de los principales ni de aquellos a los que Jiménez Lozano enreda en esta "muy verdadera historia", como puedan ser Teresa de Jesús o El Greco.
Por último, creo que es importante aclarar que esta novela, en contra de lo que pudiera parecer, no tiene nada que ver con la celebración del IV Centenario de la publicación del Quijote, si no es la oportunidad de su fecha de aparición. Es evidente que se podría haber publicado en cualquier otro momento, cosa que no puede decirse de mucha de la literatura producida en torno al Quijote y a Cervantes a lo largo del pasado año. Dudo además que haya sido escrita con ese propósito. No es un pastiche al uso, como alguna novela que pretende continuar la de Cervantes, ni un trabajo de ocasión; es, simplemente, una novela más de este escritor, ante la cual ninguno de sus lectores habituales va a sentir extrañamiento alguno, pues ni la época ha sido ajena a su prosa en el pasado ni tampoco el estilo, que, por mucho que se adecue a los tiempos narrados, no se aleja demasiado del que emplea en menesteres más contemporáneos.
Ya trate de Cervantes, o de Jonás, o de Fray Luis, la prosa de Jiménez Lozano no se pone nunca "estupenda", porque procede directamente del legado natural de nuestra lengua, de lo que la poetisa Anna Ajmátova llamaba, para la suya rusa, la "poesía materna".
José Jiménez Lozano: Las gallinas del Licenciado. Seix Barral, 2005; 186 páginas.