Cuando una cosa, en principio útil, se ve amenazada, como ocurre ahora con la Constitución del 78, cobra de pronto para mí una importancia que, antes, distaba mucho de tener. No porque la despreciara, en absoluto, sino porque en épocas de paz, o de aburrimiento político, suelo olvidarme de "los eventos que acontecen en la rúa" para ensimismarme en la literatura, propia y ajena. De unos años acá, concretamente desde el 11 de septiembre de 2001, estoy en un ay, y he caído en leer con suma atención las secciones de internacional y opinión, de las que pasaba olímpicamente hasta entonces cuando leía los periódicos. La prueba de que yo no me tomaba en serio esas cosas fue un cuento que escribí hacia 1983 para celebrar la conmemoración de ese día constitutivo y que titulé “Nuestra Señora de la Constitución”. Lo he mencionado en alguna ocasión en Libertad Digital (¡Viva la Nicolasa!) a propósito de una luminosa, pero no menos peregrina propuesta de Aquilino Duque. En mi cuento, que nadie quiso publicar y que lamentablemente he perdido, Gregorio Peces Barba se paseaba por los montes del Pardo, tal día como hoy, e igual de radiante, cuando se le apareció la Virgen, con gran aparato premonitorio cuyos detalles les ahorro, para transmitirle el sagrado texto con la obligación de conmemorar para siempre esa día, un poco como cuenta Jacobo de la Vorágine en su Leyenda dorada (Alianza Editorial) que ocurrió en tiempos de Guillermo el Conquistador, cuando éste envió a Dacia al abad del monasterio de Ramesey para evitar la amenaza de una invasión por parte de los dacios. Cumplida la misión, volvían a Inglaterra él y sus hombres, y de pronto estalló una pavorosa tempestad. El abad, ni corto ni perezoso se encomendó a la Bienaventurada Virgen María, la cual envió un propio para salvarle, con una condición: que proclamara su Inmaculada Concepción por todo el orbe cristiano y que todos los 8 de diciembre se celebrara una fiesta conmemorativa. Hay otras teorías sobre el origen de esa festividad, narradas fielmente en el capítulo titulado "La concepción de la bienaventurada Virgen María", en esa obra de la que les hablo, pero de todas, la inglesa es la que más me gusta, por encima incluso de aquella que se la atribuye a un arzobispo español del siglo VIII, concretamente a San Ildefonso. Pero tampoco está muy claro, y entre doctores melifluos y angélicos la cosa tardó en implantarse. Pues con el dogma de Nuestra Señora de la Constitución está pasando algo parecido. Adivinanza: ¿Quiénes son los melifluos en esta nueva batalla ontológica, quienes los angélicos?
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El tal Javier se apellida Rey de Sola. Y a mí que me parece que Rajoy encarna el verdadero progresismo...
Publicado por: javier | 07/12/2005 en 21:47
Sí, refugiarse en una torre de marfil puede ser una manera de huir de la realidad o falta de coraje para afrontarla: suele derivar en onanismo. Para que el amigo Javier de ignoto apellido tenga algo de información suplementaria, le copio el final de la columna de hoy de mi amigo Justo Serna, profesor de historia contemporánea y escritor, recomendándole que si puede la lea entera, está colgada en la red:
"En su discurso en la Puerta del Sol en defensa de la Constitución (de 1978) decía Mariano Rajoy que “nosotros no vivimos mirando hacia atrás. No escarbamos en el pasado ni para dividir a los españoles ni para desenterrar ejecutorias de privilegios. No hablamos el lenguaje antiguo de los derechos históricos, las soberanías medievales o los pueblos irredentos”. Está bien que se empleen esas palabras. Ya sé, ya sé que ése fue un acto de partido y que, como tal, resulta extraño, inaudito, que una sola organización política reivindique así, aparatosamente, la permanencia de la Carta Magna, texto legal que estaría en supuesto peligro. Pero permítanme celebrar las palabras de un político tan conservador como Rajoy, pues está bien, está bien que la derecha española hable ese lenguaje, que se desprenda del canovismo que le es tan querido, o del ‘realismo’ del viejo Borbón, o del carlismo con que en ocasiones tontearon sus antepasados, y que postule sin matiz el constitucionalismo. Pero, atención, que no olviden sus actuales representantes que ese lenguaje constitucional es fruto de una revolución histórica que se remonta al siglo XIX y que el pasado de violencias que lo acompaña no es algo tan fácilmente desechable, que no olviden que la Constitución también nace de la sangre y de la destrucción, de la lucha contra los privilegios, que la Constitución no tendrá asiento si una parte de los españoles se apropian de su letra para alarmar a quienes ejercen sus derechos tranquilamente desde hace décadas. Y lo seguiremos haciendo". Adivinanza, ¿quiénes son los melifluos y quiénes los angélicos, don Javier?
Publicado por: Miguel Veyrat | 07/12/2005 en 12:25
¿Por qué se hablará tanto de cambiar la Constitución? Yo no he conocido nunca a nadie, fuera de la esfera político-mediática, que manifestara la necesidad de meterle mano (sic) a sus artículos. Será que uno vive en su torre de marfil...
Publicado por: javier | 07/12/2005 en 09:56
Precioso comentario. Solamente no estoy de acuerdo en que la Constitución esté en peligro. Julia debe seguir leyendo diarios y columnas de política nacional e internacional, pero "todas". En todo caso, siempre se puede enviar a un abad de confianza a la Virgen María para que, conjuntamente, dictaminen "el caso". Verán, verán el resultado...
Publicado por: Miguel Veyrat | 07/12/2005 en 09:25