Mientras estaba en Santander, rememorando a Concha Espina, como ya les anunciaba, se nos murió Julián Marías y alguien comparó el silencio en torno a la figura de la novelista (es casi imposible encontrar ahora nada sobre ella en las historias de la literatura) con el ninguneo sistemático a los méritos del filósofo, y lo atribuimos, casi unánimemente, a consideraciones de índole político. A esos prejuicios que ensalzan a una medianía como Francisco Ayala, porque estuvo en el exilio, y castigan el talento de un intelectual de cuerpo entero como Julián Marías porque se quedó en la España de Franco. Prejuicios harto caprichosos, pues en el caso de doña Concha, es cierto que estuvo en la Falange, si bien por razones mucho más satisfactorias que las que argüía Haro Tegglen para justificar su pasado de adhesión al régimen, y a ella ese "desliz" (ya saben lo que opino al respecto) no se lo perdonan mientras que Haro se convirtió en un icono de la izquierda militante; pero la trayectoria liberal de Marías fue intachable, y mantuvo siempre su independencia frente a cualquier condicionamiento externo. Aún recuerdo aquella polémica entre los familiares de Aranguren y el hijo de Marías, el novelista Javier, al respecto, y si no la conocen y pinchan aquí se van a enterar de lo que vale un peine; scripta manent, en particular en la red, aunque la gente crea lo contrario.
En cuanto al acto sobre doña Concha ya me extenderé con más detenimiento en mi crónica de esta semana para Libertad Digital, que para eso me pagan, servidumbre voluntaria a la que no me puedo permitir el lujo de traicionar con estas “virutas de carpintería”, que diría Antonio Machado. Sobrará alguna más, seguro, que aprovecharé aquí si nadie lo remedia.
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