Tras mi resumen del año -mera enumeración seca y escueta de hechos supuestamente relevantes- me pide Miguel Veyrat que me defina, avanzando mi opinión al respecto. Es precisamente lo que yo pensaba evitar a toda costa. Creía que la misma dosificación de la información aportada (verbigracia: "Muere Guillermo Cabrera Infante. También muere Javier Tussell", o "Muere Ramón Gaya a los 95 años. También muere Eduardo Haro Tegglen" ) era lo suficientemente expresiva para denotar la jerarquía de mis sentimientos hacia esos muertos y su legado. Con esa exhaustiva mención de premios, sin más comentario que su cuantía ¡y por supuesto el nombre de los afortunados, todos famosos casi sin excepción! avalaba mi teoría, tantas veces expresada en mis artículos, de que los premios son operaciones de marketing, con honrosas y escasas excepciones que casi siempre se corresponden con una menor recompensa dineraria. En este mundo de edición sin editores no hay premio inocente, si está bien dotado. Y puedo entenderlo: ningún promotor se arriesga a financiar a un desconocido, incapaz tal vez de cumplir las expectativas (es decir, publicar y publicar sin reparar en la escritura), a no ser que sea lo suficientemente joven como para destrozarlo a gusto. El problema reside en que la edición está, más que nunca, sometida a la tiranía del mercado, en manos de comparsas manejables, sometidos a su vez al poder decisorio de personas casi siempre ajenas al mundo de las ideas y de las formas. Pero ser pesimista es demasiado fácil, porque al tiempo que pasan esas cosas, nunca ha habido tal proliferación de pequeñas editoriales como La Discreta, Ellago, Langre, El Funambulista y muchas más, que están llevando a cabo una labor de recuperación editorial digna del mayor elogio. Durarán lo que dure el entusiasmo y la tenacidad de quienes las han creado, siempre que consigan lectores. Hay algunos ejemplos de pequeños editores consolidados, como Pre-Textos, por mencionar uno que conozco desde sus heroicos principios. Les ha costado tiempo, sudor y sangre, pero ya están afianzados y, curiosamente, ninguno de ellos edita bestsellers. Como decía en este foro Javier Rey de Sola, hay muchos clásicos por leer; y además casi todos necesitan nuevas y mejores traducciones. En cuanto al Quijote y la identidad nacional, prefiero ni mencionarlo. ¡Con la que está cayendo!
Siempre que se habla de leer clásicos, hay alguien que objeta sutilmente, optando por una suerte de escritura "actual". Lo que ahora mismo se publica, en general, carece de interés. Ese puente entre tradición y modernidad se terminará dando, a cargo de los que Sábato denominaba "bárbaros con lanzas ensangrentadas", que irrumpían en el salón donde decadentes "bailaban el minué". En España, ahora mismo, se baila mucho el minué. En cuanto al ambiente político, la identidad nacional y El Quijote, ya está todo dicho y expresado.
Publicado por: javier | 02/01/2006 en 11:04
Pues estoy de acuerdo contigo. ¿Ves como sí se podía hacer una valoración? Nunca hay que dar nada por supuesto. En cuanto a lo de los clásicos, la mejor relación entre tradición y modernidad es siempre un paso adelante, apoyado en ellas. Un abrazo. ¡Ah! Entre las editoriales meritorias no olvides a Calima, que desde Palma de Mallorca prosigue con una política editorial espléndida publicando a poetas españoles y extranjeros, con excelentes traducciones, tanto nuevos como consolidados. Pronto sacará las obras completas de Gottfried Benn traducidas por José Luis Reina Palazón, el gran traductor de las Completas de Celan (Trotta), y al premio Apollinarie francés Jacques Darras.
Publicado por: Miguel Veyrat | 01/01/2006 en 19:03