Ayer, en una mesa redonda sobre Cortázar me enteré de que éste había muerto de SIDA. Él y su segunda mujer, la canadiense Carol Dunlop, fueron unas víctimas más de la sangre contaminada en Francia durante la década de los ochenta. Miles de personas, entre las que figuran algunos extranjeros –incluido cierto político español– resultaron contagiadas por el virus y un porcentaje muy importante acabó muriendo. Al parecer, Cortázar y su mujer habían recibido esa sangre como parte del tratamiento de la enfermedad tropical que habían contraído en Nicaragua. En ambos casos, la enfermedad por la que oficialemnte murieron fue la leucemia.
A mí no me cabe la menor duda de que el escándalo de las transfusiones contaminadas (ya había métodos de detección que las autoridades sanitarias no aplicaron) habría tenido una mayor trascendencia política si el secretismo oficial no hubiera encontrado su mejor aliado en las propias familias. De hecho, a pesar de los juicios y de las condenas, los responsables políticos han salido de rositas y hay muchas razones para suponer que el número de víctimas es mayor que el declarado.
Con el SIDA, como con los suicidios, las familias se vuelven recelosas. Muy pocos, aún ahora, se atreven a reconocer que un pariente ha muerto de esa enfermedad, o se ha suicidado, incluso si se trata, como es el caso de Cortázar y de tantos otros, de un error médico. Como mucha gente de mi generación (y todavía más de la siguiente), he asistido a numerosos entierros de amigos, víctimas de esa enfermedad, y si alguien se atrevía a mencionarla era entre susurros y asegurando que lo negaría si se lo preguntaban en público.
Yo conocí a una traductora que enfermó de SIDA por culpa de esas transfusiones. Nos habíamos tratado de jóvenes, de manera episódica y, años después, acudió a la editorial donde yo estaba en la época para pedirme trabajo. Con ese motivo, nos vimos con cierta frecuencia y acabó contándome lo de su enfermedad y también cómo muchos “amigos” (casi todos progres que se autoproclamaban de izquierdas y se consideraban muy liberados) habían dejado de frecuentarla y la rehuían, como una apestada. Acabó muriendo de un colapso cardiaco, completamente sola, en la casa del pueblo donde se había refugiado en los últimos años. Sentí muchísimo su muerte; en particular, me conmovió la crueldad innecesaria de los suyos. No intimamos nunca demasiado, ni teníamos tampoco muchas cosas en común, pero ayer, cuando me enteré de lo de Cortázar me acordé de ella y sentí una desazón enorme, como si de alguna manera yo también la hubiera fallado.
CAPULLO.
Publicado por: JUAN MARTINEZ GARCIA | 16/01/2021 en 09:03
Yo personalmente no he leído nada al respecto, Fernanda, porque Cortázar no me apasiona especialmente, pero creo que Cristina Peri Rossi ha escrito algo sobre todo esto. Confío en que esta vagorosa información te sea de utilidad.
Atentamente
Julia
Publicado por: julia | 18/01/2007 en 08:54
ah si, en una mesa redonda...¿conoces algún libro que hable sobre el tema?
muchas gracias
Publicado por: fernanda jimenez | 15/01/2007 en 20:54
Hola,
he llegado en tu web, pues buscaba más informaciones sobre la muerte de Cortázar. El enlace que has puesto no funciona...me puedes indicar adonde has cogido esas informaciones?
gracias
Publicado por: fernanda jimenez | 15/01/2007 en 20:52