Al final de la Vega no se ha dejado impresionar por el más que cuestionable honor de regir los destinos de mi ciudad. Lástima, porque habría valido la pena luchar contra una adversaria tan carismática. A ver cómo convences a tu asistenta o a tu peluquera para que no vote a una señora tan bien vestida y estilosa. Con la ventaja añadida de ser poco agraciada, cosa que complace en grado sumo a las mujeres de toda edad y condición. El voto popular (en la verdadera acepción del término) no se rige por consideraciones políticas. Nadie convencerá a esas honradas profesionales antes citadas que una señora que viste caro y sale en la portada de la revista Vogue es de izquierdas, y como la clase obrera es ahora de derechas… pues eso, que la votarían demostrando que también Marx escribe recto con renglones torcidos.
Supongo que por eso de que lo semejante llama a lo semejante, Rodríguez ZP, de natural gris, ha elegido a un alguien tan desvaído como el tal Sebastián. Craso error (que se decía antes), porque las municipales se dirimen en el papel couché, y en la arena política manda el maquillaje y el satén. La derrota sería más rotunda con Zerolo de candidato, pero una de las características de la izquierda es que jamás quieren para ellos lo que imponen a los demás (para el pueblo pero sin el pueblo, bueno, en su caso, en nombre del pueblo pero sin consultarle) y el ayuntamiento de Madrid es demasiado suculento como para quedarse sin ningún concejal. El tal Miguel Sebastián es tan poquita cosa que, como he podido ver en alguna de esas encuestas callejeras de televisión, muchos le confunden con Pablo Sebastián, sin saber tampoco muy bien quién o qué es este último. Cuando todo termine, y vuelva a salir el inevitable Gallardón, al año nadie recordará quien fue su contrincante y agradeceremos al presidente su incompetencia.
Hablando de RZP, había que verlo en televisión el otro día mientras decía que el robo de las pistolas “es un hecho grave y serio, que tendrá consecuencias”. Se le estaba poniendo tal cara de mentiroso, le estaba creciendo tanto la la nariz y corría tanto peligro la integridad de su cara, que tuvo que añadir para sostenerla: “… en su momento”. Para sostenella y no enmendalla, claro.
Al final, a todo el mundo se le queda su propia cara. La del señor Rodríguez es una auténtica mina de oro para los fisonomistas.
Publicado por: javier | 29/10/2006 en 18:14