Acabo de ver la película de Stephen Frears, The Queen Bien. Es evidente la simpatía del director por el personaje y lo cierto es que consigue transmitirla al espectador. Inútil referirse a la interpretación de Helen Mirren; es la que se podía esperar de una actriz de su talla. Inmensa. Siempre me gustó esta señora y me ha parecido una injusticia que puestos a utilizar una inglesa fetén, en Hollywood hayan preferido a Emma Thompson, que no le llega al tobillo. Ni siquiera los doce años que las separan lo justifican. La primera vez que vi a Mirren fue en una serie de televisión en la que hacía de inspectora o comisaria, ya no recuerdo bien, porque ha llovido bastante desde entonces. Lo bordaba.
Volviendo a la película, supongo que el guionista de Frears se habrá documentado, por tanto puedo afirmar que me ha decepcionado ver que la reina y su marido duermen en la misma cama. Yo creía que al menos la realeza inglesa llevaría hasta el límite la ausencia total de sensualidad en sus relaciones, tal como la imaginación plebeya espera (o al menos esperaba) de los monarcas. Es lo menos que pueden hacer a cambio de otros privilegios. Nada reconforta más que pensar que los reyes padecen hemofilia, como poco, o que carecen de vida privada. Además, hay tantas habitaciones en los palacios que hasta parece obscena esa promiscuidad. Como decía Michaux en Un certain plume, los reyes no tocan los picaportes (cito de memoria) y menos aún se tocan entre ellos.
Los hechos que se narran son muy recientes: la muerte, nada ejemplar, de la atolondrada (¡qué buena soy!) de la princesa Diana -Dios la tenga en su gloria- en las borrascosas circunstancias que todos conocemos. Esa precursora de la decadencia que se ha adueñado ya por completo de la realeza europea, no merecía mejor trato a raíz de su muerte que el que le pretendía dar la Reina Isabel, con toda la razón del mundo, de no habérselo impedido su recientísimo primer Ministro, Tony Blair (muy buena también la caracterizacion del actor), que ejerce de alfil de la reina en el tablero. No así su mujer, Cherie que se presenta como la típica progre, vulgar y topiquera.
Los movimientos de masas suelen ser temerosos y si el motivo que los provoca es como el que nos ocupa, resultan sencillamente aterradores. También nosotros, los españoles, salimos a la calle en masa, en una manifestación sin precedentes. Fue unos días antes, en julio de ese mismo año, 1997, cuando los que hoy están negociando con el gobierno asesinaron a Miguel Ángel Blanco de aquella manera. Pero hay jerarquías en las motivaciones. A nosotros nos movía la indignación, a ellos, la histeria. En lo único en que se parecieron ambas situaciones fue en su espontaneidad, surgida directamente del pueblo. Lo que pasó en Inglaterra fue otra vuelta de tuerca a la posmodernidad. Fue una epidemia, un síntoma colectivo de esa encefalopatía espongiforme bovina, que surgió precisamente por aquellos años y que se extendió muy pronto al resto de Europa. Un annus horribilis, ciertamente.
Esperamos a Julia, ya una semana.
Publicado por: iojanan | 21/11/2006 en 20:41
Definición perfecta de esos tiempos, que aún nos pisan los talones.
Publicado por: iojanan | 16/11/2006 en 20:37