El 23 de febrero no sólo se recuerda el infausto y felizmente fallido golpe militar que lleva su nombre, también se conmemora la fiesta de San Policarpo, obispo de Esmirna y padre de la iglesia primitiva. Policarpo nació hacia el año 60, siendo emperador Vespasiano y fue cristianado bajo Tito. Es un testigo de segunda generación, para entendernos, pues conoció a muchos de los que trataron a Jesús en la intimidad. Fue discípulo de San Juan Evangelista, como también San Ignacio y precisamente fue el Apóstol quien les nombró obispos de Esmirna y Antioquía, respectivamente. Cuando Ignacio pasó por Esmirna, camino de Roma y del martirio, Policarpo tuvo ocasión de abrazar a su antiguo condiscípulo, el cual se apresuró a encargarle que escribiera en su nombre a los fieles de Oriente, para mantener viva y unida a la Iglesia. El resultado fue una famosa carta de Policarpo a los Filipenses, de cuyas excelencias se hacen eco, entre otros, San Ireneo y San Jerónimo y que fue muy leída en las iglesias en tiempos de este último. A los ochenta años, Policarpo viajó a Roma para visitar al papa Aniceto y conseguir unificar la fecha de la Pascua en Oriente y Occidente, acuerdo que no llegó a fraguarse a pesar de la coincidencia de objetivos. En tiempos de Marco Aurelio, Policarpo, ya muy anciano, fue condenado a morir en la hoguera, lo que hizo en olor de santidad pues, según los testigos, las llamas se apartaron de su cuerpo, que despedía un fuerte olor a incienso, de forma que los sicarios del procónsul tuvieron que alancearle para terminar con su vida.
San Policarpo no sólo ha llamado la atención de eruditos e historiadores; algunos rasgos de su carácter, como por ejemplo la sencillez y frescura de sus prédicas, unidas a la indignación que le producía cualquier herejía –y había muchas–, fueron transmitidos por su discípulo Ireneo (Herejías) y recogidos con entusiasmo por Flaubert. Es conocido el interés de este gran novelista por la hagiografía –ahí están Las tentaciones de San Antonio y La leyenda de San Julián el Hospitalario para demostrarlo–, así como el desdén que sentía por su propia época, hasta el punto de que (creo que lo he comentado ya muchas veces) clasificaba la Historia en tres etapas: “Paganismo, Cristianismo y Estupidismo” y emprendió la ingente labor de recoger toda suerte de estupideces en un "tontario". Por tanto, no es de extrañar que repitiera constantemente las palabras que profería San Policarpo cuando le poseía esa “santa indignación” mencionada por San Ireneo: “¡Dios mío, Dios mío! ¡En qué época me has hecho vivir!”. Los amigos del escritor, contagiados por esa admiración, celebraban con él, cada 23 de febrero, “la san Policarpo”, durante un banquete algo rabelesiano donde despotricaban contra las costumbres de la tan denostada época que les había tocado soportar a su vez. El amado discípulo de Flaubert, Guy de Maupasant, llegó incluso a imprimir un papel de cartas para las invitaciones, con una imagen del santo, rareza de la que encontré un ejemplar por pura chiripa y que he intentado escanear para reproducirlo aquí; en él se puede ver al santo, cuya ingenuidad ha sido perfectamente captada por el artista, en actitud de alarmada perplejidad, y en torno a su imagen la famosa admonición: "Mon Dieu, mon Dieu, dans quel temps m'avez vous fait vivre!"
Otrosí,
Muiy interezante la historia de san policarpo, que me interezo ahora mucho mas y encuentro parte de la respuesta el porque mis padres me pusieron ese nombre, dicho sea de paso durante a mis 51 años he encontrado solo una persona que se llame policarpo.
Publicado por: POLICARPO CALLE SAAVEDRA | 13/11/2007 en 18:55