¡Que 2007 sea el último año en que tengamos que desayunarnos con la fea cara del zapaterismo, oculta o secreta! ¡Que en marzo los españoles recuperen la razón y el voto! ¡Que se haga la luz en los cerebros de los jóvenes devoradores de videojuegos que votan por primera vez! ¡Que podamos sacudirnos por fin ese sin sentido! ¡Que los que vengan enderecen lo que puedan de tal desbarajuste! ¡Que podamos olvidarnos de la política y de los horarios de los trenes de alta velocidad y que reine la paz y la literatura en nuestros días! Estos son mis deseos más fervientes para el 2008. En esta ocasión no haré balance del año cultural porque me costará mucho morderme la lengua y no quiero (des)calificar a tanta gente con la que luego puedo tener que bregar en mi actual trayectoria profesional. No es cobardía –me puse a disposición del PP para completar listas municipales en el País Vasco y me metieron cuarta en las listas de Zizurkil, un pueblo de la Guipuzcoa profunda que, visto en el mapa, da miedo y al que de haber salido elegida no habría dudado en acudir- sino simples estrategias de convivencia y de connivencia. Y nadie piense que es una manera sibilina de hacer jugar a las adivinanzas a ciertas personas –son tantas con las que tengo que tratar (premiadas o no), y de tan diferente pelaje, que difícilmente sabrán acertar cuáles son aquellas que podrían darse por aludidas.
Me voy a limitar a recordar, como les prometí en la entrada anterior, a los que murieron el año pasado, y como ya no tengo una memoria tan buena como antes, me he guiado por el suplemento de El Mundo, de 31 de diciembre que evocaba a 50 personajes famosos (¿por qué no 60?) fallecidos en el 2007. Yo haré mi lectura personal limitándome a aquellos cuya muerte no sólo no me dejó indiferente sino que, además, fueron decisivos en la historia pasada y reciente y cuya ausencia abre nuevas expectativas a las generaciones futuras. Como decía Isaac Asimov, poco antes de morir atropellado por un coche en Nueva York: “los viejos tienen que morir para que los jóvenes puedan vivir”. ¡Qué faena!
El obituario empieza con Ponti, el productor italiano y marido de la momia mejor conservada del cine internacional, me refiero Sofía Loren, más lacada que un pato chino y lo menciono sólo para poder decir esto. Sigue con dos periodistas de altura, el americano Art Buchwald y el polaco Kapuscinski, cada uno en su estilo, irrepetibles. A mi entender más el primero que el segundo. En el plano nacional, se suicida en abril una hermana de la esposa del Príncipe de Asturias y el país se estremece. El suicidio, decía Nabokov, es un desperdicio del yo. Y una venganza. Paso por una serie de estrellas de cine de moderado impacto hasta llegar a un singular personaje con el que tuve cierto trato en su día, Alejandro Finisterre. El retrato necrológico del periódico le magnifica. Cierto que descubrió el futbolín, que perdió la patente, que secuestró un avión para huir de Guatemala, pero no lo es menos que, convertido en albacea de la obra de León Felipe y de Juan Larrea, se paseaba por todas las editoriales exigiendo derechos y amenazando con interminables denuncias y ahí es donde me tocó soportarle. Supongo que alguien le echará de menos.
Ese mismo mes muere en la cama, a los 96 años de edad, Maurice Papon, un desaprensivo criminal de guerra francés que se confundió en el brumoso paisaje de la función pública. Entregó a 1560 judíos a la Gestapo y escapó a todos los procesos que le entablaron tras gozar de una larga vida de privilegios y excepciones. Por muchísimo menos condenaron a muerte a Céline y a Robert Brasillach, pero eran escritores y de difícil reciclaje. Boris Yeltsin, borrachín y cardíaco muere en abril. Siempre le recordaremos en 1991, subido a un tanque, símbolo de la caída de la Unión Soviética. Sublime. Luego, entre julio y agosto una cascada de muertes que no dieron descanso a los VIPS hispanos. Jesús de Polanco, el Corleone de la edición española, cuya sucesión ha generado una guerra de familias que merecerían como poco un Coppola (me ofrezco para escribir el guión, ahora que ha muerto Mario Puzzo); Gabriel Cisneros, Rodrigo Uría (conocí a su hermana Blanca, compañera mía de colegio y fallecida muchos años antes), y le conocí a él en circunstancias de las que hablaré en mis Memorias y que están relacionadas con los Thyssen, el director sueco Igmar Bergmann cuyas películas se emitían en mi época en los cines de Arte y Ensayo; su temática religiosa llenaba de estupor a los progres del momento. Francisco Umbral dejó al Mundo desarbolado y buscando sucesor para su columna. Ni para lo bueno ni para lo malo podrá suplirle nadie. En agosto murió de un paro cardíaco un futbolista del Sevilla, Antonio Puerta. Esa “muerte súbita” desató una oleada de histerismo colectivo que me dio ganas de exiliarme a Finlandia donde tengo una sobrina que esperaba estuviera dispuesta a acogerme, hasta que me enteré de que su marido era ¡cronista deportivo! La actitud de los españoles y de los medios de comunicación, lejos de ser conmovedora, resultó degradante. ¡Pobre muchacho! ¡Morir así y tener que soportar ese circo! José Luis de Villalonga murió poco después. Sólo me cayó bien porque descubrí que fue el primero de una larga saga de escritores contratados para escribir las memorias del barón Thyssen (yo fui la sexta) ¿Han visto ustedes que se hayan publicado? Pero ¡chitón!, no vaya a procesarme Carmen Balcells. Luego una sucesión de actores, ya provectos, como Emma Penella y Fernando Fernán Gómez, o de locutores como José Luis Pecker con cuya muerte se echaba doble llave al sepulcro del Cid (como dijo realmente Joaquín Costa, y no siete como le atribuye la leyenda). Penella antes de caer en las bajuras de “Aquí no hay quien viva” representó, guapetona y oronda a una Fortunata inolvidable y mucho más cercana a la descrita por Galdós que la escuálida Ana Belén de la serie televisiva. En cuanto a Fernando Fernán Gómez, su funeral "laico" fue una patochada digna de un cómico de la legua y de la lengua, que prefería olvidar sus épocas de Balarrasa como otros su "inquebrantable adhesión" y no estoy pensando especialmente en Marisol que, al fin y al cabo era una niña. También Polanco tuvo su funeral laico y ahí, con Felipe González y el discurso sobre el “fuego amigo” empezaría yo mi nueva versión del Padrino. Esas ceremonias laicas que utilizan términos religiosos (bautizo, comunión, funeral etc.) demuestran hasta qué punto es verdad aquello de Chesterton de que se ha dejado de creer en Dios para creer en cualquier cosa. ¿Quién les impide utilizar los términos verdaderamente laicos de "homenaje" y "fiesta", pongo por caso? Esa querencia denota hasta qué punto añoran la religión que les vio crecer.
Pero esto se alarga. Me salto, pues, la larga sucesión de empresarios, políticos y actores de uno y otro lado del Atlántico que nos abandonaron este año para terminar con dos muertes que no recoge El Mundo pero que me parece insoslayable mencionar: Me refiero a la de los dos guardias civiles asesinados por ETA en el Sur de Francia, Raúl Centeno y Fernando Trapero. No son naturales y elegantes como las anteriores, sino injustas, y por lo tanto incómodas; tal vez por eso no las hayan recogido en ese peculiar reportaje, pero por mucho que desentonen en esa especie de Gotha fúnebre no las debemos olvidar. Nos recuerdan el dolor de sus familiares y la vergüenza de España.
Que es yendo, no "llendo"
A ver si aprendemos.
Publicado por: Julia Escobar | 12/02/2008 en 21:37
Jeje...llendo 4º del PP en Zizurkil ya sabías bien tu que no íbas a salir, no te las des de Rambo.
Publicado por: Iui | 12/02/2008 en 09:42