El otro día, mientras viajaba en autobús camino de alguna parte, me llamó la atención un papel que yacía en el suelo, pisoteado. Como curiosa lectora que soy de todo lo impreso, no dudé en recogerlo aún a riesgo de contaminarme con alguna sustancia pringosa, como poco. Pero me gustan los riesgos. Mi osadía se vio recompensada con un texto cuyo corrosivo humor me sorprendió y hasta me atrevo a confesar que me escandalizó. Como lo quiero compartir con los lectores de este blog, pues ahí va:
"Había una vez un país que necesitaba un cambio: funcionaba demasiado bien, casi todo el mundo tenía trabajo, respondían las instituciones, prosperaba el comercio, la industria florecía, los bancos se frotaban las manos. Los criminales y los prevaricadores iban a la cárcel, no se transigía con los terroristas. Eso no podía durar en aquel lugar acostumbrado al caos, al desorden, a la rebeldía y a los pronunciamientos. Un a modo de nostalgia de épocas otrora denostadas poseyó a algunos poetas y artistas que lideraron una suerte de “servicio de desorden”, amparados en la sacrosanta libertad de expresión que, según ellos, estaba en peligro. Su cruzada se convirtió en reclamo que llamó la atención de los bárbaros, apelados de este modo a intervenir, atraídos por la promesa de una alianza de civilizaciones que les permitiría destruir las demás e imponer la suya.
"¡Ven, oh amenaza exterior tan temida! Acude y sálvanos; haz algo que acabe con nuestros enemigos dejándonos a nosotros con la conciencia en paz por haberos apuntado cuál era el objetivo! Tal parecían decir los titiriteros y los vates, desde sus cómodas subvenciones que, neciamente, les daba el gobierno al que detestaban. Y acudieron muy a tiempo, justo para que quienes les habían prometido ser sus amigos pudieran legislar al respecto. Y empezó así una era que se podría calificar “de diseño”. Basándose en los dibujos de la factoría Disney, el mago de turno resucitó a los más tiernos iconos de su infancia: Presidiría el gobierno Bambi y para contrarrestar la ternura lechal de esa figura entrañable, Cruella de Ville tenía que ser vicepresidenta. El pato Donald se ocuparía de dar la cara y los asuntos serios estarían bajo la batuta de Mickey Mouse y Elmer Gruñón, mientras que Lucas, el otro gran pato de la Historia, acompañado del Pájaro loco, Pluto, el Coyote, Correcaminos, Porky, el gato Silvestre, Piolín, Peter Pan, Wendy, Campanilla, la Sirenita, la Cenicienta, Blancanieves, sus respectivas madrastras y el rey León se reservaban para los Ministerios que fuera menester. Los siete enanitos ocuparían los restantes puestos de relativa importancia acabando así, de una vez por todas, con cualquier atisbo de cordura.
"El fenómeno no sólo afectaba a los miembros del gobierno; también a la sociedad en su conjunto; los niños no necesitaban estudiar para aprobar, los padres podían reconvenir a los profesores cuanto quisieran, apoyados por las instituciones; los viajeros podían subir al Himalaya en zapatillas sin que se escatimaran recursos para salvarlos; los criminales convictos y confesos eran soltados con premura y contaban con todo tipo de apoyo para afrontar los peligros del mundo exterior, lleno de rencorosas víctimas; los magistrados podían infringir sin desdoro cuantas leyes quisieran, las carreteras se hundían, los bosques ardían y se derrumbaban barrios enteros, sin que pasara absolutamente nada; nadie corría peligro pues incluso las leyes del universo físico habían sido abolidas y sustituidas por las que rigen en los dibujos animados: por mucho que cayeran los ministros, por mucho que se ensuciaran las manos, volvían a recuperarse de inmediato. La gente se divertía muchísimo. Los humoristas y los payasos se adueñaron de los medios audiovisuales e hipnotizaron a una población aletargada y temerosa que les seguía votando y votando.... La oposición quedó totalmente derrotada, con muy pocos atisbos de esperanza; los opositores de a pie, se refugiaron en Internet y ahí siguen. Y colorín colorado este cuento no se ha terminado."
Pero tampoco terminaba aquí el manuscrito; como colofón había una nota que denotaba su deseo de ser publicado. Decía: “Como los personajes de este relato son pura ficción, y no está basado en hechos reales, cualquier parecido con la pastelera realidad es mera coincidencia.”
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