La brusca interrupción de mi quimera, precisamente tras la muerte de Carlos S-M, me ha valido algunas reconvenciones amistosas y ha habido quien lo ha interpretado como una suerte de duelo prolongado. Pero, por mucho que me haya dolido su pérdida, las que me han silenciado han sido las obligaciones consuetudinarias, eso que uno de los personajes de La Revoltosa (¿o era en Agua, azucarillos y aguardiente?), poeta preciosista, calificaba de “aburrida prosa de la vida”. Entretanto ha habido en la mía otras muertes, como la de José Miguel Ullán. Amigo de antaño, nos veíamos muy poco últimamente, pero sabíamos dónde encontrarnos. Ahora también y seguro que no he de faltar a la cita. Pero si vuelvo al blog se debe precisamente a Carlos Semprún, a unas cuantas cosas más que he sabido sobre él en mi reciente visita a París.
Se trataba de participar en un homenaje a su memoria en la Maison de l’Amérique Latine organizado por Nina y algunos amigos de Carlos. Mis enlaces eran la propia Nina y Jacobo Machover, que vive también en París y a quien yo había presentado a Carlos hace justo dos años. Los suficientes para que intimaran, como sabía yo que así sería, de forma que se convirtió en una suerte de enlace entre nosotros. Un vínculo más que añadir a los otros. Algunas personas que asistieron al homenaje han relatado la velada en sus respectivos blogs. Pienso concretamente en Isis Wirth y en Zoe Valdés . Yo misma he hablado de ello precisamente ayer, en libertaddigital.com, y poco es lo y que tengo que añadir. O tanto, que merece tal vez más distancia. Caigo ahora en la cuenta, por ejemplo de que me olvidé relatar que el acto concluyó con la representación teatral de una obra de Carlos para la radio por un grupo de actores amigos suyos, y era preciso recordarlo pues con eso se completaba el retablo de esa vida tan variada.
Yo aprendí muchas cosas sobre Carlos, cosas que ni siquiera sospechaba y que salieron a relucir en aquella velada. No me refiero a que fuera novelista ni dramaturgo, ni a que hubiera hecho radio y televisión (lo sabía perfectamente) sino a que no sólo era un animal político, como es tan común creer de él, sino que la literatura pura y dura y, concretamente la poesía, le interesaban mucho más de lo que él daba a entender, tanto en sus escritos como en sus conversaciones, pues siempre se refería a la lírica con cierta ironía que, ahora lo entiendo, ocultaba una verdadera pasión. Pero, francamente, tratándose de Carlos, no sé de qué me sorprendo.
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