No he cumplido todavía mi promesa de hablar sobre Valentín García Yebra, de quien tengo qué decir tantas cosas, cuando me entero de la muerte de Jaime Salinas. Nada tienen que ver el uno con el otro, si no es que ambos fueron personas muy importantes para mí. También para todos los traductores; don Valentín porque era un filólogo y el padre de la enseñanza regulada de la traduccion, de la que era al tiempo un eminente teórico y un excelente práctico, y Jaime porque fue el primero en toda la edición española en reconocer los derechos del traductor y darles el protagonismo que se merecen. Los desvelos del primero se plasmaron en la creación de una licenciatura de Traducción e Interpretación y los del segundo en una Ley de Propiedad Intelectual que se fraguó cuando fue Director General del Libro. Nunca será demasiado lo que hagamos los traductores por celebrar la memoria de ambos.
Pero es en Jaime en quien me voy a centrar ahora. Jaime, de quien precisamente me estaba ocupando estos últimos días a propósito de las cintas que grabamos cuando trabajé con él en sus Memorias. Como me he quedado sin lector de cassetes, una amiga, también traductora, me comentó que había comprado un artilugio para convertirlo en audio y esa era mi intención, así como la de colgar el resultado en mi blog, previa autorización de Jaime, y me preguntaba cómo podría localizarle pues le sabía lejos, en Islandia. Ese episodio de mi colaboración con él en esas memorias, que al final acabó escribiendo él mismo y por las que le dieron el premio Comillas, sólo la he mencionado de pasada en la ponencia que presenté en Verines en 1996. El libro no tiene nada que ver con lo que habíamos hablado durante aquellos dos años, pues nos centramos más en su época editorial que en su infancia y adolescencia. Yo iba a su casa un par de veces por semana, a esa casa de la calle de Don Pedro en la que vivió desde niño con sus padres, Don Pedro Salinas y doña Margarita Bonmatí, y después de hablar a micrófono abierto, repasábamos viejas fotografías y otros documentos: cartas de escritores ilustres, recortes de periódicos, etc. Incluso llegué a viajar a Barcelona para entrevistar a antiguos amigos y colaboradores suyos. Hay un libro ahí por publicar, un libro prácticamente hecho, pues hasta que él rompió a escribir por su cuenta, yo llevaba ya mucho material redactado.
Estoy segura de que si vuelvo a oír su voz no podré contener la emoción al evocar su figura, pues ese tono de inseguridad, esa timidez le hacían parecer especialmente vulnerable y eso se traslucía en toda su persona. Contrariamente a lo que se podría suponer mi relación con él no fue como traductora, sino que surgió durante su breve pausa administrativa, cuando le nombraron Director General del Libro. Le conocí en el I Encontro de Poesía Hispanolusa, en Figueira da Foz y de inmediato sentí por él una gran simpatía. Jaime, para desesperación de la guardia pretoriana de turno, tendía más a estar con sus amigos (estaban Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, además de Valente y otros que no son ya de este mundo) que a lucir la púrpura del "cargo", que parecía pesarle muchísimo. En aquellos primeros años ochenta, ser director general todavía significaba algo, y era enternecedor oír sus generosos y descabellados proyectos en un contexto tan cutre y tan comino. Jaime me contaba cuánto le había sorprendido la llamada de Javier Solana y cómó había aceptado a regañadientes. Pero me estoy anticipando. Hay que entender al personaje retrocediendo un poco y explicando de dónde venía y lo que había hecho hasta entonces.
Jaime nació en Maison Carré, en Argelia, el 27 de junio de 1925. Su familia paterna era madrileña y la materna argelina, de habla francesa, idioma que él dominaba a la perfección. Jaime recordaba de su infancia la felicidad de los veranos alicantinos en la finca de los Bonmatí donde confluían ambas familias. Los amigos que pasaban por su casa madrileña eran los de su padre, el poeta Pedro Salinas: Jorge Guillén, Valle Inclán, García Lorca, Unamuno, Dámaso Alonso, Américo Castro, etc., etc. Pero llega la guerra civil y con ella el exilio. No me quiero extender; para resumir diré que los escenarios de su vida fueron Argel-Sevilla-Madrid-Santander hasta 1936, y luego Estados Unidos hasta 1954 y a partir de entonces, Europa: París y nuevamente España donde se vió forzado a quedarse definitivamente, primero en Barcelona y luego en Madrid. La tentativa de reconciliar presente y pasado se convirtió en la clave de su vida y en la raíz de sus aciertos y fracasos, tanto en su vida profesional como personal. Afectivamente, su encuentro con el escritor y traductor islandés Bergsson en 1956, a cuyo lado ha terminado su vida en Islandia, el lugar más alejado que uno pudiera imaginarse de su pasado, subraya el tenaz propósito de Salinas de no resolver nunca el conflicto y de convertirlo en su razón de ser.
Me dejo muchas cosas en el tintero, pero no son las relacionadas con su papel de gran editor, que es en lo que se centrarán todos en los funerales laicos que le dediquen, sino otras menos conocidas, como cuando se apuntó en el cuerpo de ambulancias del American Field Service, durante la Segunda Guerra Mundial y participó en las campañas de Alsacia y la invasión y ocupación de Alemania (es curioso, me decía, lo que más me llenaba de tristeza eran los animales muertos, los perros, los caballos, porque ellos eran totalmente inocentes); ya en Barcelona, su no siempre idílica relación con la "gauche divine" y en Madrid, sus conflictivas relaciones con los praderas de este mundo que le querían mangonear, así como su repugnancia por las componendas políticas que veía en el Ministerio... Sí, creo que le debo ese libro que un día intentamos escribir juntos.
Otrosí, algunos artículos que escribí sobre Jaime Salinas y otros documentos de interés
http://findesemana.libertaddigital.com/paseo-por-el-amor-y-la-muerte-1276230847.html
http://revista.libertaddigital.com/en-espana-somos-doscientos-1275770680.html
http://revista.libertaddigital.com/habla-memoria-1276209049.html
Gracias, muy bueno. Le pongo link.
Publicado por: Zoé Valdés | 31/01/2011 en 00:32
Querida Julia, muy emocionante todo. La anécdota de los animales muertos durante la guerra da perfecta idea de su enorme sensibilidad hacia la vida que le rodeaba.
Mercedes Corral
Publicado por: Mercedes Corral | 27/01/2011 en 17:04
Enhorabuena, Julia, un magnífico artículo.
Enrique
Publicado por: Enrique Pérez Mengual | 27/01/2011 en 13:19
Querida Julia,
Me ha gustado mucho tu recuerdo de Jaime Salinas... quizá sea lo más noble y cierto escrito con el motivo de su muerte. Avanti..!!
Publicado por: JPQ | 27/01/2011 en 07:38