He visto últimamente unas cuántas películas que me han gustado bastante. Lo cierto es que suelo ir al cine un poco sobre seguro, y no precisamente guiada por las apreciaciones críticas de los comentaristas oficiales, aunque a veces coincidan con mis criterios: El discurso del Rey, me pareció ejemplar, como a tantos otros y también me pareció impensable que se pudiera hacer algo parecido en España, donde cada vez que interpretan a la familia real, ya sea en libro o en serie televisiva, es como para hacerse republicano. El último bailarín de Mao me decepcionó, pero no descarto que se debiera al hecho de que me aburre soberanamente el ballet y en general todo tipo de exhibiciones similares (baile de salón, patinaje sobre hielo, natación artística, mimo, acrobacia, etc, etc.); Las cartas al padre Jacob, finlandesa, es como un cuento flaubertiano (pienso en La leyenda de San Julián el Hospitalario o Un corazón simple), delicadamente narrado, donde da gusto ver crecer la hierba. También me gustó la película rusa Kolchak, la historia del Almirante que encabezó la heroica contrarevolución rusa con los desastrosos y patéticos resultados que conocemos; hoy le están levantando estatuas por toda Rusia. La de Clint Eastwood, Más allá de la vida, me pareció convencional y entretenida, ni un paso más, pero la que realmente me conmovió fue la francesa, De dioses y hombres, sobre los ocho monjes cistercienses asesinados por un grupo de terroristas islámicos en Argelia, en 1996. Los franceses la han presentado al Óscar a la mejor película extranjera y espero que desbanque a la siniestra También la lluvia, de Icíar Bollaín, película de la que sólo he visto un trailer y eso porque te lo meten por los ojos a la primera de cambio. Lo que no he visto es ninguna película española, pues siento tal rechazo hacia las que se hacen ahora que tendrían que venir del más allá los fantasmas de Flaubert, de Nabokov o de Chesterton, por citar tres personas de cuyas opiniones me fío, para asegurarme de que vale la pena pagar primero una entrada (que ya me duele soltar la mosca a esa gente) y luego emplear dos horas de mi tiempo en visionar el producto, lo que me duele todavía más, dado lo mucho que me queda por leer y lo poco que presumiblemente me queda por vivir.
La película de Icíar Bollaín tiene la pretensión de contar la conquista española desde el punto de vista de Icíar Bollaín, que no parece muy coincidente con la realidad de las cosas, amén de inverosímil, como puede verse en la abominación representada en el fotograma que aquí reproduzco. Lo que me chocó desde un principio no fue que se quemaran indios; lamentablemente se había hecho y el que esos indios fueran también unos criminales no lo justificaba, por supuesto; lo que me dejó boquiabierta fue que los crucificaran. No podía creérmelo. ¡Españoles católicos a macha martillo convirtiendo en mártires cristianos a paganos! ¡Regalarles, así como así, la palma del martirio cristiano por excelencia! Impensable. Y se lo pregunté a unos cuántos amigos americanistas, cuyos nombres omito para no perjudicarles, porque detrás de ese montaje hay un propósito autodestructivo deliberado y jaleado por todo el mundo, incluidos los tontos útiles de derechas. Todos confirmaron mi impresión; uno de ellos me mandó el siguiente comentario:
"Paso 800 millas de la peli de Bollaín con guión del británico que hace las de Paul Laverty, el habitual de Ken Loach. Además su marido/pareja. Vamos, que no me apunto a fustigarme. De paso, mira como los british maquillan su historia con la magnífica "El discurso del rey", ellos hacen cine nacional y nosotros masoquismo de segunda."
Creo que esta última frase resume a la perfección la particular "excepción cultural" de nuestro cine español actual.
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