Enrique Andrés me manda un comentario sobre la entrada "Paul Claudel y la resurrección de Jesucristo" - que publico con su autorización:
“Querida Julia, te agradezco mucho el envío del estupendo escrito de Claudel. Sin duda a Claudel, como a cualquiera (pero mucho más a un escritor o a alguien que anda entre textos y libros) le resulta arduo concebir siquiera que el cristianismo consista en realidad en una vulneración o abolición de la característica más saliente y decisiva no sólo de todas las promesas religiosas, sino de los respectivos relatos o narraciones en que se constituye su representación. Porque es el caso que todas las narraciones de religión o salvación, así como todas las epopeyas legendarias o políticas tienen en un final feliz algo así como la recompensa o compensación que promete redimir —al cabo de la historia que se cuenta— a esa comunidad histórica, tanto como a su héroe o salvador, de sus actuales penurias, oprobios o sufrimientos.
Como en las novelas populares (y no populares), como en el cine y en la pintura mitológica, las narraciones en las que se abreva el deseo y se consuela la conciencia no pudieron prescindir jamás de la constatación, más o menos obrada a través de un deus ex machina, de que elverdadero Dios está de nuestra parte y con él, a la postre, hemos de vencer al enemigo.
Se trataba, pues, de una creencia que en realidad es una inversión, como aquella que nos hace ver el personaje de Stendhal (creo que era un jesuita) que en Le Rouge et le Noir dice que lo que importa de verás es que al fin rinda la ganancia, “ya sea en esta vida o en la otra”.
Y así es como las narraciones y sus happy endings (ocurran como crisis final de “la historia” —tal lo que diría un protestante a lo Barth— u ocurran al final de “una historia” —tal que diría un marxista ortodoxo—) sin apenas excepción reproducen el esquema de una cadena de suplicios de los que, como la gracia de Pablo sobreabundaba del pecado, así sobreabundará mañana la dicha del cumplimiento de la promesa.
Esta visión económica (y por tanto corrupta) de la fe, naturalmente que no se le escapa a Claudel y tampoco se le escapa que el hecho diferencial del cristianismo estribe en algo tan radicalmente opuesto como ese “futuro de desgracias, sacrificios, persecuciones y tormentos” de que él mismo habla, es decir, como la renuncia al éxito que había caracterizado la promesa de todos los salvadores religiosos cuyo esquema de salvación se copiaba de la plantilla trazada por la cíclica renovación de las cosechas en primavera (y así los cultos cananeos).
Pero conociendo muy bien esa nota exclusiva de “lo cristiano”, y no desconociendo desde luego que ese “Hijo que le ha salido ahora a Dios” no viene a obrar el milagro del final feliz narrativo sino a clausurar el cuento cumpliéndolo o consumándolo, a Claudel, con todo esto y sin embargo, se le sigue poniendo muy pino el que no haya, no ya en le mundo moral en el que Kierkegaard o Unamuno daban sus saltos mortales, sino en el objetivo de la materia …nada más, y por eso creo yo que en el fondo ruega del padre Totsuka precisamente … algo más; un “algo más” que, en el mundo de los hechos le haga explicable que aquellos individuos en efecto “perezosos y groseros”, estén dando botes de alegría por las calles y los campos.
Tuvo que pasar algo…”, dice Claudel —hombre (no como ellos) entre textos y libros—, porque sencillamente no entiende que el relato acabe así sin que ninguna otra cosa haya pasado, sin que haya pasado nada, “nada más”, y reclama a gritos del narrador del cuento eso, que le cuente “algo
más”, que le cuente eso que según él no ha podido no pasar(sin duda habla de la resurrección de la materia en el mundo de los hechos históricos), porque si no ha pasado, el relato se ve que se le queda cojo…
Muchas gracias Julia, y perdóname esta suelta de palomas.
Un abrazo,
Enrique”
Muchas gracias, querido amigo Enrique, por los datos.
Un abrazo de tu tocayo EAR.
Publicado por: ENRIQUE ANDRÉS RUIZ | 17/05/2011 en 13:39
Queridos Enriques:
Comenten v.v cuanto deseen comentar, que para eso están hechos lo blogs, o debíeran...
Agradecida,complacida y satisfecha
Julia
Publicado por: Julia Escobar | 17/05/2011 en 12:06
Con el permiso de nuestra querida Julia, encantado de darte la referencia. La cita pertenece a un pequeño libro titulado El mal. Un desafío a la filosofía y a la teología (Buenos Aires: Amorrortu, 2006 - pp.65 y 67)
Publicado por: Enrique Perez Mengual | 17/05/2011 en 01:32
Llevas mucha razón, querida Julia, en mencionar los problemas que acarrea no cerrar la entrada de nuevos comentarios a las asimismo entradas de tu blog. Pero el caso es que esta vez no puedo ahorrarte el regreso a una de ellas, primero porque el comentario de Enrique Pérez Mengual a mi pequeña suelta de palomas de hace unos días, me ha parecido atinado y preciso como ninguno, y por serlo me ha despertado la curiosidad de saber, en concreto, a qué libro del gran Paul Ricoeur pertenece, autor por el que siento veneración. Podría ser, se me ocurre, de Finitud y culpabilidad, aunque el asunto de la justicia sobrepujada por el amor, es bien frecuente entre los suyos. Como no tengo otro modo de preguntárselo al propio Enrique, lo hago a través de este comentario que hace robo de tu espacio en la esperanza de que sepas disculpar el modo, por mi parte, de, pro domo mea, rizar este rizo. Un abrazo, Enrique Andrés Ruiz
Publicado por: ENRIQUE ANDRÉS RUIZ | 16/05/2011 en 17:48
En efecto, enlaza y muy bien. Cuando leí la alusión de Enrique a ese personaje de Stendhal que sólo piensa en la ganancia "ya sea en esta vida o en la otra" recordé la lucha que Galdós pinta en "Torquemada y San Pedro", la cuarta y última novela de la serie de Torquemada. Al morir su mujer, la linajuda y dulce Fidela del Águila, el usurero se siente más amargado que nunca; entonces aparece en su vida el padre Pedro Gamborena, apodado «San Pedro o el padrito, antiguo capellán de la familia del Águila. El padrito deslumbra a Torquemada con su elocuencia y la mayor parte de la novela trata de la descomunal batalla por la salvación del alma de Torquemada, ya muy enfermo. El padre se desespera porque no consigue inculcar al prestamista la gratuidad de la salvación.
Torquemada no comprende que no haya posibilidad alguna de trato con las altas potencias celestiales. Tras un singular combate con el demonio (personificado en la tenaz obstinación del usurero en considerar la batalla como una negociación), Torquemada muere pronunciando la palabra «conversión». Pero al padre Gamborena le queda la duda de si se trata de la de su alma o la de la Deuda...
Un abrazo
Julia
Publicado por: julia escobar | 11/05/2011 en 10:32
Creo que este texto de Paul Ricoeur enlaza con el comentario de Enrique de Andrés....
“…descubrir que las razones para creer en Dios no tienen nada en común con la necesidad de explicar el origen del sufrimiento. El sufrimiento sólo es un escándalo para aquel que entiende a Dios como la fuente de todo cuanto hay de bueno en la creación, incluyendo la indignación contra el mal, el valor de soportarlo y el impulso de simpatía hacia sus víctimas; creemos así en Dios a despecho del mal (…) al final del libro de Job, cuando se dice que Job llegó a amar a Dios por nada, haciendo perder así a Satanás su apuesta inicial. Amar a Dios por nada es abandonar completamente el ciclo de la retribución del que la lamentación permanece todavía cautiva, mientras la víctima se queja de su injusta suerte.”
Publicado por: Enrique Perez Mengual | 10/05/2011 en 11:35