Ayer, día de Difuntos no hice sola mi visita a la tumba de doña Emilia Pardo Bazán, sino muy bien acompañada por unos amigos admiradores de la escritora y curiosos de visitar esos sepulcros. Creo haber hablado alguna vez de este singular enterramiento. Pocas son las personas, incluso madrileñas, que saben de la existencia de ese cementerio subterráneo y en activo, en pleno corazón del barrio de Salamanca. La Iglesia de la Concepción fue inaugurada en 1914 y a su cripta, por una serie de circunstancias trágicas, fueron a parar los restos de doña Emilia Pardo Bazán, destinados en principio y por voluntad de la escritora a yacer en el sepulcro que ella misma había dispuesto al efecto en la capilla de las Torres de Meirás. Seguramente ese era también el propósito del encargado de ejecutar su testamento, Jaime Quiroga Pardo Bazán, conde de Torre Cela, el primogénito de doña Emilia y heredero del Pazo. Murió su madre en 1921 y hubo que enterrarla en el cementerio de San Lorenzo; fueron pasando los años sin que hiciera el traslado hasta que el 11 de agosto de 1936 la misión se tornó imposible al ser Jaime Quiroga asesinado, junto a su hijo y único nieto de doña Emilia, de 17 años, en la matanza de la calle de Goya. También creo haber relatado esta historia, pero con hechos como éstos, no importa repetirse, es necesario hacerlo hasta la saciedad: al parecer Jaime había tenido un hijo natural no reconocido, y fue él quien encabezó el pelotón de milicianos...
Ahí, en la capilla que tiene acondicionada la familia, se pueden ver las lápidas de doña Emilia, su madre y sus dos hijas: Carmen, la que murió soltera y sacrificada al servicio de su notable madre y Blanca, la viuda de Cavalcanti, llamada aquí María de las Nieves, ignoro por qué. También las del propio Marqués de Cavalcanti, al que doña Emilia reprendía cariñosamente en las sobremesas diciendo: "Pepe, tú cállate, que sólo eres un héroe" y su madre y hermano. En la otra pared están las del infortunado Jaime Quiroga y su no menos infortunado hijo, de la que fue su viuda y de los padres de esta última. Tres familias, en suma: los Pardo Bazán, los Collantes y los Cavalcanti. Un trozo de la historia de la literatura y de la historia de España, narrados con el laconismo y la sencillez del género lapidario que lejos de mitigar su dramatismo, lo acentúa.
Volviendo al principio. Fuimos ocho los que, con una sola rosa (no había claveles, la flor que todas las mañanas cortaba doña Emilia de su jardín de Meirás), estuvimos visitando el lugar y rememorando parte de su vida, así como el nutrido anecdotario que la acompaña, entre otras cosas la venta de las Torres de Meirás al Ayuntamiento de la Coruña por 400.000 pesetas, incluida ¡qué dolor! la biblioteca y el archivo. La propietaria era la viuda de Jaime la cual, al morir también su hijo, se convirtió en la heredera y el ayuntamiento se la compró para regalársela a Franco que entró en posesión del Pazo en 1939. ¡Adiós sepulcro de doña Emilia!, ¡Adiós correspondencia!, ¡Adiós biblioteca! Ahí es, en puridad, donde deberían estar no sólo sus restos sino también su casa-museo, porque fue ella quien diseñó y construyó las Torres sobre la vieja edificacion de la familia, ella quien la amuebló y dispuso sus estancias y allí fue donde vivió más tiempo y trabajó encarnizadamente, y no en la calle de Tabernas, por mucho que naciera en ella, sede que por cierto comparte con la Academia gallega. Y hablando de sus restos... estos panteones de la Concepción son propiedad privada; ignoro a quién pertenece este que hoy visitamos. La Iglesia, que se ha remozado últimamente de manera espectacular, está abriendo espacios en la cripta y poniéndolos a la venta. Habrá que enterarse qué va a ocurrir con los de doña Emilia, de la que apenas se ocupa la cultura oficial gallega por razones de nacionalismo vergonzante: al parecer poco importa que escribiera sobre Galicia las páginas más importantes de su literatura, ¡cómo no lo hacía en gallego!, mejor que se queden en Madrid y avanzo una idea: que los asuma (si nadie lo ha hecho todavía) la Academia Española, a la que ella nunca pudo entrar por la recalcitrante y empozoñada envidia masculina de Menéndez Pelayo y Juan Valera y a la que sin embargo pertenece in pectore, más grande y por supuesto mucho más inmortal que la mayor parte de los que han pasado y siguen pasando por ella.
Otrosí,
Doña Emilia Pardo Bazán I:Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza
Doña Emilia Pardo Bazán II: La condesa de Pardo Bazán
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