El otro día me puse a hojear el libro de Harold Bloom, no el que apareció en Páginas de Espuma el año pasado sobre la novela (Novelas y novelista, el canon de la novela) sino aquel primer libro que hizo tanto ruido: El canon occidental, Anagrama, 1995 y al que en su día apenas hice caso por eso de que todo el mundo hablaba de él, ¡qué cosas! No es que no tuviera mejores materias de qué ocuparme pero caí en la trampa de buscar hasta qué punto acertaba en un ámbito que no fuera el anglosajón. Y es que, por ejemplo, alude a unas polémicas universitarias que no son las nuestras y que no tienen parangón entre nosotros. Sin duda, toda elección canónica es arbitraria, en particular cuando se hace profética y va referida a la época actual. Lo que cada época entiende por perdurable causa risa pasado cierto tiempo. Desafío a cualquiera a leer la lista de premios Goncourt: sólo dos o tres, entre ellos Proust al que André Gide rechazó en su momento. También el Dr. Johnson se equivocó con el Tristam Shandy al que consideró efímero. Por otra parte a Pessoa le daba mucha envidia que en España tuviéramos unos intelectuales de la talla de Unamuno y Azorín (hasta aquí de acuerdo) o de ¡Diego Ruiz, que al parecer era el Presidente de la Sociedad Teosófica de Madrid! Hay muchos otros ejemplos de opiniones, por otra parte totalmente autorizadas, que ahora nos resultan pintorescas.
Volviendo a lo que puede ser un escritor canónico y a la clasificación de Bloom, basada en la de Vico, nada que objetar en cuanto a la Edad Aristocrática y Democrática, nada que objetar tampoco cuando se trata de establecer un catálogo de autores aprobados por la tradición, o si se trata de aquello que entendemos por “clásico”, es decir, el autor que no ha perdido la capacidad de ser absolutamente moderno y eso para cada generación de escritores. Lo clásico, lo que consideramos canónico, es lo contrario de lo que está transitoriamente de moda. Es precisamente aquello que resulta vigente. Pero la elección de Bloom es cuanto menos tramposa y barre para casa.
En lo que se refiere al ámbito hispánico su despiste es inconmensurable. El capítulo sobre Cervantes es cojo y parece hecho como por obligación, con la boquita cerrada, por la sencilla razón de que es un lugar común que Cervantes es un autor canónico y no hay nada que se pueda hacer al respecto. En cuanto a situarle en segundo lugar, después de Shakespeare, e incluso olvidarle en algunos momentos sustituyéndole por Dante, es un verdadero error de juicio. Es lógico, la literatura anglosajona, como la española, tiene una personalidad poderosísima; ambas se autobastecen en cierto modo, pero en lo universal la influencia de Cervantes parece mayor que la de Shakespeare, más rastreable y más testimoniada también, como puede verse en el esclarecedor ensayo de Turguéniev sobre Hamlet y Don Quijote. No olvidemos, para entender estos desfases, que la universalidad del canon pasa forzosamente por la traducción la cual se convierte así en “la prueba del extranjero”, una de las formas más evidentes y universales de la canonizació y todo el mundo sabe que El Quijote es el libro más traducido e impreso después de la Biblia.
Conclusión: el canon no lo establece la crítica literaria, la establece el lector, no el lector bulímico del que habla Lewis.S.Carrol, ni el que se lanza a la lectura como a una orgía perpetua, preconizado por Flaubert, sino el lector inteligente y selectivo al que se dirige Nabokov en sus inteligentes críticas pero, sobre todo, lo establecen los escritores que son los que digieren y asimilan a los escritores anteriores. Son ellos los que les introducen en el canon, los que mantienen vivo el fuego sagrado y en este juego de influencias puede darse que el efecto preceda a la causa y que alguien como Corpus Barga haya podido exclamar ante Valle Inclán sin dudarlo: “¡Pero si Valle es el precursor de Cervantes!”.
Me sigo quedando con los clásicos, no quita que existen escritores actuales excelentes, pero quiénes mejor me enseñan son los clásicos. Una preciosidad lo mostrado en su artículo: " ¡Ven, Miguel de Cervantes Saavedra, a concluir con una ralea de escritores disparatados, a abatir un ideal quimérico, a entronizar la realidad, a concebir la mejor novela del mundo!. Vale".
Me encantan los " raros y extremadamentes ingeniosos", a veces nos preguntamos ¿ y qué es lo normal ? no será lo aparentemente normal una mentira. Guy de Maupassant tomaba laúdano y rayaba un poco en la línea de lo imaginario, pero ¿no tendría razón?, porque sin que en la actualidad nadie tome laúdano nos preguntamos si todo está al revés, sin sentido ¿ no estamos ante una sociedad psiquicamente destrozada?...sólo observamos y nos quedamos con esas dudas o estaremos equivocados.
Disculpe y espero que me permita llamarla por su nombre, me parece más entrañable, Estimada Julia creo que nos haría falta a las personas protagonizar algún teatro de vez en cuando como afición y nos sentiríamos más felices, porque sí que falta ilusión en las personas, tristemente es así y más preocupante en los niños que se merecen todo lo bueno del mundo.
Un Cordial Saludo. Teresa.
Publicado por: Teresa Cabarrush | 26/09/2014 en 21:34
Gracias y muy amable por su perfecta correción, también es genial que tanto causa y efecto sean lo mismo, al menos lo veo así, quizás la genialidad de la literatura es las diferentes visiones de una misma cosa o texto pero enriquecedoras todas. Creo que debería apoyarse mucho las lecturas porque es ampliar el conocimiento, pero que sean lecturas variadas, está cansada una ya de la Guerra Civil Española por poner un ejemplo, es bueno recordar las cosas pero no anclarnos en el pasado y dejar el presente de lado.
Demasiado y magnífico Valle, tantos genios que nos hacen falta ahora, tan sólo se ve escritoras que no son tan grandes cuyos aires no son dificiles sino fáciles y que no aportan nada de nada a la intelectualidad, siempre hablan de lo mismo.
Es lógico cada cual es el precursor de sí mismo, pero tampoco me pareció raro lo otro.
Felicidades de nuevo por su interesantísimo blog.
Saludos.
Publicado por: Teresa Cabarrush | 26/09/2014 en 20:23
Mi querida señora Cabarrush, temo haberme equivocado con la anécdota, que repetía en esta ocasión de memoria (sentido, porque es lo que es, del que no hay que fiarse) y al destacar usted su admiración por la sagacidad de Corpus Barga me entró el gusanillo de la confirmación. Aquí reproduzco otro artículo mío en donde cuento lo que de verdad dijo de ambos: "Valle es el precursor de Valle" y "Cervantes es el precursor de Cervantes". Ahí el efecto no precede a la causa sino que ambos son lo mismo: irrepetibles e inimitables.
http://www.libertaddigital.com/opinion/ideas/los-asi-llamados-clasicos-1276229492.html (también lo he puesto en twitter aunque no sé si frecuenta usted esos barrios.
Gracias por su atenta y perspicaz lectura
Publicado por: Julia Escobar | 26/09/2014 en 20:07
Una observación magnífica : " puede darse que el efecto preceda a la causa", simpática anécdota: " “¡Pero si Valle es el precursor de Cervantes", original como la vida misma.
Señora Escobar a mí me pasa con los best sellers cada vez que voy a los comercios y me lo menten por los ojos, más los rechazo, a los lectores nos gusta elegir por nuestra cuenta.
Publicado por: Teresa Cabarrush | 26/09/2014 en 16:33