Marzo 1999. He conocido a muchas personas letraheridas, pero aún más a personas letrahirientes. Entre ellas me cuento. Claro que no se puede llegar a lo segundo si no se ha sido antes lo primero. Todo verdugo ha sido en algún momento de su vida una persona relativamente inocente, víctima de la larga cadena de infamias que constituye la vida en su conjunto y, todavía más, en su detalle. Por fortuna los seres humanos propenden al olvido, lo que no les hace más generosos, pues hay un segmento de su personalidad, profundamente encastrado en su alma que va recogiendo, como un basurero, todo lo que desagrada al recuerdo. Para sobrevivir hay que olvidar, lo que los optimistas llaman superar. Del mismo modo que el inconsciente sirve de refugio para todo lo que nos podría hacer daño de una forma directa, un daño tal que nos paralizaría o al menos nos inhabilitaría gravemente para desempeñar las funciones más elementales de convivencia y supervivencia, así los diarios cumplen esa función de retrete del alma, de lugar apartado donde la intimidad no teme desprenderse de toda su suciedad. Retrete, lugar apartado y solitario donde se da libre curso a lo sobrante de nuestro cuerpo para permitir un mejor desahogo físico y una mejor recuperación posterior. Qué técnico, pero qué preciso.
Abril 1999. Leo la novela de José Jiménez Lozano (Las señoras) y, claro, me gusta. Es más, me parece espléndida. Pura literatura. Pepe utiliza la ironía como sistema expositivo, pero su narración parte de un hecho interior. El movimiento va de dentro afuera. Se trata de analizar posturas ante la vida, actitudes.La gente es la que cuenta, no las circunstancias. Las protagonistas son exactamente lo que su nombre indica, unas señoras luchadoras en primer plano, luchadoras contra el mundo, contra la vida que es paradójica, mientras que ellas son analógicas, empíricas y generosas. En el libro de Pepe lo peor es que la vida acaba por triunfar. Doña Realidad irrumpe en esa burbuja de oxígeno en la que viven las viejecitas adorables y la rompe en mil pedazos. Las circunstancias, las malditas circunstancias, empeñadas en hundir la vida a la loca de la casa. Supongo que un crítico social realista (que todavía los hay) verá en ese final una postura reaccionaria del autor: la marginación es mala y esa inclinación de las buenas señoras hacia ella es pura ilusión, rota por la evidencia, por la prueba palpable de que quien quiere vivir al margen de la sociedad, acaba viviendo al margen de la ley.
Mayo 99. El tiempo, eso que según Séneca es lo único nuestro y que según San Agustín si no se lo preguntaban sabía lo que era, pero que si se lo preguntaban no, nos devora, se nos escapa de las manos.Termina mayo florido y hermoso y además de los fastos propios de la época (comuniones, bodas, etc.) a lo largo de este mes se ha recapitulado especialmete sobre mayo del 68. que fue una revolución burguesa, que como todas las revoluciones burguesas, triunfó y después de eso, todos fuimos más felices y nos lo pasamos mucho mejor, al menos eso creen los nostálgicos. La única revolución del 68 que no triunfó -sino que costó màs de 70 vidas- fue la explosión juvenil de ira contra el odioso invasor en mayo del 68 en Checoslovaquia El sistema político más siniestro del mundo, junto al fascismo, el comunismo, se cebaba una vez más sobre un pueblo indefenso.
Junio 1999. Los pájaros transportan el tiempo en sus picos. Revolotean de un lado a otro, gemebundos, chillones. En ocasiones sus trinos remedan la risa mordaz y otras el quejido desconsolado del llanto. Los gorjeos aflautados del mirlo desgarran el silencio del campo. El ruiseñor, noctámbulo, pájaro rezagado, acompaña al borracho con sus trémolos y desgrana su pena cuando aún no es de día. Y en primavera, pregonero de su milagroso renacer, el cuco traicionero y escurridizo lanza su reclamo engañoso de furtivo. En el tejado de la casa una pareja de mirlos ha construido su nido. La cáscara de huevo azul encontrada en mayo, es la prueba fehaciente de su idilio. Tras un periodo de relativo silencio los polluelos pían desesperados, siempre hambrientos y sus padres se afanan buscando algo con los que llenar esos picos eternamente abiertos. Ocupan el sobrado pero es como si ocuparan la casa entera. Pasa el tiempo y ya los polluelos asoman algo más que un pico todavía negro: un cuerpo gordezuelo, lustroso y también negro, sin rastros de plumón. Pronto abandonarán el nido. De los tres que había ya solo quedan dos, pero el que falta no ha ido muy lejos. Su cuerpecito yace picoabierto y patas arriba en el jardín, muy cerca de la casa. Ha levantado el vuelo demasiado pronto? ¿O sus hermanos han decidido deshacerse de él, preocupados por el poco espacio que, conforme van creciendo, les queda para recibir el alimento? Los padres son rápidos, llegan con la comida y la introducen en un abrir y cerrar de pico. Sorprende que a los polluelos les dé tiempo a pillar algo. Creo firmemente que el difunto era el que se lo llevaba todo y los hermanos se han confabulado para eliminarlo. Unos cuantos picotazos y ¡zas! mirlo al suelo. Y ahí, en ese jardín abandonado de lunes a viernes, si no sabe volar, y está claro que no sabía, no le queda sino el olvido de los suyos y la muerte.
Julio 1999. Así como en la Academia lucía el frontispicio un aviso que alertaba que no pasara nadie que no supiera matemáticas, o en el Infierno del Dante se avisaba a los visitantes que “dejaran toda esperanza”, en la Academia de hoy se debería advertir “No pase nadie que aplique la lógica”. Siempre hemos creído que el pensamiento lógico procedía por analogías y deducciones, pero olvidamos las paradojas. Son éstas tan numerosas que se puede afirmar que lo excepcional es ahora norma y que nuestro mundo procede según la lógica paradójica: cualquier absurdo es posible, incluso explica todo y nos lleva a la primera lógica analítica y plausible. Se ha roto la ecuación espacio/tiempo, se ha pulverizado nuestro concepto de tiempo lineal. Cualquier supuesto disparate no sólo es posible sino razonable. Procedemos por intuiciones, ramalazos de luz, ráfagas de pensamientos estructurados de forma fragmentaria: el cubismo es realismo y la magia religión. La razón es leyenda. Como el último hombre sobre la tierra invadida por los vampiros en aquella novela de Richard Matheson que interpretó (torpemente) Charlton Heston en la pantalla grande. Sólo así podríamos entender el pesimismo razonable -y razonado- de los grandes desmoralizadores de la literatura universal. Pienso en Flaubert cuando decía que la historia se dividía en tres grandes etapas: antigüedad, cristianismo y estupidismo o en Schiller decretando sin vuelta de hoja que “contra la estupidez los propios dioses luchan en vano”.
Agosto 1999. Demasiado duro vivir, demasiado necio. Proceso imparable al que nos tenemos que someter. Lo peor no es perder la belleza, ni la juventud (hay muchos que nunca la han tenido), lo peor es perder la vida, ese tesoro que nadie te enseña nunca a administrar con prudencia. Y ese es el gran secreto de la felicidad: que no existe, que no hay tal. Que cuando se está preparado para ella es ya demasiado tarde. Haber ayudado a destrozar demasiadas cosas, ¿equivale eso a decir que se ha vivido? El amor no es más que nostalgia, pero nostalgia de lo desconocido.
Precioso: " Y ese es el gran secreto de la felicidad: que no existe, que no hay tal. Que cuando se está preparado para ella es ya demasiado tarde. Haber ayudado a destrozar demasiadas cosas, ¿equivale eso a decir que se ha vivido? El amor no es más que nostalgia, pero nostalgia de lo desconocido.", toda una verdad.
Hay trocitos de felicidad, pero no la Plena, efectivamente cuando se está preparado para ella es demasiado tarde.
Y lo expuesto en Marzo de 1999 demasiado importante.
Publicado por: Teresa Cabarrush | 14/11/2014 en 18:39