El pasado mes de octubre, con motivo de la presentación del libro de Sylvie Ancelot, Gastronomía y política, se proyectó en el Instituto Francés de Madrid una película que tuvo su momento comercial en 2012, con bastante éxito de crítica y público. Dirigida por Christian Vincent, está basada en la vida de un personaje real, Danièle Mazet-Delpeuch (Hortense Laboire en la ficción), una famosa cocinera del Périgord, especie de paraíso terrenal situado al suroeste de Francia. Esta cocinera de la que trata la película así titulada en España (el título original es "les saveurs du palais", esto es, literalmente, "los sabores del paladar", pero es que "palais" significa a un tiempo "paladar" y "palacio" y en español aunque el paladar también se llame así científicamente, no sería comprensible, por eso hay que acudir a estos recuros de traductor que en este caso tiene la ventaja de ser muy descriptivo y eficaz) es muy diferente a otras cocineras legendarias, de hombres también muy famosos, como la cocinera de Lenin, por ejemplo, aquella mujer imposible -por inexistente- que según él, podría conducir la nave del país cuando las estructuras del poder estuvieran bien atadas. Delphine, que así se llama la dama, es más libre, seguramente más preparada y más culta que la ruda Natacha. Es lo que pasa en Francia, que todo el mundo ha estudiado el bachillerato francés. Además la gastronomía es, junto al amante oficial, una institución cultural de primer orden, mimada, jaleada, subvencionada, ensalzada y exaltada, con talleres, teoria, cátedras, aplausos.
Pero vuelvo a la película que es realmente amena y en la que se nota sin duda la deuda de su director con Renoir. Para empezar, hay que verla comido, de otro modo es una tortura y hasta puede ocurrir la terrible desgracia de que uno tenga que salir a escape de la sala a comprar, horresco referens! una bolsa de palomitas, o cualquier otra abyeccion masticable para aguantar el insaciable apetito que se te despierta viendo los platos que prepara la trufera del Périgord, contratada por ese presidente de celuloide inspirado en Mitterrand al que, según el escritor D'Ormesson, actor que lo interpreta en el film, le importaba un bledo lo que comía, pero ya se sabe lo que hace Dios con renglones torcidos.
Esta señora ha sido sacada de su Edén perigordiano y trufero y llevada casi a la fuerza al Elíseo para que le prepare al Presi, harto de la comida de diseño (la misma que tenemos que tragarnos ahora en España) los exquisitos platos que le preparaba su madre, que es de suponer, también era de la región. Esos platos "que le preparaba su madre" no son los platos que nos preparaban las nuestras; estamos hablando de cocina francesa y la cocina francesa, incluso la más tradicional, es lo más alejado de nuestra cocina española "de toda la vida", menos elaborada, sin duda, y más rotunda, pero más "natural" y, todo hay que decirlo, bastante más digestiva a largo plazo que las mentadas delicias galas.
El idilio entre la cocinera y el presidente (interpretado como he dicho por el refinadísimo y aristocrático d'Ormesson, trasunto francés de nuestro fallecido Luis Escobar) es totalmente platónico y no sólo se termina por la envidia cochina que le tienen las tortugas Ninja de la cocina central del Palacio, sino también por la inevitable indigestión e inflamación de hígado del Presidente. El higado graso, justicia que se hace a los miles de millones de patos torturados en nombre de la "grandeur" y la excepción cultural, es la enfermedad nacional francesa, como la nuestra lo es es el colon irritable.
Para terminar, no cabe sino desear que se hagan muchas películas de este estilo en este momento farragoso que nos ha tocado vivir, que explotemos las infinitas posibilidades plásticas que da la comida, en la que están implicados todos los sentidos Es una manera deliciosa de dirigirnos a nuestro destino final. Chesterton decía que cuando no hay sentido del humor sólo nos queda a comida. Con todos mis respetos, si eso nos preserva de caer en política, engordemos.
Mejor engordar.La amistad amorosa es bonita entre quienes la vive.
Publicado por: Teresa Cabarrush | 18/11/2014 en 13:15