(Publicado en Vardar, Madrid, noviembre de 1984)
Publico aquí el artículo con el que "salí del armario" izquierdista en el que estaba encajonada. Se publicó en una revista semi clandestina que, creo recordar y si no que me corrija el aludido si me lee, dirigía Eugenio Gallego. Tuvo muy pocos números, como es de suponer y yo colaboré en dos o tres. Desgraciadamente no conservo ningún original pero sí una copia de los manuscritos. Se titula, "Represión clandestina. La tesis Navales" y aunque los hechos pertenecen al pasado, la tesis sigue vigente. Al menos, eso creo.
"Leo en un periódico de Madrid (ABC del 7-7-1984) una noticia que no parece haber llamado demasiado la atención y que sin embargo no tiene desperdicio. En efecto ¡qué abismos abre a nuestros ojos, de represión, de miedo, de cobardía intelectual! !Qué resumen, qué excelente compendio nos presenta su aparente absurdo, su estrafalaria escenografía, de lo que tantos y tan sesudos historiadores de hoy se afanan por desvelar: los turbios años de la recientemente descubierta historia inmediata. Resulta que Lola Flores, sí, Lola Flores, la diva del franquismo, racial, torrencial, flor carnal de un mundo sobradamente carnoso, acude a Cornellá de Llobregat (Barcelona, nos aclara la agencia) para asistir a una actuación-homenaje en su honor (sic) Y hete aquí que ese acto de pura simpatía, intranscendente, trivial, se convierte de golpe y porrazo en un acontecimiento de la trascendencia anteriormente sugerida.
Dos grupos de pareceres similares entre sí pero contrarios a los de los organizadores del acto se personan en el lugar de los hechos. El primero de ellos profiere gritos airados a favor de Sarita Montiel y en detrimento de la homenajeada y el segundo -aparentemente sin relación alguna con el primero- más agresivo, lanza tomates contra aquellos que sólo pretendían recibir flores. Este último grupo, el de los tomates, no el de las flores, iba encabezado por el concejal independiente del grupo comunista municipal de la localidad, de nombre Miguel Ortiz quien portaba una pancarta que rezaba: "Navales (ya se verá quién es el tal Navales y por qué se le dice esto) ahora sabemos lo que estábais haciendo en la clandestinidad". Según aclara la noticia, Navales, concejal y teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Córdoba, amén de miembro de la asociación "Amigos de Lola flores", al comunicar la celebración del homenaje de marras declaró que ese acto les permitía demostrar su admiración a Lola Flores, admiración que tras muchos años de represión habían tenido que ocultar escuchando los discos de la artista en la clandestinidad para evitar suspicacias con sus compañeros de partido y gentes de izquierdas en general) (el subrayado es mío). Dejando de lado el aspecto puramente anecdótico -nada desdeñable, por cierto- de que haya quien prefiera la papada nacarada de Sarita Montiel a la doblemente faraónica "calne molena" de Lola Flores, así como las cruentas y por ende lamentables consecuencias del hecho (que acabó con el provocador portapancartas en el dispensario local) vale la pena examinar con algún detenimiento lo que revelan las declaraciones del pobre Navales.
Sin embargo, no es ésta la primera vez que se han oído palabras semejantes en boca de avezados luchadores antifranquistas, aunque ninguno de ellos se haya atrevido -que yo sepa- a divulgarlas públicamente. Y así, por medio de la confidencia y de la charla de café, se ha sabido que el Partido Comunista, Partido siniestro do los hay, disciplinado y disciplinario, tiránico e intransigente, allá por los años cincuenta prohibía a sus miembros asistir al fútbol como si el inventor de ese internacional espectáculo deportivo fuera el mismísimo diablo, es decir, Franco o alguno de sus secuaces. ¡Qué desesperación la de los pobres comunistas, incluso la de los simples simpatizantes que sin duda, y mayoritariamente, habían educado sus piernas en ese juego y que desde pequeñitos habían admirado ruidoasamente a los futbolistas más afamados, al tener luego que hacerlo en silencio en aras de una más que ineficaz oposición política! La lista de prohibiciones de la Inquisición comunista y antifranquista era larga y se refería a los más variados aspectos de la existencia humana: Cine, teatro, literatura, espectáculos callejeros, fiestas, costumbres sexuales (los comunistas eran unos defensores acérrimos de la pareja única y a ser posible matrimoniada y por la Iglesia, mejor) todo estaba mal, todo había que consultarlo con el enlace-confesor. Incluso llegaron a prohibir la limosna (darla, no recibirla, claro) para con ello exacerbar la conciencia de clase (?) de los indigentes. Parece obvio el cariz de maldad y estupidez implícitas en todas estas medidas encaminadas a salvaguardar la pureza de los militantes comunistas. No es de extrañar que entre la cerril represión oficial (cuyos perniciosos excesos creo excusado recordar, del mismo modo que cuando se dice que el arsénico mata no hay por qué recordar que la estricnina fulmina) y esta otra que nos descubre Navales, mucho más inquietante porque era libremente asumida (¿qué libertad es ésa que reprime a quienes se supone que deben practicarla ?) la vida de los por aquel entonces jóvenes de izquierdas fuese todo lo triste, todo lo aburrida, todo lo gris que ellos sostienen que era.
Tampoco es de extrañar que en el desierto autogestionado en el que habían convertido la vida intelectual y cultura de sus activistas y seguidores, florecieran los nauseabundos productos de todos conocidos y pudieran ejercer su tiranía intelectual y moral gente menor de la calaña de los Sastre y sus siniestras esposas (pues como las cucarachas siempre iban por parejas). Resulta ahora sencillo comprender lo cierto que es cuando afirman y repiten hasta la saciedad que durante aquellos años no se podía hacer nada, ni siquiera leer. Evidentemente, pues aunque gran parte de la literatura universal estaba al alcance de quien quisiera con poquísimas y realmente poco relevantes excepciones (desafío a quienquiera que sea a que me demuestre lo contrario), ellos, con su mojigatería de sacristía, con sus confesores de célula, con su pasividad y obediencia monacales, no podían leer a fulanito porque era burgués, a menganito porque creía en Dios, a perenganito porque escribía de espaldas a la realidad social, a zutanito porque le habían dado el premio Nobel y además, porque no les gustaba un pimiento leer, qué caramba. Lo que les gustaba -ahora se atreven a confesarlo- era ir al fútbol, ver películas corrientes y molientes, bailar en las discotecas o en la verbena de su barrio e ir a los toros (todo muy humano, muy normal), es decir, todo lo que se podía hacer perfectamente cuando Franco pero que se lo prohibía su religión, es decir, todo aquello a lo que ahora se precipitan en masa. Total, que se aburrían espantosamente leyendo a Franz Fanon, viendo películas de las llamadas "con mensaje" y alimentándose de esas berzas, coles y refritos insoportables que medraban a la sombra de la Puerta del Sol y al amparo de la sacrosanta disciplina del Partido, sometidos al chantaje moral de unos seres que habían capitalizado arbitrariamente la lucha antifranquista con toda la carga sentimental que esta tenía para esos millares de seres derrotados y por eso mismo desmoralizados, pues como los católicos con su Iglesia los comunistas durante demasiado tiempo han hecho creer a la gente de izquierdas que fuera de ellos no había salvación
¡Qué cruel paradoja (cruel para la artista encausada, por supuesto), pensar que a lo mejor mientras Marisol, niña repelente y prodigio, sufría como un camello porque tenía que cantar tonadillas vejatorias y hacer humillantes piruetas a la mayor gloria franquista, sus admiradores antifranquistas tenían que escucharla clandestinamente, escondiéndose del inquisitivo vecino de célula que podía avergonzarle y acusarle en la siguiente cita en el parque por sus tendencias sospechosamente reaccionarias! Total, que en el fondo, en lo que respecta a gustos inconfesables, poesía ramplona, canción vulgar y nacionalismo futbolero, los franquistas y antifranquistas estaban de acuerdo. Ahora que las pasiones se han calmado, que la inoperancia de la represión de ambas clases hace aflorar lo más íntimo del ciudadano medio, surge como era de esperar lo auténtico, lo fetén, que es, ¿por qué no? lo mismo que proliferaba bajo la estética del dictador: la selección nacional de fútbol, las tardes de toros multitudinarias y polvorientas, Lola Flores y Sarita Montiel a todo pasto.
En "El Cero y el Infinito" creaba Koestler un personaje y una historia que dieron contenido y nombre a una célebre teoría para explicar la asombrosa actitud de los procesados por Stalin en sus famosas purgas: la tesis Rubashof, la realidad histórica española ha creado su propia tesis para explicar el fenómeno de la represión clandestina: la tesis Navales . Esta tesis nos ayudará a comprender mejor cuán funesta época fue para los españoles de izquierdas la del franquismo, pues sufrían una doble represión: la oficial y de rebote, la clandestina. El dilema que se les planteaba a esas pobres personas era espantoso pues si bien públicamente no podían expresar libremente sus opiniones políticas, tampoco en privado podían expresar sus gustos y aficiones pues se lo impedían esas mismas opiniones políticas. ¡Qué duro debió de resultarles asistir a la filmoteca o al cine club de turno con cara de admirador de Losey o de Bergman cuando en el cine de al lado ponían aquellas películas tan denostadas por aquel entonces y que ahora los socialistas han rescatado de las garras de los nostálgicos y trasnochados! Terrible destino el de esas víctimas de su tiempo, pues si decían que eran de izquierdas en la carnicería, malo, pero si decían a los amigos que les gustaba Lola Flores o el fútbol, peor. Afortunadamente ya todo está arreglado, la democracia, madre generosa con sus hijuelos ha venido a deshacer el terrible equívoco. Este sistema político que al decir de los cínicos es el menos malo de todos, ha demostrado en España ser excelente, reconciliando (en gustos que es lo que importa) a izquierdas y derechas, liberando a los españoles de las servidumbres sentimentales del pasado inmediato. Los españoles de izquierdas, tras estos casi cuarenta años de insospechada represión pueden dar rienda suelta a sus instintos verdaderos,. Ya no están obligados a suspirar extasiados ante las películas de Bergman que siempre les había parecido sospechoso con tanto Dios para arriba y para abajo. Por fin pueden ir al fútbol con la frente muy alta y decir aquello de que el árbitro es antiespañol y nos ha hundido el partido, e incluso aquello otro de que los toros es la fiesta nacional sin que lo de nacional se les caiga de la boca como una bomba sacrílega e inoportuna. Como esas gordas vergonzantes, al fin se han quitado la faja y pueden, ya sin ningún disimulo, darle gusto a las mantecas."
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