1 de abril 1994. Riaza. Primer día del mes de abril y el tiempo ha empeorado como siempre por estas fechas. Hoy ha hecho un día típicamente primaveral: viento frío, nubes, lluvia, claros, y la tarde apoteósica con su puesta de sol. El resto del día ha pasado sin pena ni gloria. He trabajado algo en mi Asamblea de los muertos y estoy acabando de leer el libro de Tournier para Diario16. En lo que queda de fin de semana y de vacaciones quiero terminar esa nota y llamar a Ymelda, amén de a Eduardo Naval que me llamó la otra noche. El lunes daré a los de Poesía las correcciones de Almada.
8 de abril 1994. Madrid. Bueno, al menos termino esta estancia con algunas cosas resueltas: artículos entregados y bastantes publicados, proyecto ultimado y presentado a las Ayudas y preparada subvención para la maldita Asociación. Ahora a entregarme un poco a Jaime Salinas y a ¡Tamarón! ¿Será eso posible? Pero mañana lo pienso dedicar a la familia. Hoy, después del gran palizón, he estado con JP viendo una de esas películas americanas de complots y acción que tanto nos reconfortan y nos devuelven la confianza en el género humano.
19 de mayo 1994. Ayer llamé a Isaac Díaz Pardo al Instituto Galego de Información donde se tiene (y le tienen) recluido. Me acordé de él, le vi, de pronto, solo en aquel edificio inmenso, esa especie de monstruo de Frankenstein al que le falta el cerebro (los ordenadores y las bases de datos) y me sentí conmovida por su imagen de desolación y acción, al mismo tiempo. Le gustó recibir mi llamada. Se lo noté. Me repitió que podíamos ir ahí cuantas veces quisiéramos porque siempre seríamos bien recibidos. Este verano podía ser la ocasión pues nos ha invitado a Cervo, para visitar la instalación de Sargadelos. El I.G.I. me parece una maravilla, la realización de un sueño. Me seduce la vida en comunidad, la vida conventual, pero sin votos ni reglamentos, rodeada de gente que cambia constantemente y de libros y de papeles que no te pertenecen de verdad y que puedes acumular sin mala conciencia porque son para otros; custodiar libros y documentos, poner en contacto personas y entidades sin mayores implicaciones personales. Hablar con mucha gente y, en algunos momentos, estar sola para lamerse las heridas… y volver a empezar.
25 de mayo 1994. Todavía en casa y digo todavía porque hoy tengo un ajetreo terrible con lo de APETI. Ayer, tampoco fue un día manco de acontecimientos molestos. Todo empezó con la dichosa Asociación. Luego trabajé en lo de Jaime, que me mandó más material. Jaime se está empezando a poner nervioso. Quiere a toda costa que tengamos alguna escena pero yo me niego panza arriba. No me da la gana tener una trifulca con Jaime y echar por tierra un proyecto en el que estoy trabajando tanto. A todo esto, con lo de Carmen Iglesias de por medio, que he empezado a hacer y que, francamente, no me supone gran esfuerzo, la verdad es que como es para 1998 lo hemos encarado con tiempo. Así da gusto. A la tarde voy a la presentación de la Enciclopedia del Lenguaje en la Biblioteca Nacional donde me encuentro a Carmen Lacambra, Adolfo García Ortega, José Antonio Millán, que es uno de los responsables de la edición. María José Gómez Navarro me comenta que está en tratos con José María Marco, quien a su vez está corrigiendo la novelita de adolescentes madrileños para presentarla al premio Jaén. También saludé a Concha García Campoy, que actuaba como presentadora, a Natacha Seseña, a Lola Ferreira… El resto de la gente eran personas totalmente desconocidas para mí, posiblemente relacionadas con el mundo académico, aunque tenía aspecto de vendedores de libros, o de distribuidores. Millán me confirmó que eran del mundo académico. No me extraña que los más ambiciosillos quieran ser presentadores de televisión. A la luz del nivel de todos, y de lo bien que estuvo la Campoy, queda claro que los presentadores están mucho más cerca del lenguaje, o al menos de su expresión hablada, que los académicos que, en principio, desentrañan sus misterios más profundos.
21 de junio 1994. Vida ajetreada la mía que apenas me permite "confesarme" en mis cuadernos. Si yo ahora repasara mis anotaciones de hace más de diez años, cuando empecé a ir a las Asambleas de APETI y las comparara con la realidad comprendería hasta qué punto es aventurado decir de este agua no beberé o extrañarse de nada de lo que pueda acaecer en este bajo mundo. Por ejemplo, siempre me llamó la atención que hubiera gente que se quisiera presentar a los cargos de las asociaciones de ese tipo, aunque bien pensado de cualquier otro tipo y hete aquí que a fecha de hoy, ante la Administración y ante los hombres soy la presidenta de la mencionada cueva. Las razones que le hacen a uno llegar a esto, más que basadas en la lógica pura, más que obedecer a un destino concreto buscado, deseado o añorado, responden a una serie de azares, de circunstancias, todas ellas adversas, que le llevan a uno a encontrar por caminos atravesados aquello de lo que siempre había huido por la vía habitual, lo que equivale a decir que la vida escribe torcido con palabras rectas. El caso es que desde el pasado viernes soy presidenta de APETI y, por lo tanto lo soy también de la Fundación Consuelo Berges, lo que es más aceptable. Por lo demás, sigo liadísima con el libro de Jaime Salinas quien se está convirtiendo en alguien quisquilloso, dispuesto a enfurecerme, pero no lo conseguirá, me he propuesto no enfadarme nunca con él, no perder los nervios, no permitir que me coma la moral toda esa turba que está detrás de él, creyendo regirle e influyéndole en cierto modo. Si se cree que no me doy cuenta de que muchas veces su comportamiento hacia mí varía por la influencia directa de alguna conversación con el clan Pradera que le calientan los cascos de alguna de las mil maneras en que saben hacerlo, como el propio Jaime me ha confesado... Claro que me doy cuenta. Pero finjo que no, que sigo siendo algo atolondrada (le encanta suponerlo), apasionada, etc. También mantengo en paralelo cierta actividad periodística (muy mitigada), y últimamente casi ninguna propiamente literaria (ni siquiera esta fuga interior). Se puede decir que la APETI me está haciendo perder mucho tiempo.
17 de agosto 1994. Riaza. Quiero volver a mi vieja costumbre de escribir todas las mañanas, nada más levantarme, unas líneas en mi "querido diario". Ha sido mi desayuno durante demasiados años como para ahora abandonarlo. Es también una cuestión de disciplina literaria. Es aquí donde he aprendido a escribir, aquí donde se me han ocurrido la mayoría de mis ideas y poemas. Es aquí donde he aprendido también a pensar y a reflexionar, es más, es mi manera de pensar y de reflexionar. Aquí he sido sincera sin tapujos y lo seguiré siendo, pase lo que pase. “En honor a la verdad”, así se podrían titular las memorias de Jaime de las que me he olvidado salvadoramente. Nada me complace más que saberle en Islandia, en buena compañía, a miles de kilómetros de distancia de mí y de mi teléfono, con unas vacaciones tan grandes como las que me ha dado: ¡hasta mediados de octubre! Justo el tiempo para terminar la traducción de la Sagan, el artículo de Tamarón y las críticas pendientes para Diario 16 que, por cierto, voy a empezar hoy mismo sin falta. Quiero mandarles mañana o pasado al menos la de Sollers, después la de Machover y finalmente la de Mari Ndiaye. Ya veré que hago con las otras, pero me parece que no voy a molestarme en escribir una línea mas.
18 de agosto 1994 Riaza. Cuarto día de soledad. Son las nueve menos cuarto de la mañana (y sereno). El día promete ser igualmente veraniego que el de ayer lo cual no es demasiado alentador para mí dado lo poco que me gusta la manifestación térmica de ésta por otra parte increíblemente bella y madura estación. Es una pena que no se pueda gozar de estos cielos azules, esa fronda verde, ese olor penetrante de mil flores, ese bullir de vida y alegría sin padecer sofocos y sudores. Pero en fin, todas las estaciones tienen su pega y ésta habrá que sortearla como mejor se pueda que es, siempre lo ha sido, levantarse temprano y aprovechar la mañana "a tope". Si me pongo a escribir aquí en vez de precipitarme a los ricos prados con mi perra es por disciplina y para demostrarme a mí misma que puedo tener una voluntad férrea y llevar adelante muchas más cosas de las que esperan de mí. Ayer paseo largo (sobre todo por el tiempo más que por el espacio) con Luz Tapia que vino a recogerme justo cuando yo me dirigía a hacer lo propio con ella. Fuimos en su coche, con su perro, reprimido y por lo tanto insoportable, amén de macho (todo lo que rodea y esclaviza a esa mujer es y ha sido macho) y Mora se portó con la resignación acostumbrada de las hembras de su especie. Nos encontramos en el paseo (que al ser con Luz tenia un propósito práctico -encontrar tomillo salsero) con el famoso Moro, el registrador, a quien me presenté como una "paciente" de su hermana Concha, olvidando esa hermosa palabra que a este paso va a desaparecer (y también por mi culpa) de "enferma". La cuñada de Concha me dijo que ésta era poco favorable al quirófano lo cual no me llena de optimismo precisamente puesto que conmigo no ve otro remedio, al menos a medio plazo. Luz me cuenta que a un amigo suyo médico, cardiólogo le han tenido que operar y que está deprimidísimo porque sabe que no sirve para nada o para muy poco -un parche, qué- Un parche, sí, pero me lo voy a tener que poner tarde o temprano.
16 de septiembre 1994. Riaza. Es tal mi pereza a enfrentarme a la vida real y a los compromisos adquiridos con la misma, que estoy entrando en una franca depresión, quizás también ayudada por el hecho innegable de que estoy algo enferma, no sé de qué, pero sí que estoy enferma. Reacción: he empezado a llamar desesperadamente por teléfono a diestro y siniestro y lo cierto es que me he sentido muy reconfortada. Lo primero de todo ha sido llamar a José María para preguntarle por su conferencia. Marco se muestra relativamente optimista ante su futuro y tiene porqué pues ha conseguido su contrato con ICADE y se dispone a iniciar un curso movido y -lo auguro yo, no él- lleno de complicaciones, porque no puede ser de otro modo tratándose 1º de la Universidad y 2º de la Universidad privada, mucho más exigente y mafiosa que la pública, aunque la gente tienda a mitificarla. Me he mostrado ante Marco desesperanzada y acobardada ante todas mis responsabilidades y próxima al abandono de las mismas. Él me ha animado, instándome erróneamente a la calma. Se trata precisamente por culpa de la calma por lo que yo rechazo ahora dichos compromisos y responsabilidades. La naturaleza, lo rústico, desenerva y pone en una situación muy poco propicia a la convulsión nerviosa que se necesita para mantener el ritmo de la capital y de mi vida profesional en particular; el campo, al ennoblecer y embellecer nuestros instintos los simplifica tanto que los ablanda y los deja incapacitados para determinadas funciones gestoras, rectoras, competitivas, etc. Sólo la ciudad, con su ritmo convulso e hiriente, puede imprimir a los nervios el carácter suficiente para disponerlos a la defensa y al ataque. José María se echó a reir y me comentó que Ortega decía que el campo embrutece, también Eugenio d’Ors comenta algo que va en la misma vía: “contra la rusticidad, la ciudad”.
Mi vida profesional... espoleada por su urgencia y su recuerdo he iniciado la siguiente ronda de llamadas: Carmen Lacambra, infructuosamente. Beatriz de Moura en Editorial Tusquets aún más infructuosamente Por fin, una llamada que sí ha conseguido su objetivo: Juan Eduardo Zúñiga. ¡Y cómo me ha reconfortado...! Hemos empezado por el comentario respectivo de nuestras vacaciones y hemos dado un repaso a la actualidad literaria: revistas, suplementos, entrevistas, la alusión de hoy en el ABC --le ha decepcionado, aunque conociéndolo no lo admitirá- que le dijera que la redacción de la misma dejaba claro que no era Conte el autor de dicha columna, pues parecía bastante poco enterado de lo que se cocía en realidad. Después hemos ido al grano, que es de oro: mi prosa, mi propia y difícil prosa. Y ha sido muy aleccionador. Le pregunté si había leído la “Asamblea de los muertos” cuyo manuscrito al final le pasé, y dijo haberlo hecho; para empezar me dijo, con cierto aire reivindicativo, que no era una novela, como si yo alguna vez hubiera pretendido que lo fuera, cosa que queda clara en la introducción del libro, después añadió, en el mismo tono de reconvención, que son ejemplos morales, con un sentido ético, ejemplar, etc., que es un libro difícil porque tiene una tesis... Si eso fuera cierto tendría razón pero no lo es porque todo eso que dice, de ser cierto, quedaría anulado por el tono irónico y paródico del libro. Su aversión a la literatura de tesis y a la literatura moral (que comparto) le lleva a ver filosofía y religión por todas partes. En cambio, me elogió “Cuernos en Industria”, que no es más que un divertimento sin empeño narrativo alguno, simple y bobo. Dijo que "estaba muy bien escrito", cuando en realidad era una parodia de la parodia de la parodia de lo que es un libro bien escrito. Una trampa de escritor que yo habría detectado a la primera. No me ha decepcionado que me dijera eso. Siempre he creído que a la gente sólo se permite elogiar aquello que realmente no le importa. Como decía Gustavo Fabra, la vida es dura pero desagradable.
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