Publicado en Rinconete, Centro virtual Cervantes, el 18 de diciembre de 1999 con el título de "El espejo y la literatura"
Una de las metáforas más citada sobre la novela es la que la convierte en «un espejo que se pasea por el camino». La fórmula es de Stendhal y ha hecho fortuna. Algunos autores, como el malogrado escritor Georges Perec, uno de los integrantes del grupo experimentalista OULIPO al que también pertenecía Raymond Queneau e Italo Calvino, en su última e inacabada novela 53 días (que son los que tardó Stendhal en escribir La Cartuja de Parma), recrea numerosas variantes sobre esta frase.
Pero en realidad, como suele ocurrir siempre con los logros más difundidos, la metáfora es más antigua. En Cervantes encontramos, por dos veces, algo similar que, aunque no va a referido a la novela, sino a la comedia, tiene la misma eficacia. En la primera, el cura se queja con el barbero de la decadencia de la comedia que ha dejado de ser lo que era, es decir, «según le parece a Tulio, espejo de la vida humana, ejemplo de las verdades e imagen de la verdad» (Don Quijote I, 48) y más adelante, don Quijote explica a Sancho que la comedia nos pone «un espejo a cada paso delante, donde se veen al vivo las acciones de la vida humana y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes» (Don Quijote. II,12).
Este concepto del novelista o del comediógrafo como notario de la historia, según Zola, o como el gran revelador de la verdad, según Solzenitsky, remite a la fructífera megalomanía de los novelistas, además de a su evidente desconfianza en la labor de los relatores, documentalistas e historiadores.
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