1º de enero de 1997. Buen día para empezar el año. Sobre todo cuando, como yo, se está casi en fase terminal (de gripe, se entiende). Se me agolpan un vez más todas las cosas que tengo que hacer y esta mañana, leyendo El budismo Zen y el mantenimiento de la motocicleta, de Pirsing, me doy cuenta de que éste tiene razón y la clave del embrollo tecnológico no está en su complicación sino precisamente en lo contrario, en su simpleza. El que un simple tornillo se te resista imprevisiblemente en el momento de ir a abrir una tapa donde está realmente oculto el verdadero problema (eso crees tú) y te quedes atascado y ese verdadero problema sin solución pone el punto sobre las íes de donde reside dicho “verdadero problema”, en todas partes y en ninguna es decir, en todas las partes que configuran el todo, el conjunto que tu míticamente, engrandeces hasta el punto de considerarlo un fenómeno aislado, entero donde reside la madre del cordero. Te has atascado, como ocurre con las palabras en la escritura y en la traducción, porque ves el resultado, no el proceso, y tienes que desconstruir para volver a reconstruir. Fragmentar por elementos (y no hay elemento menos importante que otro), por eso nos atascamos, porque queremos acometer el resultado sin analizar las partes que lo componen. No podemos tragarnos de una vez una obra entera como no podemos abrir el motor central de la motocicleta si no atendemos debidamente a ese “simple” tornillo que aquí viene a ser como una preposición que, mal usada o mal comprendida, hunde la frase, aniquila el texto. Esto, tan simple, lo han dicho desde siempre todos los sabios que en el mundo han sido y, sin embargo, de qué poco nos ha servido. Hay que descubrirlo cada vez, esa es la verdadera revelación y por eso no solemos avanzar en lo que nos proponemos o avanzamos mal, o a medias; porque no damos importancia a los tornillos. Como cuando alguien expresa lo que tú sientes y crees, adhesión unánime y el milagro del reconocimiento, aristotélico. ¡Así que era eso lo que me estaba pasando con mi nuevo orden de cosas, con mi nueva ética-estética! Siempre supe que las personas de las que no se espera nada y que no tienen nada que demostrar podemos hacerlo todo, y aprender, sobre todo aprender, mientras que los ahítos de yo, los gordos del ego, no aprenderán nada más que aquello que aprendieron hasta que se creyeron que sabían algo. Creo que por eso las mujeres (acostumbradas a desmadejar y a tejer) somos más “sabias” que los hombres y si no fuera porque éstos nos desprecian (porque ignoran) dominaríamos el mundo y acabaremos dominándolo. Y me alegraré, ya lo creo. Pirsig es un maniático de la perfección, por eso Fedro -su personaje- enloquece, aun así, seguiré sus consejos, iré tornillo por tornillo, quizás alguna vez consiga ver, completa, la extremidad de mi mano.
2 de enero de 1997. Enferma, de una manera virulenta, como hacía tiempo que no lo estaba. Pero ya me estoy reponiendo. Ayer fue atroz, fiebre, incomodidad física (que no dolor) y una serie de cosas horribles como el sueño del que me acabo de despertar. Estaba mi hija en el prado trasero de nuestra casa de Riaza, haciendo cosas extrañísimas. La toqué la cabeza y ví que tenía un bulto horrible, una especie de bollo en el cráneo. Impliqué a JP en la preocupación, y estaba él haciéndolo (es decir preocupándose) cuando me desperté. Ahora, ella duerme plácidamente en su habitación, también con gripe y yo me he quedado con ese regusto de realidad que a veces te traes de los sueños, como esa legendaria rosa que testimonia que era realidad y no sueño lo que padecía el poeta enfermizo: me he quedado con la impresión de Ana tiene realmente ese bulto, que yo se lo he tocado alguna vez y, esto es lo que me tortura (y creo que me torturaba en el sueño) que no le hice caso.
18-2-97. Esto es interminable. Supongo que me estoy refiriendo a la vida misma. No a otra cosa. No al trabajo que puede acabarse, ni a las relaciones con las demás personas, que también. Y a propósito de las relaciones con las demás personas, he vuelto a reaparecer en público. Fue en la Biblioteca Nacional (creo que la última vez que me produje en público fue también allí). Se trataba esta vez de la presentación de la Revista Libros, dirigida por Álvaro Delgado Gal, a quien yo no conocía y que me presentó Carlos García Gual. Me encontré a medio mundo y parte del extranjero. Entre otros a Lola Ferreira quien me inició en una especie de secreto a voces: al parecer Espasa Calpe está buscando novelistas para un super premio de literatura al alimón con el Corte Inglés. Me sugiere que me ponga en contacto con Raquel de la Concha para que me dé el visto bueno y presente mi novela porque en estas lides no se puede al francotirador. Ayer conversación telefónica con Lola respecto a eso y otras cosas. Lola, sin duda, tiene de mí una visión algo exagerada, piensa que soy una ambiciosa de tomo y lomo, egoísta que sólo piensa en triunfar y no es así del todo, aunque hay algo cierto (soy yo quien lo dice). Ahora estoy un poco en baja forma moral. Ya no me encuentro hiperexciltada como en otras ocasiones. Parece que a ello contribuye mi mal estado de salud. Esa larga gripe y la soledad que conlleva, son un buen momento para recapitular. Además hoy me encuentro cardiopática. Ahora estoy aquí feliz de no ser feliz pero de sentir que no lo soy. Me explico: sentir un regusto de infelicidad me devuelve a la realidad, porque esa especie de perpetuo movimiento, ese entusiasmo lírico o ejecutivo por las cosas, los animales, los parajes, no es normal, raya en lo patológico. Sin embargo, cuando ese gramo de infelicidad me toca, “siento” la realidad de forma mucho más intensa que cuando la veo electrizada y mediatizada por la manía, por la excitación. ¡Qué lejos ahora, Salinas y Thyssen! ¡Qué poca importancia publicar o no! Es mucho más valioso este momento en el que un rayo de sol, el último de la tarde, ilumina mis libros y calienta mi mano izquierda, mientras la gata lo persigue para que la caliente a ella también. Todos en casa leen, estudian o duermen. Todo va bien. Estamos vivos.
27-1-97.- Por fin he ido a visitar a Raquel de la Concha y la he dado la última versión de Nadie dijo que fuera fácil y, de pronto, me siento deprimida. No porque Raquel me haya deprimido -todo lo contrario, su postura hacia mí ha sido cariñosa y solidaria, incluso parece creer en mí, en mi capacidad de escribir bien, de llevar a cabo una novela bien hecha- sino porque me ha puesto en la realidad de las cosas respecto al premio Primavera y su posible ganador: tiene que ser alguien muy, muy famoso, porque el Corte Inglés no se quiere arriesgar a perder los quince millones. No se dan cuenta de que es al revés, que salga quien salga ellos ganarán. Es una inutilidad y un cansancio muy grande volver a premiar a los mismos por lo mismo. Pero bueno, así es con estos premios millonarios y concertados, y así seguirá siendo toda la vida. Abandonaré esa loca ambición y me refugiaré en la literatura, en mi escritura. Ya va siendo hora de que me deje llevar por ella. Pero eso supone mucho trabajo y mucho tiempo y mucha paciencia y mucho tiempo y mucha energía y mucho tiempo.
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