Publicado en La Quimera. 28/12/2005.- De donde son los ogros
Hoy es el día de los Inocentes. No es un día de esos que programa la UNESCO en su santoral laico. Lo que se conmemora –ya nadie lo recuerda- es la matanza de recién nacidos ordenada por Herodes para acabar con Jesús, a los pocos días de su nacimiento. Yo iba a hacerlo aquí con unos versos jocosos atribuidos a José Carulla, el nunca demasiado bien ponderado autor de “La Biblia en verso”, que aluden de manera algo irrevente a ese luctuoso episodio: “Jesucristo nació en un pesebre/Donde menos se piensa salta la liebre/Herodes le dijo a Cristo/Si te cojo, te hago pisto/y Cristo le dijo a Herodes/Pues por esta vez te jodes/ Porque yo me largo a Egipto” y que, habida cuenta de que el mencionado poeta-funcionario (que por cierto tenía frito a don Antonio Maura para que la Biblioteca Nacional le comprara su obra) era un señor muy católico y formal, deben ser indudablemente espurios, pero de pronto me salta a la cara una noticia que me devuelve al verdadero y dramático significado de esta “fiesta”: el de la proclamación del horror y la injusticia en estado puro.
Resulta que acaba de morir en su cama, a los 90 años de edad, uno de esos monstruos en los que tan pródigo fue el siglo XX. Se llamaba Heinrich Gross, era psiquiatra y se dedicó a experimentar con niños deficientes e incapacitados en el hospital vienés de Spiegelfund durante los años cuarenta. Creemos que lo sabemos todo de esa época; hemos visto tantas atrocidades sobre aquellos años que no concebimos que puedan salir a la luz nuevos datos. Pero así es; el caso Gross no está cerrado porque en realidad nunca se ha abierto. Sus víctimas viven todavía y durante todos esos años intentaron procesarlo en vano. Siempre salió de rositas e incluso gozó durante décadas de la protección del Partido Socialista austriaco, llegando a recibir, en 1975, la Cruz al Mérito Científico, aunque se la retiraron en 2003. Se le atribuyen –censadas- 789 muertes de “vidas sin valor”. En los años 90 uno de sus víctimas le reconoció y descubrió que trabajaba para el Ministerio de Justicia austriaco como perito judicial y psiquiatra. Fue inculpado pero se le declaró incapaz por su mala salud.
Adolfo García Ortega publicó hace un par de años una novela sobre las víctimas infantiles del Holocausto. Se titula El comprador de aniversarios (editorial Ollero y Ramos) y trata de las vidas que el narrador "regala" a Hurbinek, un niño judío que murió a los 3 años en Auschwitz y de cuya existencia sólo hay una breve mención en de Primo Levi en “La tregua”: “Mi atención –escribe Primo Levi- y la de mis vecinos de cama (se refiere al Hospital de infecciosos que improvisaron los rusos en el Gran Campo de Auschwitz para los liberados), pocas veces podía eludir la presencia obsesiva, la mortal fuerza de afirmación del que entre nosotros era el más pequeño e inerme, del más inocente: de un niño, Hurbinek” … “Nada queda de él –añade más adelante-: el testimonio de su existencia son estas palabras mías”. Ahora queda también la estremecedora novela de García Ortega. No creo que podamos ya olvidar a Hurbinek, ni a él, ni a ninguno de los inocentes de quienes es un símbolo lacerante. Tampoco a los Ogros que los devoraron. Muchos de ellos viven todavía riéndose de ellos y de nosotros a mandíbula batiente.
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