Libertad Digital (04/07/2002).- Escritores judíos. La editorial Trotta acaba de publicar el libro de John Felstiner sobre la vida y obra de Paul Celan, el poeta judío, rumano de origen austríaco y de expresión alemana (se titula precisamente Poeta, superviviente, judío; traducción de Carlos Martín y Carmen González), que padeció en carne viva la tragedia del Holocausto. Hay que tener en cuenta todo esto para entender la complejidad cultural y personal de este poeta que llevó la poesía a un grado de intensidad y de concentración muy similares a los que produce el silencio y que, por fin, parece que está empezando a tener cierto predicamento en España. Y no es porque se le haya ignorado, ni mucho menos, ya que desde hace bastante se había estado traduciendo al español, aunque en pequeñas diócesis (como en cierto modo corresponde) hasta que apareció hace un par de años, también en la editorial Trotta, su Poesía completa, obra de José Luis Reina Palazón por la que recibió, por cierto, el premio Nacional de Traducción y de la que sale ahora la tercera edición. También acaba de aparecer la segunda de Hebras de sol (Visor), traducción de Elsa María Fernández Palacios y Jaime Siles, poeta, este último, que ya había traducido a Celan con anterioridad, y para que vean ustedes que hay tantas traducciones como traductores, les diré que las muy poéticas «hebras de sol» se convierten, en manos de Reina Palazón, en los muy filológicos (y algo tortuosos) Soles filamentosos. Para terminar con las traducciones vigentes de Celan quiero referirme a las de José Ángel Valente, reproducidas en el libro que, bajo el título de Cuaderno de versiones acaba de publicarse en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores y que recoge (a semejanza de las Versiones y diversiones de Octavio Paz) todas las traducciones poéticas que realizó Valente en su vida (recordemos que, como Cortázar y tantos otros escritores, trabajó como traductor en Naciones Unidas)
Paul Celan también era traductor, como su amiga Nelly Sachs, la poetisa y traductora judía austríaca, nacionalizada sueca, de la que habla Felstiner en su libro. Su amistad data de 1954 y termina en 1970, fecha en la que ella muere víctima de una enfermedad de cáncer, pocos meses después de que él se suicidara. Ambos sufrieron el Holocausto (ella perdió a su marido y a sus hijos) y ambos se refugiaron en la poesía como paliativo moral para sus respectivas enfermedades mentales. Yo había leído la traducción al francés de su correspondencia (Nelly Sachs-Paul Celan, Correspondance, Éditions Bélin, 1999) y me había quedado con ganas de saber más sobre esos extraños y torturados personajes, que se admiraban y respetaban aunque sólo se vieron dos veces en todo ese tiempo, y tengo que confesar que lo que cuenta Felstiner me ha sabido a poco. Fuera de los traductores literarios (hay un premio internacional de traducción que lleva su nombre) muy pocos conocen a Nelly Sachs en España, aunque ha sido rigurosamente traducida, como suele ocurrir con casi todos los premios Nobel. Y digo casi porque Sachs recibió el de literatura, en 1966, junto al todavía más desconocido Josef S. Agnon, novelista israelí, creo que de origen polaco, que escribía en hebreo y de quien no he encontrado por ni un solo título en español (corríjanme mis sabios lectores si me equivoco), ni en el ISBN, ni el catálogo Ariadna de la Biblioteca Nacional, lo cual, dada la indiferencia (y la hostilidad) nacional frente a todo lo judío no me extraña en absoluto. Me apunta un amigo que tal vez la razón se deba a que, por aquella época, no había nadie que supiera hebreo, pero sería la primera vez que eso frena a un editor y más en un país, como el nuestro, que se inició en la literatura rusa (por poner un ejemplo de lo que en su día fuera una lengua exótica) a través del francés.
Agnon, de fuertes convicciones religiosas, se instaló en Palestina en 1909. Durante la primera guerra mundial se exilió a Europa y regresó a Jerusalén en 1924, donde vivió hasta su muerte en 1970. Escribió muchísimas novelas río sobre la gran guerra, la diáspora, el éxodo y la creación del Estado de Israel. Hay pues, pocas esperanzas de que ninguna editorial lo rescate, y lo que desde luego está claro es que ahora no le hubieran dado el premio Nobel ya que, como sabemos, lo que se premia ante todo es que la ideología del autor coincida con la ideología dominante y hoy asistimos a un rebrote de antisemitismo. Este hecho, ciertamente inquietante, revaloriza la labor de algunas editoriales, como las ya mencionadas y también como la editorial Minúscula de Barcelona, que acaba de sacar la primera parte de los diarios-ensayos de Victor Klemperer (LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo; traducción de Ana Kovacsics). Klemperer, primo, que no hermano como creía yo, de Otto y del que ya he hablado en más ocasiones. Esta primera parte se publicó en 1947 y hay una segunda parte que permaneció inédita hasta 1995 en la que los horrores y sevicias las cometieron los comunistas, pues, como recordarán, el filólogo vivió en Alemania oriental hasta 1960, fecha de su muerte. Galaxia Gutenberg está preparando su publicación que, según tengo entendido, ya ha terminado de traducir la profesora Carmen Gauger.
En esta primera parte, Klemperer observa día a día, desde 1934 hasta el final de la guerra, la forma primero sutil, y después grosera, en que va deteriorándose la lengua, cargándose de significados indeseables hasta el punto de que precisamente poetas como Celan tuvieron, con posterioridad, grandes dificultades para descontaminarla, rescatarla y reconciliarse con ella. Seguro que a quienes acudan hasta el 30 de junio al Museo Judío de Nueva York, en plena Quinta Avenida, a la exposición titulada Mirroring evil, les pasará otro tanto cuando se ofrezca a su consideración la versión «lúdica» del Holocausto, la cara «erótica» del nazismo, en una muestra ejemplar de la saturación de grasa moral que invade la lengua, el arte y todas las formas de expresión, envileciendo el recuerdo y rebajando un grado más la ya deteriorada condición humana.
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