Es asombrosa la forma en que podemos malgastar el tiempo los humanos. Y a fe que yo lo consigo de manera admirable. Te levantas, te das la vuelta y ya estas comiendo, despiertas de la siesta, de mueves un poco y ya es de noche. Otro día más que hemos comido, como decía mi abuela Justa, otro día más que hemos perdido, corrijo yo. Inicié esta etapa jubilatoria, llena de entusiasmo, decidida a todo, con la idea de que tendría todo el tiempo del mundo, de que “estaba en la eternidad”. Y ya sabemos lo que es la eternidad, algo que no termina nunca, que apenas notas su discurrir, que te suele dejar colgado, congelado en un único instante que se repite de manera tan idéntica que apenas sabes en qué día estás.
Cuando inicié este tipo de vida, empecé a tomar una serie de notas en un cuaderno que quería especial, pero que se ha convertido, como todos los que utilizo, en un totum revolutum, una especie de zurrón sin fondo, de bolso femenino en donde todo cabe y en donde todo se pierde… Las escribía en los autobuses, en las salas de espera, en donde tuviera ocasión de hacerlo, nunca en casa, porque entonces lo hubiera hecho en el ordenador. “Ha sido encontrada, ¿el qué?, la eternidad, es el mar mezclado con el sol” (Rimbaud).
La eternidad es una cinta continua que se despliega en el espacio y prolonga el tiempo, de pronto estás en ella sin darte cuenta de cuándo has subido, tampoco sabes cuando bajarás, a no ser que te tires en marcha. Esa cinta no puede detenerse, atraviesa el espacio, el de vida y el de muerte, es la eternidad. La eternidad es el tiempo: una cinta continua que atraviesa el espacio. Se entra en ella al nacer pero nadie te asegura que bajes de ella al morir porque su discurrir es infinito. Los actos repetitivos son un remedo de la eternidad, si pensáramos en ellos, en lo que significan, en por qué se repiten, enloqueceríamos.
El rito perpetúa la urgencia. Es un contrapunto y una convención: días, horas, minutos, semanas, meses, años, para pasar ese tiempo que corre sin parar como el cauce de un río, siempre adelante, tic, tac. Es mentira que nunca nos bañamos en el mismo río, el que cambia no es el río, nosotros somos los que cambiamos. El río discurre como el tiempo, implacable, sereno, nosotros nos bañamos en él, constantemente transformados. Transformados nosotros, no el río ni el tiempo. El espacio por el que nos ha tocado pasar es la época por la que transitamos y viceversa. Es una etapa, sí, en el que la vida interactúa, pero no se puede dar marcha atrás.
La eternidad es un paseo por el tiempo que no va a terminar jamás ¿quién marca el paso? ¿Nosotros? Sólo puede ser Dios, como mínimo. Es también inmutable, no se se puede ir al futuro ni al pasado, tal vez pudiera haber un retroceso al pasado, pero sería una repetición exacta de lo que nos sucedió entonces, no podemos influir en el espacio aunque pudiéramos alterar el tiempo. Decimos que una persona se ha quedado congelada en el tiempo cuando no evoluciona. Luego sólo podemos avanzar, ese es nuestro sino, nuestro avatar, ¿nuestro objetivo?
La eternidad, tiempo en el espacio confinada, formamos parte de ella indefectiblemente, caminamos por la eternidad, tiempo a través. ¿Quién se mueve? ¿el espacio o el tiempo? Al subirnos a la cinta no sabemos realmente lo que hacemos, la repetición es nuestro referente del paso del tiempo. Somos espacio inamovible, el tiempo es lo que pasa. Ese discurrir de la cinta, ¿afecta a nuestra estructura física sólo por el efecto del tiempo?
Mi plan de eternidad consiste en no apresurarme por nada, en no inmutarme. Lectura de signos, predestinación. Leo a un autor chino, Qui Xiaolong, y se me abre el apetito de lo asiático, incluido el apetito por su comida, que es complicada y cruel. El autobús en el que iba el otro día se detuvo frente a un restaurante tailandés. Soy osada y pido exóticos manjares. Se trata de experimentar con lo eterno y los asiáticos saben mucho de eternidad.
Hoy, segundo día del Congreso de la Pardo Bazán, nada asiática, por cierto, pero estoy enfrente de su monumento, que a su vez está enfrente del palacio de Liria, residencia de los duques de Alba. Yo tampoco soy muy asiática, pero desde que leí El Viaje al Oeste me quedé prendada. Una laguna quieta en la placidez de una noche de luna… no en vano su forma plástica preferida es la estampa, tiempo congelado en estado puro. Después vinieron Robert Van Gulik, Victor Segalen, Simon Leys... “la eternidad y el espacio se cruzan con el tiempo, y es ahora”.
Querida Julia, a mí me pasa exactamente lo mismo: me levanto por la mañana y, sin enterarme estoy durmiendo la siesta y, casi seguido, cae la noche y hasta el día siguiente; y así un día y otro y otro... con algunas excepciones.
Publicado por: José Luis Millán | 20/05/2016 en 17:38