Sigo con mi labor de limpieza. Me toca ahora revisar archivos de ordenadores obsoletos, imposibles de abrir. He conseguido rescatar algunos y, entre ellos, unas traducciones de Rosalía de Castro que hice en los noventa. Empiezo con la increíble elegía a John Moore, de un romanticismo desatado y perfecto. Ahí va,
En la tumba del general inglés
Sir John Moore
muerto en la batalla de Elviña (Coruña)
el 16 de enero de 1809.
A mi amiga María Bertorini, nativa del País de Gales
Coruña, 1871
¡Cuán lejos, cuánto, de las oscuras nieblas,
de los verdes pinos, las fervientes olas
que nacer lo vieron!... de los paternos lares,
del cielo de la patria que lo alumbró mimoso,
de los lugares, ¡ay! por él queridos, ¡cuán lejos!...
vino a caer, bajo enemigo golpe
para no levantarse nunca más, ¡cuitado!
¡Morir así en playas extranjeras,
morir tan joven, abandonar la vida
no harto todavía de vivir y ansiando
gozar del fruto que cultivado hubiera!
¡Y en lugar de las hojas del laurel altivo
que del héroe coronan la viril cabeza,
bajar hasta la tumba silenciosa y muda!...
¡Oh blancos cisnes de las britanas islas,
oh arboledas que bordeáis, galanas,
los mansos ríos, las riberas verdes,
y los frescos campos donde John corriera!...
Si a vosotros, un amargo gemido quejumbroso
llegó de aquel que en el postrer aliento
os dijo ¡adiós! con amorosas ansias
volviendo hacia vosotros el pensamiento último,
que de su mente se escapaba, inerme,
¡con qué pesar, con qué dolor sin nombre
con qué extrañeza sin igual diríais
también ¡adiós¡ al que tan lejos, tanto,
de la patria, solo, hasta la eternidad bajaba!
Y el gran sillón, la colgadura inmóvil
del para siempre abandonado lecho;
la fría ceniza del hogar sin lumbre,
la blanda alfombra que leal conserva
del pie del muerto una señal visible,
el perro que al amo ausente aguarda
y lo busca errante por los yermos caminos,
las crecidas yerbas de la alameda oscura
por donde antaño él se solazaba,
el siempre idéntico murmullo de la fuente
en que al atardecer sentar solía...
¡Cómo hablarían sin parar de Moore,
con su callado, afligido lenguaje,
los ojos, ay, de quienes le lloraban!
¡Ya nunca más, ya nunca más, oh triste,
ha de volver donde por él aguardan!
Partió valiente, a combatir con gloria.
¡Partió, partió!..., y no volvió, pues la muerte
le segó allá en campos extranjeros,
cual flor que cae donde su simiente
no encuentra tierra en la que echar raíces.
Lejos caíste, pobre John, de la tumba
donde con los tuyos descansar pensaste.
En tierra extraña tus restos aún duermen
y aquellos que te amaron y de ti se acuerdan,
al mirar las olas del velado Océano,
dolientes dirán, en sus playas nativas:
- ¡Allá está él, tras ese mar bravío;
allá quedó, quizás, quizás por siempre;
tumba adonde nadie va a llorar cobija
las amadas cenizas que nosotros perdimos!...
Y los tristes vientos y las calladas brisas
que los muertos aman si apartados duermen
del solar patrio, a refrescarte vienen
en las cálidas noches de verano y traen
para ti en las alas cariñosas quejas,
blandos suspiros, amorosos ecos,
alguna lágrima sin enjugar, que moja
la seca piedra del mausoleo frío,
de tu país algún perfume agreste.
¡Pero qué hermosa y sin igual morada
le cupo en suerte a tus mortales restos!...
¡Quisiera Dios que para ti no fuera
noble extranjero habitación ajena!...
Pues no hay poeta, ensoñador espíritu,
no puede haberlo, que al ver en el otoño
la mar de seca amarillenta hoja
que con amor tu mausoleo guarda;
contemplando en las frescas mañanas
del mes de Mayo las sonrosadas luces
que alegres siempre a visitarte vienen,
no exclame: "¡Ojalá cuando muera, pudiera yo
dormir en paz en tal jardín florido,
cerca del mar... del cementerio lejos!..."
Pues jamás oyes, Moore,
llantos amargos, quejumbrosos rezos,
ni los otros muertos a convocarte vienen,
para que con ellos en la callada noche
la incierta danza de los sepulcros bailes.
Tan sólo el dulce aliento del brote que se abre,
de la flor que esboza su último adiós,
travieso rebullir, infantil risa
de hermosos niños que a esconderse vienen
sin sentir miedo tras del sepulcro blanco.
Y alguna vez, ¡muchas quizás¡, suspiros
de ardiente amor que el viento lleva dónde
sábelo Dios... por sin igual compaña
dichoso tienes en la postrera estancia.
¡Y el mar, el mar, el mar bravío que ruge
cual ruge aquel que te arrulló en la cuna,
vive a tu lado, viene a besar las piedras
de un suelo amante que con amor te guarda,
y alrededor de ti deja crecer las rosas!
¡Descansa en paz, descansa en paz, oh, Moore!
Y vosotros que le amáis, de vuestro honor celosos,
hijos de Albión, quedad tranquilos.
Hidalga tierra es esta tierra nuestra -tanto
como Dios la quiso hacer hermosa-, bien sabe
honrar a quien honra merece,
y honrado así, cual mereció, fue Moore.
No está solo en su tumba: un pueblo
con su respeto compasivo vela
por el extraño a quien traidora muerte
alejado mantuvo de los suyos, y a otros
vino a solicitar postrer asilo.
Cuando del mar atraveséis las ondas
y a vuestro hermano a visitar vengáis,
aplicad al sepulcro el cariñoso oído,
y si sentís removerse las cenizas
y si escucháis indefinibles voces
y si entendéis lo que esas voces dicen,
vuestra alma sentirá consuelo.
¡Él os dirá que alrededor del mundo
tumba mejor que la que halló no hallara
excepto el amoroso abrazo de los suyos!
Rosalía de Castro
Impresionante poema en verso blanco del maravilloso poemario "Follas novas" de la inmortal Rosalía. Y adecuada traducción o adaptación.
Publicado por: JOSE MANUEL BREA | 08/05/2019 en 17:44