Ana
Ana es un nombre leve que se lleva sin dificultad. Un nombre fácil, dicen algunos, repetitivo pero no monótono. Cada vez es único y la portadora suele mantenerlo a la altura de las circunstancias, incluso por encima de ellas. Sea cual fuere el camino que recorra, Ana lo será siempre al empezarlo y al acabarlo. Jamás decaerá. Sostiene muchas cosas y, sobre todo, se sostiene a sí misma. Ana es una torre empinada a la que sube sola, sin ayuda de nada ni de nadie. Dícese Ana, y ya está allí arriba, atenta y vigilante. Porque con ella todo está bajo control, no hay dificultad que no allane, problema que no pueda resolver, como por arte de magia. Cuando se encuentra en un aprieto que no parece tener solución, dice su nombre y sigue adelante.
Para no entorpecerla no conviene añadirle ningún otro nombre. De hecho casi nunca se hace, si acaso María y por inercia. En tales casos ella suele dejarlo en casa olímpicamente, por si alguna vez lo necesita, lo que casi nunca ocurre. Su volubilidad la permite muchas veces aligerar otros nombres y por ejemplo, a Julia, tan seria, la convierte en la risueña Juliana, a María tan recatada, en Mariana que es un poco frívola y casquivana. Lucía, que es argéntea y resplandeciente, cobra un toque de plebeya frescura, cuando por obra y gracia de Ana se convierte en Luciana. Porque Ana, que tiene eso que se llama mucha personalidad, sabe combinar pero no le gusta que nadie combine con ella. En cuanto a Tristana, ese nombre nublado y melancólico, no es la excepción que confirma la regla. digamos, con evidente mala fe, que es tan sólo el femenino de Tristán, pues para Ana es tan impensable la desgracia que nunca podría acompañar a un nombre tan triste.
Bárbara
Bárbara es una tormenta. La tarde está plácidamente asentada en su discurrir. Nada se mueve aparentemente. De pronto, todo se precipita.Se acumulan las nubes con la celeridad de un misión urgente.Bajo ese oscurecimiento repentino, todo adquiere un aspecto muy diferente. Casas, personas, ovejas y árboles, si ocurre en el campo, cobran la majestuosa apariencia de un decorado de teatro donde se va a desarrollar una tragedia de magnitudes imprevisibles.
Las nubes son presagios. Pero cuanto presagian acontece pronto. Han transcurrido apenas unos minutos cuando la música irrumpe violentamente en escena. Gruesos tambores resuenan hasta hacer restallar su tensa y curtida piel. Los platillos producen una sonoridad desmedida. Todo rueda, ruge desconsideradamente. Los corazones se estremecen también.Se encogen hasta quedar reducidos a una pequeña nuez. Tiemblan los caballos, aúllan los perros, huyen los gatos, enmudecen los pájaros. ¿Pero qué ha sido eso? ¿qué luz resplandeciente ha cruzado de lado a lado el firmamento hasta caer ¡qué cerca!? Ha sido ahí al lado, un poco más y se nos viene encima. Es una luz zigzageante, un luz que ha puesto nuevamente en marcha el resorte sonoro que ahora no conoce ya lo que es la lejanía. No es aconsejable descolgar un teléfono en ese momento, ni mucho menos mantenerlo en las manos. No hay que hablar por teléfono durante las tormentas.
Todos exclaman: ¡Santa Bárbara bendita! Porque resulta que Bárbara es patrona de las tormentas o al menos asiste a las personas confundidas, aturulladas por una tormenta. No está claro si las apacigua o por el contrario, las desata (a las tormentas). ¿Las desata o las apacigua? Ambas cosas, las desata ella misma para después permitirse el lujo de apaciguarlas, así, tranquilamente, como quien se aparta de la cara un mechón rebelde que se resiste a permanecer quieto en la austera rigidez del moño. A Bárbara le gustan las tormentas, el ruido atronador en general -si también es patrona de los artilleros y de los mineros que se pasan la vida entre materiales altamente explosivos. ¿De dónde le viene a esta recatada virgen tan escandalosa afición?
Extrapolemos: a Bárbara, la santa, le gustaba la dialéctica más que nada en el mundo, que en ello fue adoctrinada por el docto Orígenes y como, inmolada prematuramente en aras de la santidad no tuvo tiempo de dar libre a su pensamiento ni a ultimar su doctrina, se vio obligada a comprimirla en un acto brusco y desesperado: la tormenta es su síntesis ¡Loado sea por siempre su santo nombre!
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