Hoy me dan pena todos los perros, incluso los bien alimentados; los que llevan una vida opulenta y culpable, desarrollando las humanas lacras.Todos los perros, aunque no necesiten mi piedad fraudulenta, me recuerdan a mi, a mi alma cercenada de su perro de carne, a mi alma acompañada de todas las almas de perro: los perros de su amo y los perros sin amo, de ojos temerosos, olvidados, terribles. Perros que recibieron martirio en esta vida, que supieron del barro de las cosas humanas; los perros todos, que me han seguido siempre, dondequiera que voy, como si yo fuera un mágico flautista que con fingido encanto les embaucara a un viaje sin fin, sin posible retorno.
Son los perros, mis perros, todos los perros del mundo, grandes, pequeños, con orejas cortadas por el veterinario, con el rabo partido por un niño imprudente, escrupulosamente vacunados, escrupulosamente registrados con meticuloso afán de contador de almas en vilo, de almas muertas. Todos los perros huyen de sí mismos y se refugian en su supuesto amo. Mientras tanto, los perros que no tengo y los perros que tengo aúllan en la noche, en la inmunda perrera del mundo donde ellos y yo estamos, de momento, confinados.
Nota: Este textículo, como bautizó Michel Tournier a los textos breves, a caballo entre el género poético y narrativo, apareció en el número 4-5, de la Revista bilingüe portugés-español, Espacio/Espaço Escrito, Diputación de Badajoz, 1990, dedicada a la memoria del editor y traductor de Fernando Pessoa, José Antonio Llardent, fallecido en 1987. Él y su mujer; María Luisa, vivían rodeados de perros de todo tipo y nos iniciaron, a mí y a mi familia, en el amor a los canes aunque nunca llegamos al extremo de convertir nuestra casa en una verdadera perrera, como les ocurrió a ellos.
Conocí , traté e hice gran amistad con José Antonio Llardent a finales de los años sesenta. Éramos vecinos en primer edificio en el que viviamos, en la calle Guatemala n 1 en Madrid. Frecuentemente, José Antonio y María Luisa, bajaban a casa , cenábamos y manteníamos inacabables conversaciones hasta la madrugada. La capacidad de diálogo , la enorme cultura literaria, artística y política de Llardent nos ilustró a mí y a mi mujer acerca de estos aspectos, abriendo en nosotros, veinte años más jóvenes, nuevas vías de conocimiento. Cuando le mostré el borrador de mi primer libro, su respuesta fue fulgurante. Me aconsejó acerca de la estructura de ese primer intento literario sugiriéndome cambios y añadidos que mejoraron tan modesto intento. Publicado con la colaboración económica de varios amigos, Llardent decidió que Istmo , la editorial que él había fundado, lo iba a distribuir. Lo envió a periódicos y revistas en los que consiguió reseñas que todavía guardo medio siglo después. Aceptó escribir en el sencillo diptico de mi segunda exposición de pintura, en el 69, una breve y encomiástica presentación . Decir que guardo un emocionado recuerdo de José Antonio no es suficiente, pero expresar la alegría que el encuentro casual de este lugar, en el que dejo este improvisado testimonio, añade un nostálgico placer con que alimentar mi memoria de la gran persona que fue José Antonio Llardent
Publicado por: Enrique Cavestany Pardo Valcarce | 29/08/2021 en 18:34
Sí que lo era... Una pena su repentina muerte, justo cuando iba a jubilarse por fin y a dedicarse, aún más, a su amada literatura portuguesa. También a mí me contagió el filolusismo. La consecuencia fue que aprendí portugués en la Casa do Brasil y he traducido a algunos poetas portugueses. Somos muchos lo que le debemos mucho a Llardent.
Abrazos
Julia
Publicado por: Julia Escobar | 06/09/2016 en 21:24
Qué bella persona era Llardent, Julia; qué bonito que lo traigas aquí, junto con María Luisa. Los recuerdo a ambos con mucho cariño. A mí me contagió el amor por lo portugués, todo ello. Un abrazo.
Publicado por: Elvira Huelbes | 06/09/2016 en 17:18