Benito Pérez Galdós escribe los Episodios nacionales de 1873 a 1912. Cuarenta y seis novelas que, desde la batalla de Trafalgar (1805) hasta la Restauración borbónica (1875), cubren prácticamente todo el siglo XIX español. En esa labor de reconstrucción de la novela española de las ruinas de la inteligencia dieciochesca, Galdós cuenta con su poder de observación y su portentoso talento. También con un proyecto, el de escribir la epopeya fundacional de una nación, la España contemporánea.
En los Episodios, la trama histórica se convierte a su vez en un personaje y va evolucionando a lo largo de la serie, al compás de los acontecimientos, configurando dos planos narrativos paralelos, el de la acción novelesca, propiamente dicha y el de los hechos históricos, que se pretenden narrar fidedignamente aunque siempre protagonizados y rubricados por el “yo estuve ahí” de sus protagonistas. La más popular de todas es, tal vez, la primera serie, dedicada a la guerra de la Independencia. Guerra de exterminio… como llama Galdós, sin tapujos, a la acción napoleónica. Terriblemente lúcido, no se ofusca ante el supuesto genio del gran estratega, sino que percibe en Napoleón la dimensión monstruosa del genocida. Tampoco le deslumbran los guerrilleros, luces y sombras de esa guerra, que “al mismo tiempo que daban en tierra con el poder de Napoleón, nos dejaron esa lepra del caudillaje”. Va a escribir mucho sobre esa lepra Galdós.
Los Episodios nacionales es una obra patriótica y también idealista, por la continua loa a la modernidad y al progreso que la recorre. Pero lo que es seguro es que la escribe con una intención declaradamente didáctica: para extraer una lección del pasado porque -dice él- cuando se le aborda sin miedo ni tapujos, sus errores nos hablan.
Todo esto viene a cuento porque me están entrando unas ganas muy veraniegas de releerlos, pues han pasado unos cuantos años de la última lectura, en 2008, a raíz del bicentenario de la Guerra de la Independencia y del encargo que me hizo la editorial Anaya de prologar una edición juvenil de Trafalgar, así como de “continuar” la novela con un epílogo. Fue uno de esos trabajos que hacen que una se admire de que la paguen por disfrutar tanto.
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