El año pasado se celebraba el V centenario de una de las mujeres más grandes de la Cristiandad, Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, patrona extraoficial de España (con permiso de mi señor Santiago), patrona de los escritores, fundadora, sabia, santa. A ella me encomendé entonces y a ella me encomiendo, hoy, en su día, reproduciendo alguno de los poemas que me inspiró y cuya escritura me fue de gran consuelo en ciertos días de tremenda aflicción.
Cuatro poemas para Teresa de Ávila
A José Jiménez Lozano, que tanto ha hecho para que la conozcamos.
1
¡Cómo no ver, Teresa, que eras sabia,
santa de lengua suelta y corazón valiente,
si supiste imponerte a la grisura
de la monja común y numeraria!
Recelaban perder a su operaria
en labores impropias de su sexo
y te asediaron,
y aún así fuiste Santa,
y Madre Superiora, y Fundadora.
Y por guardar de que no pereciera
en rigor la verdad, la padeciste,
le diste todo al Todo sin detenerte en partes,
y si un sólo pecado cometiste
fue el querer ser feliz y no ocultarlo.
2
Clara de día,
te oscurece la noche
que protege tu llanto,
te devuelve a la esencia
lasciva y punible del mito
que se levantó un día
para no recordar,
ni temer, ni añorar
que una vez fuiste otra.
3
AQUELLA luz del día que apuntaba
elevaba en su seno el alma mía
y en la rosa que abría se llenaba
mi corazón de risa y alegría.
No importa que me falles, te decía,
si arrastras en tu estela mi ventura
y si al llegar a la mitad del día,
me conduces del alba hasta tu Altura.
Recordarás que una vez te contaba,
esperando tu amor que no venía,
la tristeza que entonces me embargaba,
y en la noche tan larga que seguía,
pensando en tu presencia que añoraba,
transpuesta y dolorida me quedaba.
4
.
Señor, ocúltame en tu manto,
lejos del sol que ofende
con su gloria,
indiferente a mi dolor.
Protégeme, ampárame,
agasájame,
escucha mis latidos,
noche amada,
tanto más piadosa,
cuanto más oscura,
solitaria y fría.
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