11 de noviembre, día del Armisticio, en París donde llevo ya 4 días y hoy es el primero que no llueve. Estoy alojada en un barrio extraordinario, el 5º, al lado de la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, en español San Esteban del Monte, o montés, que me gusta más. Esa iglesia es sensacional y constituye el epicentro de lo que el protagonista de la novela Les fanatiques de Max Gallo (que traduje hace uso años para Alianza Editorial) llamada “el Círculo Sagrado de París, que es como decir de Francia”, formado, además de por la citada iglesia, por Notre-Dame del Sena, las Arenas de Lutecia, las murallas de Felipe Augusto, el Liceo Henri IV, la Escuela Politécnica, la Escuela Normal, la Sorbona, el Panteón y la antigua vía romana que ahora es la rue Saint-Jacques (la de la torre vacilante del poema de André Breton). Para rematarlo, en San Esteban están las reliquias de Santa Genoveva, cantada magníficamente por Charles Péguy, la patrona de París que salvó a la ciudad de las hordas de Atila. Mucho trabajo le quedan a sus restos ahora y en el futuro,
También reposan ahí los restos de los señores Pascal y Racine, alumnos aventajados de Port Royal cuyas desoladas aunque ordenadas ruinas visité por primera vez hace ya diez años (¡qué bien se portó la naturaleza aquel día transparente y lavado!). Paseando por La Solitude, me hice la ilusión de que captaba la «presencia real», el solitario desdén de esos señores y señoras jansenistas a los que tanto odiaba Luis XIV y pensé en José Jiménez Lozano, que los añora y que tanto ha hecho para contagiarnos a los demás esa admiración, esa añoranza. Se da la circunstancia de que en las Arenas, en la calle que lleva ese mismo nombre, está la casa de Jean Paulhan donde Michel Houellebecq aloja al astuto profesor, convertido al Islam, que acaba con la débil voluntad del protagonista de su novela Sumisión. Vale la pena pasearse por todo ese barrio donde, por circunstancias familiares, tengo ahora el privilegio de alojarme. Hoy es día festivo en París, que se ha adornado al efecto, desplegando su bandera, sin complejo ni protesta alguna, por todos sus edificios emblemáticos. Todo está cerrado, y al haber salido el sol, podemos pasearnos sin queja, a pesar del frío. El viento ha terminado demasiado pronto para la fecha con las hojas de los árboles, aunque en los bien resguardados patios del Liceo Henri IV y en otros recintos se conservan todavía algunos ejemplares que desplegan todo su intenso cromatismo otoñal. De vuelta del paseo, el toque pintoresco lo puso un mendigo ilustrado que se acercó a nosotros y casi con una reverencia nos dijo: "Disculpen, pero tengo serios problemas financieros y necesitaría una ayuda". Nadie como los franceses saben darte una patada en la espinilla o un codazo, mientras se disculpan con un educado "pardon".
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