Febrero.- El otro día fui a la inauguración de la Casa Sefarad Israel, última, por ahora, de esas Instituciones creadas en la estela de la pionera Casa de América, a la que siguió la Casa Asia, en Barcelona y después, la Casa Árabe, también en Madrid como la de América. Esta Casa Sefarad Israel me llena de esperanza pues nada es más positivo para España que su parte judía, nada más injusto que su segregación, nada más conmovedor que su posterior e hispanizante diáspora ni nada más interesante y desconocido que Israel, verdadero fanal de Occidente en Oriente, y tal vez en ello resida parte y media del odio que le tienen sus enemigos. La fórmula elegida para todas esas Casas es la del Consorcio entre el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Comunidad Autónoma y el Ayuntamiento de la ciudad que las alberga, cohabitación que, supuestamente, debería garantizar la pluralidad y el equilibrio de sus contenidos. Hablaron los más altos representantes de dichas instituciones, así como la Ministra de Exteriores de Israel, que no desaprovechó la ocasión de recordar que la Casa no sólo se debe al Sefarad pasado, sino al Israel de ahora, punto sobre el que muchos de los asistentes estaban, de toda evidencia, en desacuerdo, no yo, desde luego. Entre algunas de las cosas que se contaron hubo una especialmente curiosa: al parecer el primer vestigio de presencia judía en la Península es una lápida del siglo II con la inscripción 'Annia Salomonula', y resulta que la Directora de la Casa se llama precisamente Ana Salomón. Un simpático guiño que los tiempos pasados hacen a los tiempos presentes....
Marzo. Me documento sobre la aspirina, pues es el centenario de su invención y me han encargado un artículo. La ciencia no es lo mío, pero la aspirina está tan incorporada a nuestra vida que es casi un tema literario. De paso me entero que su principio activo, el acetilsalicílico, se extrae de la corteza del sauce y fue muy utilizado en la Antigüedad. Abandonado en la Edad Media, hubo que esperar al XVIII para que fuera nuevamente utilizado con fines curativos. En 1897, Hoffmann sintetiza el ácido acetilsalicílico que el laboratorio Bayer registró en Berlín con el nombre de Aspirina el 6 de marzo de 1999. Primero se presentó en forma de polvo blanco para convertirse en el comprimido que todos conocemos y consumimos. En cuanto a su acción terapéutica es muy amplia: analgésico, antiinflamatorio, antipirético y anticoagulante (por eso no podemos tomarlo quienes estamos anticoagulados con SINTROM). Volviendo a lo literario: La Universidad de Barcelona ha hecho una recopilación de más de cien obras de la literatura hispanoamericana del último siglo en las que se menciona la aspirina. En el cine, Woody Allen se hizo eco de forma especialmente ingeniosa en su película “Aspirina para dos” (1969) y hay una recopilación de cien cómics en los que aparece este medicamento. Para terminar con el anecdotario, una canción de Juan Luis Guerra que dice “me sube la bilirrubina y no lo quita ni la aspirina”, refleja muy claramente la popularidad de este fármaco.
Julio.- Acabo de volver de Bucarest, de hacer patria, invitada por el Instituto Cervantes de esa ciudad, concretamente por su director, Joaquin Garrigós, gran traductor del rumano al español a quien debemos unos cuantos títulos de los mejores escritores rumanos. Se trataba de dar un par de conferencias sobre literatura española ante un público entregado, todo hay que decirlo, y también a moderar un encuentro entre editores españoles y rumanos.Si en España la traducción es una parte importante de la producción editorial, para ellos es la parte del león. Por eso el interés de los editores rumanos hacia España, y en general hacia lo hispano, es forzosamente superior que a la inversa. Si a eso añadimos la falta de interés de los españoles por cualquier cultura que no sea la francesa o la anglosajona, fuerza es reconocer que la literatura rumana es la “bella desconocida” por la que suspira el curioso lector de habla hispana.La rumana, y la de otros países del Este, a pesar del esfuerzo de algunos traductores y algunas empresas editoriales, como la editorial Metáfora, que ha tenido que desistir de su empeño por llenar ese agujero negro en la cultura española. Citaré a los más conocidos traducidos ya por Joaquín: Mircea Eliade, Camil Petrescu, Max Blecher y Norman Manea. Hay otros que esperan todavía su turno, magníficos escritores de entreguerras que convirtieron a la Europa del Este, incluida Alemania, en un referente cultural del siglo XX. Estas visitas cervantinas deberían servir para lograr ese objetivo.
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