Domingo, 13 de noviembre de 2005. Me dicen que tengo que alimentar ese blog que acabo de abrir. De acuerdo, pero cuesta lanzarse. Sobre todo porque no tengo un objetivo muy definido; por un lado, he empezado a utilizarlo como banco de pruebas de mi literatura, o como lugar donde colocar el sobrante de la misma y no creo que sea buena idea; también puedo concebirlo como un sucedáneo de este diario que llevo escribiendo durante treinta años y al que recurro cada vez menos. Escribir un diario es una especie de perversión moral, es como escribir para un agujero en el que se van echando y perdiendo las palabras, pues nadie las comenta ni puede comentarlas (excepto que los publiques periódicamente, como hacen algunos), es una labor inútil pero de una inutilidad creativa, si se quiere, o mejor dicho, recreativa, en suma, un ejercicio literario. Hay algo de orgullo fatal o de orgullo desmedido en ese ocultamiento de las propias palabras, y la seguridad que da la impunidad del crimen. Es fácil ser valiente ante un agujero. Pienso que acabo de justificar a mi nueva bitácora: lanzar al mundo mis palabras sin otro objetivo que encontrar un eco de acuerdo a una cronología arbitraria y una narración espontánea que escapa a cualquier proyecto literario medianamente coherente. ¿Pero no son demasiadas cosas? Escribir para uno, escribir para los demás, escribir para ganarse la vida, escribir para vivir la vida, escribir para seguir escribiendo, para no olvidarse.
Podría tal vez empezar por recoger material que he ido cosechando –y utilizando–, citas, frases, proverbios. Una especie de diccionario de uso personal, o “librillo de maestrillo” que, si fuera una escritora famosa, ya habría publicado con todo el morro. Un blog no es un lugar impune, pero tampoco definitivo. Me gusta esa maleabilidad y sólo mi torpeza tecnológica me ha impedido lanzarme antes a esta enorme piscina que tiene la gran ventaja de ser la única en la que se puede nadar y guardar la ropa. O al menos, intentarlo. Así pues, empezaré con mi contribución a la obra inacabada e inacabable de Flaubert: Diccionario de lugares comunes o “Tontario”. Lo inicié en 1982 con la pretensión de formar un colectivo literario, bajo la advocación de San Policarpo, el patrono de Gustave Flaubert. En aquella época yo acababa de recibir un premio de poesía (el Francisco de Quevedo) pero todavía no había publicado ningún libro y frecuentaba mucho la tertulia del Lyon, en la calle de Alcalá, a la que iba un Ferlosio no maduro, pero ya achacoso, una Soledad Puértolas que acababa de ganar el premio Sésamo y con la que, para desesperación de Ferlosio, hacía yo “bande à part”; un Trapiello y un Juan Manuel Bonet, jovencísimos y donde a veces se descolgaban visitantes como Luis Alberto de Cuenca, José Miguel Ullán y Federico Jiménez Losantos, todos con treinta y cinco años menos. Era la época de la revista Diwan, donde muchos publicamos algún poema, y recuerdo que Federico también me pidió el primer artículo que publiqué en un periódico. Fue tan sólo el preludio de posteriores colaboraciones, cuando todos, o casi todos, habíamos dado un giro a nuestras ideologías que nos habría resultado inconcebible en aquellos momentos. También por aquella época, Carlos García Gual, que era un asiduo, nos propuso a Soledad y a mí que colaboráramos en la UNED haciendo crítica literaria en la radio. Aquello a mí, me duró más de tres cursos y fue también el precedente de mi posterior vocación radiofónica. Pero bueno, esto debería reservarlo para mis memorias; ahora de lo que se trata es de proseguir con aquella labor interrumpida hace años. Al resucitarla, no descarto incorporar todo tipo de aportaciones, para darle mayor encarnadura. El material no escasea. Veo que no he explicado nada de Flaubert y su debilidad por las tonterías. Merece un capítulo aparte, pero será mañana, en el blog; es más, incluiré todo esto en el blog, ¡ea!.
Martes, 29 de noviembre. Coincido en un programa de televisión con Arcadi Espada. Se trata de una grabación, pues se emite de madrugada, Las noches blancas, se llama, y lo dirige Sanchez-Dragó. No se va a emitir ni hoy ni mañana, así que no avanzo nada de lo que dijimos ante las cámaras, pero nada me impide hablar de lo que comentamos en la antesala y en los entreactos, que además suele ser mucho más interesante que lo que decimos bajo los focos. Conforme se van iluminando estos, nuestro ingenio disminuye. Es la famosa entropía. Aún así creo que aguantamos el tipo. Pero a lo que voy, esa conversación entrecortada con Arcadi me ha decidido lanzarme de cabeza en el blog, aunque nadie me lo financie. Se trata simplemente de transferir aquí mi diario, en cuyos cuadernos, aunque tampoco me lo financian, escribo con cierta regularidad. Quien sabe, a lo mejor así encuentro un mecenas. Bien pensado, no es lo mismo (lo sabe Arcadi, lo sé yo) pues al exponerlo así, a la vista de todos, dejará de ser lo que hasta ahora ha sido, es decir, un diario íntimo. Sólo una vez publiqué algunas de las miles de páginas que llevo escritas de esa manera tan tonta (Revista de Occidente, El diario íntimo. Fragmentos de Diarios Españoles (1995-1996) Nº 182-183. julio-agosto de 1996, pp. 168-174.) y me costó un dolor. Fue como si me arrancara una víscera o un pedacito de carne. Así que a partir de ahora mi diario no será íntimo sino público, aparatosa y vergonzosamente público. A ver si consigo mantenerme tan valiente conmigo misma y con los demás como demuestro ser en los de tinta. Aquella selección me puso en cierto modo al desnudo. Ahora me pregunto si sería capaz de escribir esas cosas en abierto. Francamente, lo dudo. Veremos.
Querido amigo, tus palabras son gotas balsámicas para mis oídos. ¡Avanti a toda mecha!
Un abrazo
Julia
Publicado por: Julia | 27/11/2016 en 18:10
Julia, no desistas y adelante. SOLO POR LEER TU ESPLÉNDIDA PROSA (aunque no hables de Flaubert), merece la pena que escribas y que no nos dejes ayunos de tus experiencias vitales, poéticas, radiofónicas....
Te seguiremos leyendo, siempre que la maldita falta de tiempo nos lo permita; porque leerte es un bálsamo que cura de tanto ajetreo y presión en que vivimos.
Publicado por: José Luis Millán | 20/11/2016 en 12:30