María de Nazaret, era una joven devota; sus padres, Ana y Joaquín, descendían de Aarón. De niña había sido ofrecida al Templo para ser educada en el culto por las mujeres que lo cuidaban. A los catorce años fue dada por esposa a José, carpintero, de la estirpe de David, y se quedó a vivir con sus padres mientras transcurría el plazo prescrito de un año entre el casamiento y la entrada en la casa del esposo. Y ahí estaba la cosa, ella todavía no habia vivido con él ¡y estaba embarazada! Nadie sabía de quién ni entendía lo que había pasado; María era una doncella de buena familia, recatada, discreta. Cumplía las normas y no levantaba la mirada hacia ningún hombre. Pero resulta que ese embarazo la había llenado de gozo, hasta el punto de que, cuando le fue anunciado, no se le ocurrió otra cosa que recorrer los 150 km. que separaban Nazaret, en Galilea, de Ain Karim, en Judea para visitar a su prima Isabel, también embarazada.
Lejos de escandalizarse por el embarazo de su joven prima, Isabel y su marido, el sacerdote Zacarías, la saludan con respeto y la llaman "Madre de mi Señor"; ella exultante, entona el Magnificat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor..." y se queda tres meses con ellos hasta que nace el hijo de Isabel, que resultó ser Juan el Bautista. Después, regresa a Nazaret donde la esperaba José, nada conforme ni contento con la situación. Todo Nazaret estaba convencido de que iba a repudiarla y, en efecto, eso era lo que estaba decidido a hacer. Como ella callaba y aunque hubiera hablado él no la habría creído, tuvo que ser el ángel del Señor quien le avisara, en sueños: "Mira, no está bien que pienses en repudiarla. Ese hijo que lleva en su seno, y que tú mirarás como tuyo, no es de cualquiera, es del Espíritu Santo que os ha elegido a vosotros, a y a María, para que lo criéis. María sabe lo que la espera y ha aceptado. Ahora tú debes aceptarlo también."
Y José no defraudó al ángel del Señor, ni tampoco al Señor y cumplió con su destino de forma ejemplar. Desde ese momento estuvieron juntos y cuando ella estaba a punto de dar a luz tuvieron que desplazarse a Belén de Judá, ciudad de origen de la dinastía de David, para que les censaran, por orden de César Augusto. Belén estaba de bote en bote y no encontraban alojamiento, por eso Dios tuvo que hacerse hombre en un pesebre y aunque parecía que nadie se percataba de la importancia de ese nacimiento, los pastores acudieron a adorar al Niño porque presentían algo grande. No está claro si la visita de los Reyes Magos de Oriente fue antes o después de que María y José ofrecieran a su primogénito en el Templo, donde encuentran a Simeón, el que anuncia a María que "una espada le traspasará el alma". Pero la visita de los Magos, tres, cuatro o los que sean, parece haberse producido y ser la causa de la reacción de Herodes, asustado por esa adoración al "Rey de los Judíos". Otra vez el ángel tiene que intervenir y anuncia en sueños a José que huya a Egipto con su familia; 500 km, desierto incluido. Muerto ya Herodes, se establecen en Nazaret donde José trabaja en su oficio de carpintero. Mientras tanto Jesús va destacando y a los doce años se pierde y es encontrado en el Templo donde estaba dejando boquiabiertos a los sabios que ahí había. A Jesús no le gustó nada que le dijeran tenía que volver a casa pues considera el Templo "la casa de mi Padre". Es de suponer que sabía perfectamente quién era y lo que le esperaba veinte años después.
Esto, y no otra cosa, es lo que conmemoramos por estas fechas, año tras año, les guste o no a quienes sin embargo no se abstienen de celebrarlo. Por algo será.
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