Hoy es el día de los Inocentes. No es uno de esos días que programa la UNESCO en su santoral laico. Lo que se conmemora –ya nadie lo recuerda- es la matanza de recién nacidos ordenada por Herodes en tiempos de Jesús. Yo iba a hacerlo aquí con unos versos jocosos atribuidos a José Carulla, el nunca bien ponderado autor de “La Biblia en verso”, que aluden de manera algo irrevente a ese luctuoso episodio: “Jesucristo nació en un pesebre/Donde menos se piensa salta la liebre/Herodes le dijo a Cristo/Si te cojo, te hago pisto/y Cristo le dijo a Herodes/Pues por esta vez te jodes/ Porque yo me largo a Egipto” y que, habida cuenta de que el mencionado poeta-funcionario (que por cierto tenía frito a don Antonio Maura para que la Biblioteca Nacional le comprara su obra) era un señor muy católico y formal, deben ser indudablemente espurios, cuando la realidad de todos esos niños abandonados, esclavizados, masacrados, maltratados, prostituidos en la actualidad me salta a la cara y me devuelve el verdadero y dramático significado de esta “fiesta”: la proclamación del horror y de la injusticia en estado puro.
Adolfo García Ortega publicó hace unos años una novela sobre las víctimas infantiles del Holocausto. Se titulaba "El comprador de aniversarios" (editorial Ollero y Ramos) y trata de las vidas que el narrador "regala" a Hurbinek, un niño judío que murió a los tres años en Auschwitz y de cuya existencia sólo hay una breve mención en de Primo Levi en “La tregua”: “Mi atención –escribe Primo Levi- y la de mis vecinos de cama (se refiere al Hospital de infecciosos que improvisaron los rusos en el Gran Campo de Auschwitz para los liberados), pocas veces podía eludir la presencia obsesiva, la mortal fuerza de afirmación del que entre nosotros era el más pequeño e inerme, del más inocente: de un niño, Hurbinek” … “Nada queda de él –añade más adelante-: el testimonio de su existencia son estas palabras mías”. Ahora queda también la novela de García Ortega. No creo que podamos ya olvidar a Hurbinek, ni a él, ni a ninguno de los inocentes de quienes es un símbolo lacerante. Tampoco a los Ogros que los devoraron. Muchos viven todavía riéndose de ellos y de nosotros a mandíbula batiente y muchos más les sustituyen todos los días en la tarea.
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