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La escritora madrileña Julia Escobar hizo su primer viaje al extranjero hace 35 años, en 1963. En la televisión de un bar parisiense vio las imágenes del asesinato de Kennedy. Casi tanto como el atentado contra el presidente americano, le impresionó estar en una ciudad en la que había televisión en los locales públicos, cuando todavía en Madrid no eran muchos los hogares que disfrutaban del entonces novedoso aparato. Fue a través de estos detalles, aparentemente anodinos, como la adolescente Julia descubrió lo que significaba vivir en un país políticamente distinto: el atraso económico, cultural y, sobre todo, la imposibilidad de discrepar. Su temprana vocación de literata le llevó a apuntar en un diario hechos e impresiones que ahora, fabulados, se han convertido en Nadie dijo que fuera fácil, una novela en la que cuenta, con una buena dosis de humor e ironía, los cambios que se produjeron en la sociedad madrileña con el paso del franquismo a la democracia, a través de una familia de la burguesía. Es la primera incursión en la narrativa de esta autora de 46 años conocida sobre todo por su obra poética.
Pregunta. En su libro Nadie dijo que fuera fácil ironiza sobre el cambio de la generación progre a la que usted pertenece y que ha vivido la contradicción entre la prosperidad nueva y los viejos ideales.
Respuesta. Es un fenómeno que siempre me ha fascinado y que se vivió muy claramente en el Madrid de los años ochenta: la generación que había luchado contra el franquismo y ensalzado las virtudes proletarias se entregó con hambre atrasada a los valores y costumbres burguesas de los que habían renegado casi con violencia: la decoración, la moda, los restaurantes caros, los viajes. He querido recordar, con el distanciamiento que da la risa, ese pasado, del que, por otra parte, no hay que arrepentirse.
Pregunta. Para contar su historia recurre a personas de la sociedad madrileña -escritores, periodistas, artistas, políticos- unas veces con sus nombres reales y otras en clave, pero fáciles de descubrir. ¿No teme que alguien se moleste?
Respuesta He introducido personajes reales en la trama para dar mayor veracidad a la historia y situar al lector en el contexto exacto en el que se desarrollan los acontecimientos. No creo que los aludidos se molesten; más bien creo que les resultará divertido.
Pregunta. Las tertulias son otro de los referentes madrileños en su novela. ¿Las sigue frecuentando?
Respuesta. Las tertulias han sido suplantadas por las presentaciones de libros. Echo de menos la intimidad y la impunidad de la tertulia, aquellas reuniones desabrochadas en las que, de vez en cuando, poníamos a caldo a todo el mundo.
Alex González. El País, 18/09/1999 | |
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Publicado el 17:05 en Entrevistas | Enlace permanente | Comentarios (0)
La intertexualidad, o las muchas lecturas pueden ser un freno para la creatividad; por eso decía Julio Camba que él no leía nada, para no verse en la tesitura de copiar involuntariamente a los demás, fuesen o no grandes genios, lo que evidentemente era falso pero ingenioso. Una vez leí, o me contaron, que Pablo Neruda, como García Lorca, le quería recitar unos versos, exclamó: “No me leas, que me influyes”. Muchos escritores de reconocido prestigio han sido acusados de plagio, y no sólo ese en el que estamos todos pensando (pongamos que hablo de Cela) sino, en el pasado, poetas como Campoamor quien, a pesar de que fue patente que copió a Victor Hugo y sus contemporáneos le daban por perdido, mantiene su fama inalterada. La gran doña Emilia Pardo Bazán fue mancillada por la sospecha de haber plagiado un cuento a un escritor de tercerilla que firmaba Emilio Ferrari y ella se despachó con un desdeñoso: “¡Cuándo se convencerán los bobos, o mejor dicho, los pillos, de que los asuntos históricos y tradicionales pertenecen a todo el mundo!” Las que no son de todos son las traducciones, trabajo tan particular que nunca hay dos iguales, por eso Vázquez Montalbán, que se había beneficiado del esfuerzo ajeno en su supuesta versión al castellano de Julio César, de Shakespeare, fue declarado culpable por los tribunales.
Del plagio a las influencias y de éstas a las coincidencias hay un paso, y largo, pero muchos no lo ven o no lo quieren ver, por bobos o por pillos, Hay quien se empeña erre que erre en encontrar el eco de tal autor en tal otro, cuya obra este último quizás ni siquiera intuyó. Dicen que una vez preguntaron a Faulkner por su deuda con James Joyce y que, tras un breve silencio, contestó con una frase que me parece perfecta: “A veces pienso que hay una especie de polen de ideas flotando en el aire, que fertiliza de modo similar a mentes de diferentes lugares, mentes que no tienen ningún contacto entre sí”, lo que en lingüística se llama poligénesis, u origen múltiple, ya saben, esa facultad humana de inventar la pólvora cada uno por su lado. A ese polen son, en particular, alérgicos los profesores universitarios, atenazados por el terror académico, y dedicados de manera obsesiva a rastrear influencias donde no hay más que fecundo aprendizaje o genial coincidencia, como genial fue la salida de cierto doctorando que, acusado de plagio por uno de los asistentes a la lectura exclamó ante las abrumadoras pruebas: “¡Fíjese qué casualidad, tenemos las mismas fuentes!”
En una ocasión, José Jiménez Lozano, ese gran escritor sobre cuyos méritos literarios el académico Cebrián acaba de dictaminar que son “reconocidos aunque limitados” puso una vez un ejemplo muy ilustrativo de esto de las influencias y de las lecturas, al referirse a una profesora muy culta, especialista en San Juan de la Cruz que vio en el pájaro solitario del místico la influencia muy concreta de un remoto poeta persa, sin caer en la cuenta de que el pájaro estaba en la Biblia sin ir más lejos y, aún más cerca, de cualquier rama colgado. Yo sé en qué categoría habría clasificado doña Emilia a tan perspicaz lectora pero Jiménez Lozano fue más piadoso.
Publicado el 16:40 en Literatura | Enlace permanente | Comentarios (1)
Hoy es el día de los Inocentes. No es uno de esos días que programa la UNESCO en su santoral laico. Lo que se conmemora –ya nadie lo recuerda- es la matanza de recién nacidos ordenada por Herodes en tiempos de Jesús. Yo iba a hacerlo aquí con unos versos jocosos atribuidos a José Carulla, el nunca bien ponderado autor de “La Biblia en verso”, que aluden de manera algo irrevente a ese luctuoso episodio: “Jesucristo nació en un pesebre/Donde menos se piensa salta la liebre/Herodes le dijo a Cristo/Si te cojo, te hago pisto/y Cristo le dijo a Herodes/Pues por esta vez te jodes/ Porque yo me largo a Egipto” y que, habida cuenta de que el mencionado poeta-funcionario (que por cierto tenía frito a don Antonio Maura para que la Biblioteca Nacional le comprara su obra) era un señor muy católico y formal, deben ser indudablemente espurios, cuando la realidad de todos esos niños abandonados, esclavizados, masacrados, maltratados, prostituidos en la actualidad me salta a la cara y me devuelve el verdadero y dramático significado de esta “fiesta”: la proclamación del horror y de la injusticia en estado puro.
Adolfo García Ortega publicó hace unos años una novela sobre las víctimas infantiles del Holocausto. Se titulaba "El comprador de aniversarios" (editorial Ollero y Ramos) y trata de las vidas que el narrador "regala" a Hurbinek, un niño judío que murió a los tres años en Auschwitz y de cuya existencia sólo hay una breve mención en de Primo Levi en “La tregua”: “Mi atención –escribe Primo Levi- y la de mis vecinos de cama (se refiere al Hospital de infecciosos que improvisaron los rusos en el Gran Campo de Auschwitz para los liberados), pocas veces podía eludir la presencia obsesiva, la mortal fuerza de afirmación del que entre nosotros era el más pequeño e inerme, del más inocente: de un niño, Hurbinek” … “Nada queda de él –añade más adelante-: el testimonio de su existencia son estas palabras mías”. Ahora queda también la novela de García Ortega. No creo que podamos ya olvidar a Hurbinek, ni a él, ni a ninguno de los inocentes de quienes es un símbolo lacerante. Tampoco a los Ogros que los devoraron. Muchos viven todavía riéndose de ellos y de nosotros a mandíbula batiente y muchos más les sustituyen todos los días en la tarea.
Publicado el 12:40 en Historia, Judaismo y Holocausto, Literatura | Enlace permanente | Comentarios (0)
En 2009, al año de la muerte de Solzhenitisyn, publiqué en este blog una entrada (que reproduzco más adelante), con el título de Recordando a Benet a propósito de Alexandr Solzhenitsyn. En dicha entrada está narrado el origen de la polémica reacción de Juan Benet a la entrevista que TVE hizo al premio Nobel, de visita promocional por España. No fue la única reacción negativa, incluso el propio Cela dijo que S le parecía "un pajarraco" y muchos otros palmeros de la secta de "viva lo peor", entre los que hay que contar en primer lugar a la muy democristiana revista Cuadernos para el Díalogo, se hicieron eco de las las abyectas opiniones de Juan Benet al respecto. Pocas voces se levantaron entonces a favor del agredido y muchas a favor del agresor, como sucede a menudo en nuestro país. Me abstengo de cualquier interpretación, pues los hechos son harto elocuentes, sólo contar que un periodista francés de origen ruso, me proyectó en Arles en 2003 un vídeo que le estaba haciendo, --según creo nunca se hizo público- en el que Solzhentisyn se mostraba vivamente herido por la agresiva reacción de los españoles a su visita, que no olvidaría nunca. No me extraña.
Alguien me dijo una vez que Benet se había arrepentido de estas miserables palabras. Como lo dicho de palabra y en privado no vale (verba volant), busqué esa supuesta palinodia en Internet y no la hallé, pero lo escrito sí vale (scripta manent), y ayer encontré esto:
"Yo creo firmemente que mientras existan gentes como Alexandr Solzhenitsyn perdurarán y deben perdurar los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco más de educación no puedan salir a la calle. Pero una vez cometido el error de dejarles salir, nada me parece más higiénico que las autoridades soviéticas (cuyos gustos y criterios respecto a los escritores rusos subversivos comparto con frecuencia) busquen el modo de sacudirse semejante peste.", extraído de Juan Benet, El hermano Solzhenitsyn, Artículos (volumen 1, 1962-1977), Madrid, Libertarias, 1983, y que Ramón Muñoz reproduce en el siguiente artículo: "Vuelva al Gulag, camarada Solzhenitsin" http://elpais.com/diario/2010/03/11/sociedad/1268262002_850215.html
Para tranquilizar mi conciencia seguí buscando dicha retractación, mas fue en vano, pues según me informa Benito Fernández, biógrafo de Benet, no existe, aunque me encontré con más escritos relacionados con las ignominiosas declaraciones benetianas, esta vez un artículo de Ángel Sánchez Harguindey, “Me ratifico en lo que dije de Solzhenitsyn” (El País, 5 de mayo de 1976):
"Juan Benet ha conseguido lo que casi nadie podría imaginarse: escandalizar. Unas opiniones sobre Alexander Solzhenitsyn adquirieron, a tenor de las airadas reacciones, connotaciones apocalípticas.Juan Benet, ingeniero de caminos y escritor, apenas si pudo leer los comentarios que despertaron sus opiniones, y lamentos, sobre los fallos de seguridad en los campos de concentración soviéticos: partió, invitado por el Gobierno, a la República Popular de China. Tras un mes de estancia en aquel país regresaron el pasado 4 de mayo.
"Bueno, la verdad es que creía que ya estaban solventadas las cosas -declaró a EL PAIS Juan Benet-, y me sorprende el que se escribiera sobre el asunto con tanta reiteración".
"Mi impresión, muy gruesa, sobre las reacciones del artículo de Cuadernos es que se podía detectar una mala conciencia en todos ellos. Aducir un movimiento de piedad hacia un tipo que no nos toca en nada, cuando no se han producido manifestaciones democráticas sobre nuestros problemas, denota una mala conciencia. Me ratifico absolutamente, no sólo me ratifico en lo dicho, sino que, a «la vista de las reacciones, creo que fui tímido".
Juan Benet acaba de publicar su libro en la editorial Taurus, En ciernes, en el que se recogen tres conferencias no publicadas y dos artículos amplios, inéditos."
http://elpais.com/diario/1976/05/05/cultura/200095204_850215.html
Y para terminar, aquí va la entrada que les había anunciado al principio, de la que soy responsable:
La quimera, 05/07/2009.- Recordando a Juan Benet a propósito de Solzhenitsyn
En la edición española de Kontinent, revista internacional hecha por disidentes del bloque comunista en los años setenta y publicada en España por Unión Editorial (aunque sólo aparecieron seis números) se reprodujo, íntegra, la transcripción de la famosa entrevista que le hicieron a Solzhenitsyn en Televisión Española el 20 de marzo de 1976 y de la que la prensa española se hizo eco de aquella abominable manera, en boca de uno de sus voceros más espirituales y exquisitos del momento, Juan Benet. Reproduciré tan sólo la Nota a la edición española de “Kontinent”, donde se explican los avatares de dicha entrevista, también algunas de las declaraciones de Solzhenitsyn y, por último el comentario de la redacción rusa a la reacción del mirífico y nunca bien ponderado Juan Benet.
Nota a la edición española de “Kontinent”
El 20 de marzo de 1976, el escritor ruso y Premio Nobel de Literatura Aleksandr Sotzhenitsyn expuso en un programa de Televisión Española sus ideas acerca de problemas básicos de nuestra civilización. Esta intervención fue comentadísima en toda la Prensa española y dio lugar a grandes controversias. El lector español sólo conoce de esa intervención el resumen que la Prensa hizo sobre la traducción simultánea cualificada que, por razones obvias, no podía ser la traducción rigurosamente exacta de lo dicho por Soltzhenitsyn. Tenemos la seguridad de ofrecer aquí la traducción del texto íntegro de aquella memorable intervención, tomado de la versión rusa de la revista “Kontinent”. Al final reproducimos también el breve comentario que la redacción rusa acompañó al texto de Solzhenitsyn.
Algunas de las declaraciones de Soltzhenitsyn (la selección es mía y explica las “sanas reacciones” de nuestros preclaros pensadores arriba citados):
A la pregunta de qué contactos tuvo con el tema español, concretamente con la guerra civil, contesta S:
En los campos de concentración no pocas veces encontré a presos españoles, evacuados de niños a la URSS, a los que fueron revolucionarios españoles, a los marinos y aviadores que se hallaban en la Unión Soviética. Algunos de esos casos los cito en el Archipiélago Gulag. Pero aún antes España había quedado ligada a la vida de nuestra generación. Nosotros, mis coetáneos y yo, teníamos entre dieciocho y veinte años cuando transcurría vuestra guerra civil. ¡Qué sorprendente es la influencia de la ideología política, de esa desalmada religión telúrica del socialismo, con qué fuerza se gana los espíritus jóvenes, con qué engañosa claridad les da la solución supuestamente cierta! Era el año treinta y siete-treinta y ocho. En nuestra Unión Soviética estaba en pleno auge el sistema carcelario. En nuestro país encarcelaban a millones. En nuestro país fusilaban un millón al año. Ya no hablo de la existencia ininterrumpida del archipiélago Gulag: de doce a quince millones de hombres se hallaban presos tras las alambradas. Pese a todo ello, nosotros, como ignorando la realidad, con todo el corazón nos sentíamos entusiasmados y solidarios con vuestra guerra civil. Para nosotros, para nuestra generación, los nombres de Toledo, la Ciudad Universitaria de Madrid, el Ebro, Teruel, Guadalajara tenían un sonido entrañable, y si nos hubieran llamado, si nos lo hubieran permitido, habríamos estado todos dispuestos a acudir rápidos aquí, a luchar del lado republicano. Es una característica de la ideología socialista: ganarse de tal forma con su ilusión, sus consignas, a los espíritus jóvenes, hasta hacerles olvidar la realidad, su realidad, ignorar su propio país, anhelar un sueño abstracto como éste.
He oído, lo dicen vuestros emigrados políticos, que la guerra civil os ha costado medio millón de muertos. No sé en qué medida es exacta esa cifra. Admitámosla como exacta. Entonces deberemos decir que nuestra guerra civil se llevó dos o tres millones, pero vuestra guerra civil y la nuestra tuvieron un final distinto. En vuestro país triunfó el concepto de la vida cristiana, que con que con eso se quiso dar por terminada la guerra, para restañar las heridas. En nuestro país triunfó la ideología comunista, y el final de la guerra civil no significó su final, sino su comienzo. Con el final de la guerra civil se inició la verdad de la guerra del régimen contra su pueblo… el profesor Kurgánov, por la vía indirecta de la estadística, calculó que entre 1917 y 1959, sólo en la guerra interior del régimen soviético contra su pueblo perecieron en nuestro país sesenta y seis millones de personas. Y en la Segunda Guerra Mundial, por la forma despreciativa, negligente de llevarla según sus cálculos perdimos cuarenta y cuatro millones de hombres. Así pues, debido al sistema socialista perdimos un total de ciento diez millones de personas…
Vosotros habéis escapado a esa experiencia, no sabéis qué es el comunismo, tal vez para siempre o tal vez por ahora. Vuestros círculos progresistas llaman dictadura al régimen político existente en vuestro país. Llevo diez días viajando por España. Viajo desconocido por todos, observo la vida, miro con mis ojos. Me asombro: ¿Sabéis acaso qué es una dictadura, a qué se aplica tal palabra? ¿Comprendéis qué es una dictadura? He aquí algunos ejemplos que yo mismo he observado ahora. Ningún español está atado a su lugar de residencia. Es libre vivir aquí o marcharse a otra parte de España. Nuestro hombre soviético no puede hacer eso, estamos atados a nuestro lugar de residencia por el llamado “registro policial”. En nuestro país, son las autoridades locales las que dicen si tengo derecho a marcharme de este lugar o no. Eso significa que me encuentro por entero en manos de las autoridades locales. Ellas hacen conmigo lo que quieren y yo no me puedo marchar. Después me entero de que los españoles pueden salir libremente al extranjero. Tal vez lo hayáis leído en la prensa: en la Unión soviética, bajo una fortísima presión de la opinión mundial, bajo una fortísima presión de América, sueltan, aunque con muchas dificultades, a una parte de los judíos. Los demás judíos y, aparte de los judíos, las demás etnias, no pueden salir de ninguna manera. En nuestro país nos encontramos como en una cárcel.
Voy por Madrid, por otras ciudades –ya he estado en más de doce ciudades- y veo que en los kioscos de periódicos se venden las principales publicaciones europeas. No doy crédito a mis ojos: si en nuestra Unión soviética exhibieran un periódico de éstos por un minuto, la Policía se lanzaría inmediatamente a arrancarlo. En vuestro país se venden tranquilamente. Veo que aquí funcionan las fotocopiadoras. Cualquiera puede acercarse, pagar cinco pesetas y obtener una copia de cualquier documento. En nuestro país es inalcanzable a cualquier ciudadano. La persona que utilizara una fotocopiadora para sí misma sería condenada por actividades contrarrevolucionarias. En vuestro país, aunque sea con ciertas limitaciones, son admitidas las huelgas. En nuestro país, en sesenta años de existencia del socialismo, nunca fue permitida en una sola huelga. Los huelguistas, en los primeros años del poder soviético, eran barridos con ametralladoras, aunque sus demandas sólo fueran económicas, a otros los encarcelaban acusados de actividades contrarrevolucionarias, y hoy a nadie se le ocurriría convocar una huelga. … ¿Saben vuestros progresistas qué es una dictadura? Si en la Unión Soviética tuviéramos hoy estas condiciones nos habríamos quedado con la boca abierta y habríamos dicho: es una libertad sin precedentes. Llevábamos sesenta años sin ver esa libertad.
Habéis tenido hace poco una amnistía. La llamáis amnistía limitada. A los luchadores políticos que efectivamente mantuvieron una lucha política con las armas en la mano les redujeron las penas a la mitad. Os diré: ya quisiéramos nosotros una amnistía limitada como ésta una vez cada sesenta años. En sesenta años de existencia del poder soviético nosotros, los políticos, jamás tuvimos una amnistía. Íbamos a la cárcel para morir en ella. Sólo unos pocos hemos vuelto para contarlo.
Nota a la edición rusa de “Kontinent”
Con motivo de esta entrevista, el comentarista político español Juan Benet escribió: “Yo creo firmemente que mientras existan gentes como Aleksandr Solzhenitsyn perdurarán y deben perdurar los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados a fin de que personas como Aleksandr Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco de educación, no puedan salir a la calle”. No sabemos quién es esa persona, pero a juzgar por sus manifestaciones, más que publicista es un especialista en perfeccionamiento de sistemas carcelarios. ¿Por qué no ofrece sus servicios profesionales a los países socialistas? Parece que en España tardarán en necesitarlo. Mientras, sus consejos policíacos los reproduce gustosamente “Pravda” (30 de marzo de 1976). Hace tiempo que ese periódico muestra un empeño especial en perfeccionar la custodia de los “campos de concentración”. Mas al tal Juan Benet le vendría bien saber que bajo el socialismo la posibilidad de caer en uno de esos campos no está vedada a nadie, incluido el citado “comentarista político”. Muchos de sus correligionarios allí acabaron.
No, efectivamente, los de “Kontinent” no tenían por qué saber quién era ese Juan Benet al que confundieron con el Director General de Prisiones. No sabían que era un escritor exquisito y sofisticado, una suerte de divinidad literaria al que sus amigos llamaban unos, “don Juan” y otros, simplemente Benet. Pero es fácil sacar la siguiente conclusión: si lo peor del franquismo fue el antifranquismo, por los engendros que creó, lo peor del antifranquismo fue, sin lugar a dudas, Juan Benet. O de lo peor, vamos."
Publicado el 12:45 en Historia, Literatura | Enlace permanente | Comentarios (2)
Artículo publicado en La Gaceta de los Negocios, 5 de abril de 1998 con el título de "Hergé"
Se acaba de traducir al español una biografía de Hergé, el padre de Tintín, el héroe de todas las infancias, que ha hecho más por la universalización de Bélgica que Maurice Maeterlinck, Henri Michaux o Marguerite Yourcenar juntos. Incluso más que el mismísmo Simenon, que ya es decir. Los belgas no han tenido mucha suerte con estos dos últimos genios: les salieron políticamente incorrectos, poco ortodoxos para ser canonizados y, sin embargo, lo fueron porque la autoridad de ambos era indiscutible.
Pierre Assouline, el autor de la biografía tintinesca, ya desmitificó en su día al intocable Simenon y hay que decir que los belgas le temen, pero no pueden objetar nada pues aunque la historia -Unamuno dixit- es el pasado común pensado y sentido en función del presente, o sea interpretación, poco se puede contra la contundencia de los hechos.. Los banqueros suizos podrán escamotear arteramente las cuentas abiertas por los judíos antes del Holocausto, amparándose en el secreto bancario, pero no hay tal para la historia de la ocupación alemana en Bélgica.
Hergé nunca ocultó su simpatía por los "primos germanos" que le pudo haber costado la libertad y, si me apuran -les pasó a otros- la vida. Su colaboracionismo, manso y consuetudinario, fue más bien un consenso. Él no era ni un activista político, ni un teórico del nazismo, no denunció a nadie ni nadie murió por su culpa, se limitó a asentir, aplaudir a los demás y a sacar adelante a su familia de papel con sus historietas, que era lo único que de verdad le interesaba. Leyendo esa vida de Hergé por Assouline se saca la conclusión de que lo suyo fue una cuestión de simple mansedumbre y obediencia congénitas.
La gente como él es la que forma masa, consolida regímenes políticos -mejor si son totalitarios- y hace que el mundo siga funcionando en medio de las peores condiciones, como si no pasara nada. Desde ese consentimiento, Hergé trabajó sin parar hasta que la liberación le puso en el purgatorio, del que salió, no por él, sino por Tintin. Prevaleció el sentido común. Los ajustes de cuentas en Bélgica fueron menos feroces, menos fratricidas que en Francia. Tintin, algo menos racista, más cauto, salió de nuevo a descubrir cosas asombrosas: hielo en la luna, asteroides mortíferos que se dirigen a la Tierra, cosas de perenne actualidad, pues al fin y al cabo era reportero.
El mundo de Tintín se enriqueció con la creación de nuevos personajes: el capitán Haddock, el profesor Tornasol, la Castafiore, entusiasmaron a los niños y a los intelectuales. Y así, sin dejar nunca de ser él mismo, a Hergé le fueron perdonados todos sus pecados. El mundo ha madurado. todos sabemos que se puede ser política o moralmente reprobable (lo dijo Orwell de Salvador Dalí) y seguir siendo un magnífico dibujante.
Publicado el 10:00 en Flotante en el periodismo, Literatura | Enlace permanente | Comentarios (0)
Publicado el 21:59 en Historia, Religión | Enlace permanente | Comentarios (0)
En 1945, el poeta conquense Federico Muelas felicitó la Navidad a sus amigos con un librito en el que recogía una colección de villancicos que se cantaron en la Catedral de Cuenca desde el año 1758 a 1772. Tenía dos únicas excepciones: la de 1760, porque según una escueta nota explicativa “no hubo villancicos en Cuenca” y la de 1767 “por el fuego y la desgracia del Coro”. La música era de don Francisco Morera, presbítero, don Juan Manuel del Barrio, organista primero, y don Francisco Aranaz, maestro de Capilla. Sin embargo, no se hace referencia alguna a los autores de las letras. Este anonimato permitió a Muelas adaptar las letras a las exigencias de una lectura seguida, exenta de partitura. Para esta antología he elegido sólo dos, eliminando coros y estribillos, cuya repetición entorpece el hilo narrativo, de marcado carácter humorístico. Disfruten con ellos y pasen un feliz día de Navidad.
Villancico de los lisiados
Al portal vienen, señores,
una tropa de lisiados
clamando por quedar buenos,
hoy que todos somos sanos.
Confían en que, aunque es uno
el médico y ellos tantos,
los curará porque sabe
que siempre es mucho lo malo.
Ea, pues, lleguen,
vayan entrando,
mancos y cojos,
tuertos y calvos,
ciegos y sordos,
y corcovados.
no se detengan,
vayan entrando,
cuenten sus males
por sus pecados.
Allá va un cojo que dio
un gran resbalón, en que,
como el un pie se le fue,
el otro se le volvió.
Y éste, aunque sanar desea,
no pone bien su demanda,
porque los pasos en que anda
son los pies de que cojea
Sane no obstante,
que el Niño viene
para que nadie
caiga y tropiece.
Allá va un manco del todo,
que, aunque famoso escribano,
tanto se le fue la mano,
que sólo le queda el codo.
Este, que viene al estanco
de la salud, en pudiendo
echar al vicio un remiendo
lo echará aun siendo tan manco.
Sane el que escribe
que viene el Niño
porque se cumpla
lo que está escrito.
Allá va un tuerto que dio
en ver mal, y viene aquí
con un ojo para sí
y con otro para no.
Este da por remediada
su falta, pero es locura,
porque hoy no tira la cura
a ventana señalada.
Venga en buena hora
quien vista espera
y mire el Niño,
Sol que no ciega.
Dos calvos van, cuyas trazas
pretenden, por sus vivezas,
la cátedra de cabezas
y salen con calabazas.
Ellos dan en la manía
de que cada cual se siente
con la cabeza caliente
y la calabaza fría.
Muy grave será su mal
si el niño no los socorre
pues calvas, dicen las gentes,
se pintan las ocasiones.
Vaya un tullido, que en ser
rico está su enfermedad,
pues ve la necesidad
y no se puede mover.
Este quiere sanar luego,
diciendo muy al desgaire
que estar tullido de un aire
no es cosa que pide fuego.
Piensa mal el avaro
que el Niño infunde,
fuego en todos los golpes
que no dan lumbre.
Villancico de los ciegos copleros
Atención, señores míos:
todo el mundo escuche y oiga
la relación de los ciegos
que cantan como cotorras:
La gaceta, la gaceta.
nueva relación famosa
de lo que pasa en Belén,
aunque no pasa a esta hora.
Adán, nuestro primer padre,
nuestro miserable tronco,
durmióse, aunque no fue mucho,
y contrajo matrimonio.
Despertó Adán y miraba
a su mujer muy gozoso
porque era hermosa, y sobre ello
llevó en dote al mundo todo.
Salió a pasear solita,
que es un peligro notorio,
y luego le hizo el cortejo
el mismísimo demonio.
Trabáronse de palabras,
y a pocas se perdió todo,
porque en la mujer hay riesgo
en habiendo circunloquios.
La convidó a comer fruta,
y Eva, llevada de antojo,
la probó. Lo peor fue
que le hizo comer al novio.
Comieron, pero lloraron
luego en un memento homo
su delito, y el hartazgo
vino a salir por los ojos.
Viendo el Eterno en su obra
tanta ruina y tal destrozo,
juró darnos a su Hijo
para que arrimase el hombro.
Ya vino a cumplir las mandas,
aunque lo nieguen los locos,
que viendo este testamento
se están, como dijo el otro..
Ya vino, pues, y no es fácil
que el culebrón malicioso
engañe a otros ignorantes
que, a Dios gracias, ya no hay bobos.
Publicado el 21:11 en Creación, Literatura, Religión | Enlace permanente | Comentarios (0)
Un año más -¿desde hace ya cuántos?- la Administración española y, arrastrada por ella, las instituciones supuestamente independientes (eso que llaman con tanta fruición "la sociedad civil"), subvencionadas y cobardonas, siguen negando la realidad de la Navidad (excepto para irse de vacaciones) y mandando esas sibilinas incitaciones a que tengamos felices fiestas y, sobre todo, ese deseo casi pueril y prácticamente imposible de que cada año que viene sea estupendo. Por eso, y convencida como estoy de que hoy, más que nunca, se impone conservar las tradiciones, me permito hacer una pequeña antología de la colección de villancicos que empecé en Libertad Digital en el año 2000 y que he seguido enriqueciendo en La quimera desde su creación en noviembre de 2005 para recordar el verdadero sentido de lo que celebra la Navidad.
Los que ahora elijo son más bien poemas de Navidad y los saqué del "Cancionero español de Navidad", publicado por Adolfo Maíllo en 1944 y del opúsculo titulado "La Navidad en España", de José Sanz y Díaz (Publicaciones Españolas, Madrid, 1953) que es una verdadera mina. Ahí van unos cuantos
Airecillos de Belén
Airecillos de Belén,
¡quedito soplad,
pasito corred.
Que llorando suspenso, elevado,
y dormido se ha quedado,
aunque suspira el Niño tal vez:
quedito soplad,
pasito corred,
no, no me lo despertéis.
(De “Villancicos”, Córdoba, 1677)
A los Reyes Magos
Reyes que venís por ellas,
no busquéis estrellas ya;
porque donde el sol está,
no tienen luz las estrellas.
Reyes que venís de Oriente
al oriente del sol sólo,
que más hermoso que Apolo
sale del alba naciente;
mirando sus luces bellas
no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está,
no tienen luz las estrellas.
(Lope de Vega y Carpio)
Pues que la estrella
Pues que la estrella
es ya llegada
vaya con los reyes
la mi manada.
Vayamos todos juntos
a ver al Mesías,
que vemos cumplidas
ya las profecías;
pues en nuestros días
es ya llegada,
vaya con los reyes
la mi manada,
Llevémosle dones
de grande valor,
vienen los reyes
con tan gran fervor.
Alégrese hoy
nuestra gran zagala,
vaya con los reyes
la mi manada.
No cures, Llorente,
de buscar razón,
para ver que es Dios
aqueste garzón;
dale el corazón
y yo esté empeñada
vaya con los reyes
la mi manada.
Santa Teresa de Jesús
Y ya saben, quiméricos lectores, ¡Felices Pascuas de Navidad y de Reyes! por los siglos de los siglos, amén.
Publicado el 13:33 en Creación, Literatura | Enlace permanente | Comentarios (3)
María de Nazaret, era una joven devota; sus padres, Ana y Joaquín, descendían de Aarón. De niña había sido ofrecida al Templo para ser educada en el culto por las mujeres que lo cuidaban. A los catorce años fue dada por esposa a José, carpintero, de la estirpe de David, y se quedó a vivir con sus padres mientras transcurría el plazo prescrito de un año entre el casamiento y la entrada en la casa del esposo. Y ahí estaba la cosa, ella todavía no habia vivido con él ¡y estaba embarazada! Nadie sabía de quién ni entendía lo que había pasado; María era una doncella de buena familia, recatada, discreta. Cumplía las normas y no levantaba la mirada hacia ningún hombre. Pero resulta que ese embarazo la había llenado de gozo, hasta el punto de que, cuando le fue anunciado, no se le ocurrió otra cosa que recorrer los 150 km. que separaban Nazaret, en Galilea, de Ain Karim, en Judea para visitar a su prima Isabel, también embarazada.
Lejos de escandalizarse por el embarazo de su joven prima, Isabel y su marido, el sacerdote Zacarías, la saludan con respeto y la llaman "Madre de mi Señor"; ella exultante, entona el Magnificat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor..." y se queda tres meses con ellos hasta que nace el hijo de Isabel, que resultó ser Juan el Bautista. Después, regresa a Nazaret donde la esperaba José, nada conforme ni contento con la situación. Todo Nazaret estaba convencido de que iba a repudiarla y, en efecto, eso era lo que estaba decidido a hacer. Como ella callaba y aunque hubiera hablado él no la habría creído, tuvo que ser el ángel del Señor quien le avisara, en sueños: "Mira, no está bien que pienses en repudiarla. Ese hijo que lleva en su seno, y que tú mirarás como tuyo, no es de cualquiera, es del Espíritu Santo que os ha elegido a vosotros, a y a María, para que lo criéis. María sabe lo que la espera y ha aceptado. Ahora tú debes aceptarlo también."
Y José no defraudó al ángel del Señor, ni tampoco al Señor y cumplió con su destino de forma ejemplar. Desde ese momento estuvieron juntos y cuando ella estaba a punto de dar a luz tuvieron que desplazarse a Belén de Judá, ciudad de origen de la dinastía de David, para que les censaran, por orden de César Augusto. Belén estaba de bote en bote y no encontraban alojamiento, por eso Dios tuvo que hacerse hombre en un pesebre y aunque parecía que nadie se percataba de la importancia de ese nacimiento, los pastores acudieron a adorar al Niño porque presentían algo grande. No está claro si la visita de los Reyes Magos de Oriente fue antes o después de que María y José ofrecieran a su primogénito en el Templo, donde encuentran a Simeón, el que anuncia a María que "una espada le traspasará el alma". Pero la visita de los Magos, tres, cuatro o los que sean, parece haberse producido y ser la causa de la reacción de Herodes, asustado por esa adoración al "Rey de los Judíos". Otra vez el ángel tiene que intervenir y anuncia en sueños a José que huya a Egipto con su familia; 500 km, desierto incluido. Muerto ya Herodes, se establecen en Nazaret donde José trabaja en su oficio de carpintero. Mientras tanto Jesús va destacando y a los doce años se pierde y es encontrado en el Templo donde estaba dejando boquiabiertos a los sabios que ahí había. A Jesús no le gustó nada que le dijeran tenía que volver a casa pues considera el Templo "la casa de mi Padre". Es de suponer que sabía perfectamente quién era y lo que le esperaba veinte años después.
Esto, y no otra cosa, es lo que conmemoramos por estas fechas, año tras año, les guste o no a quienes sin embargo no se abstienen de celebrarlo. Por algo será.
Publicado el 22:52 en Religión | Enlace permanente | Comentarios (0)
En una edición anotada de El negro que tenía el alma blanca, de Alberto Insúa, encuentro una nota que dice: "Bosque de la Cambre: probablemente este extendido topónimo, corresponda a una comarca coruñesa de abundante arbolado". ¿Cómo es eso posible? ¡El protagonista está en Bruselas, acaba de expresar su intención de no seguir viaje a París, como era su propósito, sino de suicidarse en el "bosque de la Cambre" y resulta que para hacerlo -según el autor de la edición- tiene irse "probablemente" hasta Galicia, región que no se menciona en toda la novela ni por alusiones! Pero ocurre que el bosque de la Cambre es a Bruselas lo que el bosque de Boulogne a París y no un lugar de peregrinaje secreto donde se lleven a cabo misteriosas ceremonias druídicas, como insinúa absurda e innecesariamente el erudito profesor de literatura española encargado de la edición del texto que, claramente, todavía no ha puesto ninguna pica en Flandes.
Publicado el 08:27 en Flotante en el periodismo, Ártículos prensa | Enlace permanente | Comentarios (0)
Artículo publicado en La Gaceta de los Negocios, el 12 de marzo de 1998
Todavía no se han apagado los ecos de la polémica suscitada por la proyección cuasi clandestina de la serie sobre Blasco Ibáñez, dirigida por Luis García Berlanga. Todos están a la greña por culpa de esta película, malhadada en todos los sentidos, que no ha gustado prácticamente a nadie. A los valencianos -y no sólo a la familia del escritor- por el feo lugar en el que queda la huerta y sus más eximios representantes, a muchos otros, entre los que me cuento, por la distorsión de la realidad y la falta de honestidad documental y, por último, a los actores por los cortes en los títulos de crédito que merman su profesionalidad y porque la película se emitió de sopetón y a deshora.
Yo creo que el mensaje está claro: lo hicieron a propósito, conscientes de que aquello era un bodrio, lo cual no es excusa para incumplir los compromisos contractuales y me alegraré mucho cuando los actores vean restablecidos sus derechos. Pero lo que a mí me fascina de toda esta historia es el aplomo de Berlanga, inasequible al desaliento y blindado contra cualquier crítica a la que convierte, de inmediato, en un atentado a sus derechos de creador que puede tomar de la realidad lo que le parece y modificar lo que sea menester.
Durante la cascada de declaraciones que ha seguido a ese espinoso asunto el cineasta no ha dejado de insistir en ese punto, olvidándose de que aquí él no es un creador, sino un biógrafo, que los personajes no le pertenecen a él sino a la historia y que su única misión es la de escribir (bien) el guión sin faltar a la primera. Aunque bien mirado, no le falta razón del todo: él puede destacar de los personajes reales lo que quiera, es su privilegio de recreador.
Lo malo es que, amparándose en su indiscutible prestigio, ejerce tan inalienable derecho abrumándonos con sus soporíferos fantasmas eróticos que revelan la apabullante verdad, que de la vida entre el múltiple conjunto de los seres, que decía Rosalía de Castro, Berlanga no busca precisamente la imagen de la eterna belleza. Por eso convierte a Sorolla en un tripero insensible al arte, a Galdós, que además de ser un gigante de la literatura era alto, en un obseso sexual bajito, a la Pardo Bazán, escritora y pensadora de fuste, en una verdadera ninfómana, a la amante de Blasco, la señora de Ortúzar -toda una dama- en un putón verbenero y al propio Blasco Ibáñez en un salido y un putero internacional.
Una lástima que se desperdicie así el genialoide espíritu aventurero y polifacético de Blasco Ibañez contenido, mejor que en las tres horas de la película de Berlanga, en la sugerencia que el novelista hizo en una ocasión a Unamuno: "Invente usted una religión, don Miguel, la llevamos a Estados Unidos y nos hacemos ricos."
Publicado el 17:48 en Cine y televisión , Flotante en el periodismo, Ártículos prensa | Enlace permanente | Comentarios (0)
Marzo 2008.- vengo del programa de Sánchez Dragó que a veces me invita a participar en "Las Noches Blancas" en Telemadrid. A pesar que se emite de madrugada no es raro que al día siguiente alguien me reconozca por la calle o incluso en alguna cafetería. Que el mérito de Fernando, por supuesto, porque los que así me abordan no saben ni cómo me llamo, sólo que me han “visto en lo de Dragó”, además de un ejemplo de popularidad por delegación, es una prueba de que Fernando ha acertado y más en un país donde la cultura es la cenicienta de todos los medios y no digamos de la televisión, en la que, excepto en la época de Franco, no es lo corriente hablar de libros en prime time y a veces en ningún otro. Como ocurre en las dictaduras, la opinión pública no importaba y al no consultar los niveles de audiencia (que nunca favorecen a los programas culturales) se podía hablar de libros a cualquier hora. Eran los tiempos de “Tengo un libro en las manos”, de Luis de Sosa, que por cierto tenía unas manos grandísimas en las que cabían libros de anaquel y se perdían los de bolsillo. Había otro programa en el que participaban Esther Benítez e Isaac Montero; más paradojas: la cultura franquista estaba trufada de antifranquistas, en particular de comunistas, el espécimen político que mejor sabe acomodarse a la funcionalidad. También por entonces debutó el propio Sánchez Dragó, que luego triunfaría en toda la línea durante décadas con “Negro sobre Blanco”, hasta que los zapateristas decidieron dinamizar el medio o dinamitarlo, que a los efectos es igual. A ellos el formato cultural que más les gusta es el café cantante; en esos locales los libros terminan siendo lo que son, un artículo de bajo consumo. En una economía y una sociedad liberales el “cliente siempre tiene razón”, cosa que no es cierta; ésa es la terrible paradoja en la que nos movemos y el precio que tenemos que pagar por la libertad de expresión. No hay más que oír a los escritores y traductores de los antiguos países del bloque soviético. A mi entender, y sobre todo en España, hay dos, mejor dicho tres cuestiones que, parafraseando un famoso libro de Emilia Pardo Bazán, merecen ser calificadas de palpitantes. Son el exilio cubano, las víctimas del terrorismo etarra y la “cuestión” judía. ¿Qué tienen en común los tres temas? Sin duda alguna el silencio obstinado con el que la izquierda envuelve cualquier iniciativa que les ayude a escapar del getto ideológico en que se les ha metido.
Abril, 2008.- Icíar Bollaín publica en "El País" una réplica airada a un editorial en el que este puntal del progresismo se une al concierto de denuestos contra el cine español con un artículo titulado “Si no hubiera cine español”, esperanzadora hipótesis que nos hunde en una fantasía ciertamente liberadora y que, parafraseando a Capra, se podría también titular “¡Qué bello es vivir!”. Así como la no existencia del protagonista de la película de Capra acarreaba una serie de consecuencias funestas para su familia y para la ciudad donde tendría que haber nacido, la inexistencia (o sencillamente la defunción) del cine español generaría una reacción en cadena de bienestar y prosperidad. Nosotros nos ahorraríamos muchos sinsabores y Hacienda, mucho dinero. Pero para Bollaín, si eso pasara no habría “más Volver, no más La Comunidad, no más, Lunes al sol”. Parece demasiado bonito: las televisiones podrían emitir cine de verdad, sin tener que dilapidar el 5% de sus ingresos ni nosotros el porcentaje, por muy pequeño que sea, de los nuestros (esto lo digo yo). Bollaín sigue avanzando argumentos tipo boomerang que hacen innecesaria cualquier crítica. Sin el menor pudor, admite que sólo un 13% o un 14% de espectadores ve cine español pero que si éste desapareciera, “se perdería un escaparate de nuestra lengua (¿?), de nuestra forma de ver el mundo”. Sí, claro, una forma ramplona y barriobajera para retroprogres irredentos. ¡Qué pérdida tan espantosa! Termina prediciendo que Medem, Querejeta y Trueba “acabarían dirigiendo las voces de Blanca Portillo o de Belén Rueda en doblajes de supuestas mediocridades norteamericanas”. Eso sí sería terrible, porque si algo caracteriza a un actor español, además de no sabe actuar, es su incapacidad para articular el español de manera medianamente audible. Con la honrosa excepción de los actores de doblaje, que son otra cosa. El cine español fue bueno en la época en que casi todo el cine que se hacía en el mundo era bueno y aun así andaba a la zaga. Ahora, cuando ni el cine americano es bueno, el cine español es sencillamente abominable.
Publicado el 20:51 en Cine y televisión , Diarios | Enlace permanente | Comentarios (0)
En 1902, Émile Zola murió en su domicilio de París, intoxicado por las emanaciones de una estufa de carbón. En España, Emilia Pardo Bazán, la principal avalista de la obra de Zola, que años antes había difundido la buena nueva del naturalismo, expresó el enojo que le había producido ese fin tan descuidado a su amiga Blanca de los Ríos, en términos nada caritativos: “La muerte de Zola ha sido bien insípida. ¡Mire usted que calentarse con carbón mineral, la cosa más dañina, un escritor, abogado del progreso, de la higiene, un naturalista!”.
Hay en estas palabras muy poco respeto por quien fue cabeza de fila del movimiento que ella divulgó en su polémico libro, La cuestión palpitante, movimiento al que se adscribió no sin reservas y que provocó su separación matrimonial, lo que, dicho sea de paso, no pudo ser más acertado pues la presencia a su lado de un cónyuge carlista y muermo, por añadidura no podía ser más que un lastre. Personalmente no puedo dejar de pensar que la acritud y la ironía que se puede percibir en dicha carta es una especie de pequeña venganza que la ilustre escritora se permite hacia el que ella asumió como mentor, por las declaraciones de Zola a raíz de la traducción del libro de doña Emilia al francés:
“De novelas españolas —dice Zola a Rodrigo Soriano, redactor de La Época— ya he dicho que en Francia somos muy ignorantes. La señora Pardo Bazán ha escrito una obra que he leído. Es libro muy bien hecho, de fogosa polémica: no parece libro de señora. Aquellas páginas no han podido escribirse en el tocador. Confieso que el retrato que hace de mí la señora Pardo Bazán está muy parecido y el de Daudet, es perfecto. Tiene el libro capítulos de gran interés y, en general, es excelente guía para cuantos viajen por las regiones del naturalismo y no quieran perderse en sus encrucijadas y vericuetos. Lo que no puedo ocultar es mi extrañeza de que la señora pardo Bazán sea católica, ferviente militante, y a la vez naturalista; y me lo explico sólo por lo que oigo decir de que el naturalismo de esa señora es puramente formal, artístico y literario”. Creo que son estas palabras, que les acabo de subrayar, lo que no le perdonó la buena señora.
Ciento catorce años después, hay motivos para creer que esa muerte tan denostada por la sapientísima escritora no fue accidental sino intencionada. En 2002 el periodista francés Jean Bedel, desarrolló una teoría que ya había avanzado en 1953 según la cual un deshollinador llamado Henri Buronfosse, que pertenecía a una organización nacionalista y antisemita, taponó la chimenea de la casa de Zola, movido por la antipatía y el odio que le inspiraba el novelista, que con su panfleto Yo acuso, originó el escándalo de lo que sería El affaire Dreyfus, tremendo pastel que hizo temblar instituciones tan sólidas como el ejército y los tribunales y que encendió los ánimos de la sociedad francesa, poniéndola casi al borde de la guerra civil.
La inquietante tesis, que al principio no tuvo ninguna repercusión, está siendo aceptada por los actuales biógrafos de Zola que la están incorporando a sus obras, sobre todo desde que ha quedado probada la existencia y profesión del presunto implicado, así como la total ausencia de investigación criminal sobre la presencia, documentada, de deshollinadores en el inmueble por aquellas fechas.
A pesar de que Zola no pudo verla, la rehabilitación del capitán Dreyfus, seis años después, bastaría para dar sentido a las hermosas palabras de Anatole France quien calificó al combativo y generoso escritor como “un momento de la conciencia humana”.
Publicado el 10:43 en Pardo Bazán | Enlace permanente | Comentarios (1)
Eça de Queirós, El primo Basilio. Episodio doméstico.
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Publicado el 10:00 en Literatura, Pardo Bazán | Enlace permanente | Comentarios (0)
Crónica publicada en Libertad Digital el 12 de junio de 2002 con el título de "Libros quemados"
El mundo editorial francés está de luto. El 29 de mayo más tres millones de libros ardieron en una sola noche y el incendio arrasó por completo los almacenes de la editorial Les Belles Lettres. Las pérdidas no sólo han sido materiales, sino patrimoniales. El catálogo de esta editorial contiene gran parte de la literatura clásica francesa y, sobre todo, de la literatura clásica traducida. La joya de la corona es la colección Budé, de clásicos griegos y latinos, cuyos orígenes, aireados ahora a propósito de la catástrofe, son un ejemplo del más acendrado patriotismo. En 1914, un joven lingüista quiso leer a Homero en las trincheras y no pudiendo encontrar ninguna edición fiable en francés tuvo que recurrir a una versión escrita en la lengua del enemigo, o sea, en alemán, para quienes se haya olvidado de qué iba la cosa. Aprovecho para decir que el helenista francés Guillaume Budé es, en menos comprometido y trascendente, un trasunto de nuestro Luis Vives, que era latinista. Ambos fueron contemporáneos, conocieron a Erasmo (aunque de forma bastante más activa el español que el francés) y, qué casualidad, murieron el mismo año, en 1540. Budé en París, ciudad en la que había nacido en 1467, y Vives en Brujas, prueba de que llevó una vida mucho más ajetreada, habida cuenta que nació en Valencia y bastante después, en 1492. Además, Luis Vives también ha dado nombre a una editorial, aunque de diferentes características. Pero vuelvo a mis ovejas porque no es de estos ilustres humanistas de quien quería hablarles sino de esos libros y de esas editoriales reducidos a cenizas.
Al acabar la guerra, el inquieto joven consiguió que la Asociación Guillaume Budé y un grupo de industriales franceses «amigos de las letras clásicas», fundaran una editorial para cubrir el vergonzoso hueco, empeño que en España sólo encuentra parangón en la biblioteca catalana bilingüe Bernard Metge o la editorial Gredos, en Madrid, aunque con bastantes salvedades, ya que aún queda mucho por traducir, de forma que algunos españoles, para leer de forma completa a los clásicos, todavía tienen que recurrir a la colección francesa hoy perdida de forma tan dramática. Como ha recordado el diario Le Monde, en una nota que casi es una necrológica, desde su fundación hasta ahora mismo se habían vendido más de seis millones de ejemplares. Tomen nota de los libri venditi quam plurimae (o best-sellers): Los trabajos y los días de Hesíodo (para los griegos) y El arte de amar de Ovidio (para los latinos). Lo que más preocupa ahora es saber si podrán rescatarse los ochocientos títulos de la colección pues parece bastante difícil que la editorial asuma ese riesgo.
La catástrofe no termina aquí, ya que «Les Belles Lettres» se había convertido en una gran distribuidora de revistas y de pequeñas editoriales independientes y exquisitas, como Fata Morgana, Obsidiane, Le Temps qu'il fait, La Fabrique y muchas más que se han quedado sin existencias y que difícilmente van a poder levantar cabeza tras este golpe. La lista de editoriales distribuidas está en la página Lesbelleslettres.com y algunas se han agrupado en el colectivo Athélès desde el que lanzan llamadas de solidaridad para conseguir donaciones. La prensa española apenas se ha hecho eco de esta noticia, que tampoco parece haber llegado a los felices y despreocupados oídos de los editores españoles. Tal vez no querían que les amargaran la Feria del Libro de Madrid que, por uno de esos contrastes crueles de la vida, se inauguró precisamente dos días después de la tragedia. Malos tiempos para los franceses: el trágala de Le Pen, la quema de todos estos libros y ahora, nada más empezar, se quedan fuera del mundial de fútbol. La culpa la tiene el auge de la derecha pues, como dijo el inefable Jorge Valdano –no se lo pierdan– «el fútbol es de izquierdas, la prueba es que en España lo introdujo don Francisco Giner de los Ríos».
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Nota: Al cabo de un par de años los gestores de la crisis reeditaron gran parte del catálogo y publicaron nuevos títulos mejorando notablemente la calidad de la edición y el aparato crítico.
Otrosí, el siguiente enlace que debo a la gentileza de Martine Horovitz Silber, ex corresponsal del periódico Le Monde en Madrid.
Publicado el 10:37 en Literatura | Enlace permanente | Comentarios (0)
Entrevista realizada por José María Marco y Nuria Richart
Publicado el 19:19 en Entrevistas | Enlace permanente | Comentarios (0)
Se habla mucho del enriquecimiento intercultural y hay bastante que decir al respecto, depende de cómo se produzca el contacto. Si es sumisión por influencia impuesta o dominante, mala cosa, todos acabarán empobrecidos a la larga, sea cual fuere la relación de servidumbre o el grado de itinerancia. Si la influencia es libremente asumida, estamos hablando de viajes.
El viajero, ya sea turista, conferenciante ocasional o representante de comercio, no es un emigrante ni un exiliado, ni siquiera un funcionario en comisión de servicios o el corresponsal de un periódico; está, pues, en una situación expectante y lleva una inmensa maleta vacía que llenar, en el sentido figurado y en el propio. Cómo lo haga es otra cosa.
Si sus ideas son favorables, encontrará su patria más atractiva a la vuelta, a pesar de la decepción por no encontrar lo que había esperado, pero si se esperaba lo peor, seguro que ahora lo encontrará en todas partes. En este mundo normalizado hay cada vez menos motivos para la decepción o el extrañamiento, sobre todo si sólo se frecuentan discotecas y aeropuertos.
Un amigo mío, muy viajado, por cierto, sostiene que viajar es de pobres (yo creo que lo que es de pobres es cocinar a diario, pero esto es otra historia), no sé si se refiere a pobreza interior o a que la mayoría paga sus viajes a plazos.
Publicado el 19:13 en Actualidad | Enlace permanente | Comentarios (0)
En el año 2000 respondí lo siguiente a una serie de preguntas que me hicieron, a mí y a muchos otros, en una Revista de cuyo nombre, no es que no quiera, es que no logro acordarme. Comoquiera que hoy respondería prácticamente lo mismo no tengo inconveniente en lanzarlas de nuevo a esta fementida red de opiniones y complicidades ¿sociales?
¿Por qué escribo? - Cuando me hacen esta pregunta pienso en las brillantes respuestas que han dado ya, con anterioridad, tantos otros. Yo suscribo muy especialmente aquello que decía Orwell sobre el deseo de destacar, de hacer algo sobresaliente, y también sobre el deseo de comunicar a los demás algo que creemos valioso. Insistiría también en que no se trata sólo de un deseo sino de la necesidad de volcar la experiencia y de transmutar la realidad al hacerlo. Necesidad, metamorfosis, exhibición. De todo hay y en mi caso, y mucha energía por liberar, y mucha angustia y mucho reconcomio de por medio.
¿Qué quiero contar? - Lo que sé, lo que veo, lo que recuerdo, lo que me duele, lo que me solivianta, lo que me perturba, lo que me divierte, lo que me hace feliz o desgraciada, lo que puede hacer reír y llorar a los demás conmigo, lo que puede molestar y lo que puede ayudar a conjugar la vida en todos los modos posibles.
¿Cómo lo cuento? – Intentando ceñirme a la realidad, buscando el acierto en las metáforas, cuidando la forma, elaborando el lenguaje, matizando, corrigiendo, puliendo, abreviando. Como puedo y con muchos menos gerundios.
Confío en que se tenga en cuenta, a la hora de juzgar esta somera "poética", que aunque estaba ya muy trabajada, tenía 17 años menos y algo se cambia; por ejemplo mis intenciones son más aviesas, qué duda cabe, tengo menos reconcomios a la hora de adjetivar y no me ando con remilgos con las metáforas ni, si me apuran, con los gerundios, que ese prurito de perfección le va más a la brega traductiva e incluso poética que a la ora aburrida, ora convulsa, prosa de la vida.
Publicado el 12:22 en Entrevistas, Literatura | Enlace permanente | Comentarios (0)
La estupidez y la inteligencia no son términos opuestos sino caras de una misma moneda, ¿situada en nuestro lóbulo frontal? ¿En nuestra alma? Facultades intelectuales ambas, escapan a nuestro control, pero controlan el mundo. Siempre he dicho y repito aún a riesgo de parecer estúpida, que nadie es tan tonto que no pueda decir algo inteligente ni tan inteligente que no pueda decir una estupidez. No soy la única que ha percibido esa connivencia entre una y otra ni la delgada “línea roja” que las separa, hasta el punto de que muchas veces se confunden y nos confunden.
En mi afán de ir completando una inacabable y prácticamente imposible Enciclopedia de la Estupidez humana, que incluye también la inteligencia, como contrapartida o complemento, reproduzco a continuación algunos escolios del pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila al respecto:
La inteligencia se arruina cuando quiere ser inteligente.
La historia aun del más tonto de los hombres es sutil.
La buena voluntad es la panacea de los tontos.
La inteligencia se apresura a resolver problemas que la vida aún no plantea. La sabiduría es el arte de impedírselo.
La tontería y la retórica acechan hoy hasta la más tímida esperanza.
El imbécil es el que no percibe sino lo actual.
Más que por raciocinios, la inteligencia se guía por simpatías y ascos.
El tonto se limita a criticar la estupidez obvia de los más sosos comportamientos sociales sin entender su singular importancia.
El tonto no se resigna a la existencia de lo insoluble: falso problema o problema soluble mañana, tal es el dilema del tonto.
Ciertas inteligencias empobrecen lo que tocan.
No hay peor tontería que la verdad en boca del tonto.
Sólo el tonto sabe por qué cree o por qué duda.
El tonto no se contenta con violar una regla ética, pretende que su transgresión se convierta en regla nueva.
La inteligencia tiende hacia la imbecilidad como los cuerpos hacia el centro de la tierra.
Nada más estúpido que desdeñar la estupidez cuando solicitamos sus aplausos.
La estupidez táctica del ambicioso peligra convertirse en estupidez auténtica.
La imbecilidad de sus pasiones salva al hombre de la imbecilidad de sus sueños.
Los cálculos de los inteligentes suelen fallar porque olvidan a los tontos, los de los tontos porque olvidan a los inteligentes.
Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito I.
Publicado el 20:18 en Literatura | Enlace permanente | Comentarios (0)
(...) La tía de Gloria, aglutinaba, en ese mismo hotelito de El Viso que había pertenecido a la familia Arde, a una nutrida representación de personas de su mismo corte ideológico: republicanos, anarquistas y comunistas que sobrevivían en el Madrid franquista y que olvidados de su viejas rencillas, y unidos en la derrota como lo estuvieron durante algún tiempo en la lucha, acudían encantados a la tertulia de Preciada, al amparo de la prosperidad económica y de la generosa hospitalidad de que se hacía gala en aquella casa donde se producían escenas del siguiente cariz:
Época: Primerísimos años sesenta. Malos tiempos para la lírica. La mojigatería oficial vetero-católico-franquista rivaliza con la mogijatería clandestina de los sectores antifranquistas dominados por los adustos comunistas a quienes Franco, de rebote, ha convertido en los adalides de la oposición a su régimen. En una palabra, parece que en España, franquistas y antifranquistas se hubieran puesto de acuerdo para que la libertad, la belleza y la felicidad, en cualquiera de sus formas, brille por su ausencia.
Escenario: El amplio salón acristalado del hotelito de los Arde. Está amueblado de manera miscelánea, mezcla de tenebroso pasado (representado por algunos muebles estilo remordimiento agudo de los padres de don Eduardo), radiante porvenir (representado por alguna aportación bauhausiana del anterior) y nuevas tecnologías de punta, en forma de plástico y otros novedosos materiales aportados por la Belinchona en su afán de luz y progreso.
Personajes: La Belinchona, Gloria, ya adolescente, Julia Guerra, una amiga de toda confianza de la Belinchona, también de las mujeres libres, que trabaja en Rioplex, una floreciente cadena de tiendas de plásticos y nylon, propiedad de otro ex compañero de la FAI, amigo de Próspero y protector de “rojos”; Celestino Flores Rey, un poeta social que quiere entrar en el partido comunista y que es sobrino de un compañero anarquista de las Belinchonas, muerto en la cárcel, Juan Antonio Salas un joven universitario, amigo de este último y neófito en este tipo de reuniones, que aspira a lo mismo; Santos Ramos Leal, un funcionario por oposición, avezado comunista, que intenta justificar su sórdida condición de servidor del Estado considerándose un “topo” cuya misión es minar desde dentro el sistema. Éste ha traído por primera vez a la tertulia a dos gerifaltes del Partido con el fin de tantear a los jóvenes candidatos. El primero, Diego del Robledal es el hijo de un latifundista extremeño, noble por añadidura, circunstancia genética que revaloriza grandemente su sacrificio social que de acuerdo con su aspecto y habillamiento no parece ser muy grande. Este eterno estudiante, una vez derrotado Franco en la cama, terminó militando en las filas de U.C.D. y a la sazón pasea su incompetencia por todas las Universidades de la Península en aras de la Causa, sin conseguir ni derribar el régimen ni terminar la carrera... El segundo, Javier del Valle, es un editor que en la democracia seguiría siéndolo durante mucho tiempo con éxito hasta convertirse en un periodista emblemático. Ambos son eso que los sociólogos llaman “creadores de opinión”, es decir, unos manipuladores de mucho cuidado.
CELESTINO FLORES (estornudando): Franco está en las últimas. Lo sé de muy buena tinta.
JULIA GUERRA: Es cosa de poco tiempo. No hay más que oír la Pirenaica que están pero que muy bien informados: el régimen está dando las últimas boqueadas.
JUAN ANTONIO SALAS (en voz baja, a su amigo el poeta) ¿Qué es la Pirenaica?
FLORES (en el mismo tono, a su amigo) Radio España Independiente, un programa que se emite desde Rumanía, ya te contaré.
SANTOS RAMOS LEAL (mirando severamente a los jóvenes cuchicheantes) La presión exterior es cada vez más fuerte. En el Pardo hay mucho trasiego. Me lo ha dicho fulanito que trabaja en Gobernación.
JAVIER DEL VALLE: ¡Ojo con fulanito! dicen que es de la social. Muchos de los que cayeron en agosto eran de su célula. Para no hablar de lo de Julián (refiriéndose a Grimau). Hay que tener mucho cuidado de en dónde y con quién se habla.
LA BELINCHONA (sintiéndose aludida): Querido amigo, esta es una casa de toda confianza.
DEL VALLE: No lo dudamos, amiga Preciada, pero estamos atravesando una época muy peligrosa. Incluso Federico que tiene tanta suerte (refiriéndose a Jorge Semprún, alias Federico Sánchez que todavía no se había despedido de nadie) ha llegado a correr un serio peligro y tendrá que estar sin aparecer durante algún tiempo.
DIEGO DEL ROBLEDAL (con la voz infatuada del enterado): Mientras no tenga que recurrir a Francisco Saénz (refiriéndose a Carlos Semprún, hermano del anterior, que en realidad se hacía llamar “Ramón”) para mantener los contactos y transmitir las consignas.
DEL VALLE: ¿Francisco? ¿Te refieres a Paco “El loco”? ¿O se llamaba Ramón? Tranquilo, ya no está en el partido.
RAMOS (que no quería parecer menos) ¡Menuda pieza! Antonio (refiriéndose al pintor Antonio Saura) le tuvo que dar alojamiento y no le gustó un pelo, y la verdad, a mí tampoco.
DEL VALLE: En realidad ese chico es un anarquista, bueno, peor aún, un verdadero ácrata. Acabará mal, seguro.
(Todos miran a Preciada que prefiere no darse por aludida y dejar pasar “la metáfora”, como le dijo después a su amiga).
FLORES (estornudando y lagrimeando): Lo que yo digo: hay que tener mucho cuidado y estar preparados para el salto cualitativo. En ese sentido los de Barcelona lo tienen muy claro.
SALAS (rezumando admiración): Dicen que Carlos Barral, el de la editorial Seix Barral, y Jaime Salinas, el hijo del poeta, que trabaja con él, vienen de vez en cuando a Madrid a buscar novelistas para cargarse el régimen.
FLORES (corroborando lo que dice su amigo): Ya lo creo. Se alojan en la Casa de Suecia e invitan a todo el mundo. Yo fui con Lugando el otro día y estaban Juan García Hortelano, Armando López Salinas y Antonio Ferres.
RAMOS (muy quisquilloso y como si quisiera pinchar al poeta): Ya me han hablado de las juergas que se corren los señoritos esos. La lucha se hace yendo a la huelga general y no bebiendo gintonics y publicando libros que leen cuatro gatos, amparados en la periferia del poder.
FLORES (indignándose, lo que le hace toser con mayor virulencia, porque cuando estuvo en la Casa de Suecia sólo tomó café con leche para rechifla de los exquisitos catalanes que eran tan europeos por aquel entonces) ¡Pero si son novelas sociales! ¡A Lugando Martín Porras le van a publicar Canta el acero y otros cuentos metalúrgicos!
SANTOS (insistiendo): Subterfugios para zafarse del enfrentamiento frontal y eludir compromisos y responsabilidades, a ver si os vais enterando.
FLORES (dispuesto a defender su postura y estornudando a más y mejor): Cada cual hace lo que puede y sabe. Yo lucho en el frente de la poesía y Lugando en el de la novela, que el que se tiene que enterar eres tú.
DEL ROBLEDAL: De todos modos, aunque no soy partidario de que se rechacen las contribuciones de índole literaria, siempre, claro está, que sirvan para denunciar la corrupción del capitalismo y no caigan en un lirismo estéril y decadente, hay que tener muy en cuenta que, previo a cualquier planteamiento literario, es más, por encima de él, está el estudio pormenorizado de los Tratados de Economía Política.
RAMOS (con aire fiero e inquisitorial): Estoy totalmente de acuerdo, menos Baudelaire, menos Rilke, y más Marx, Engels o como mucho Simone de Beauvoir. ¡No hay que jugar con la revolución!
DEL VALLE (terciando, con autoridad de líder): Amigo Ramos, no sea usted tan sectario. Estoy de acuerdo con lo que acaba de exponer el camarada Sansón (nombre de guerra del señorito extremeño) pero, como ha dicho el camarada Flores, la lucha se puede hacer en varios frentes y el literario no es nada desdeñable, es más, puede acelerar notablemente el proceso dialéctico.
FLORES (sonándose con estrépito y muy ufano de que el prócer le llamara camarada, lo que considera un buen augurio para sus propósitos): ¡Y el proceso dialéctico es imparable!
RAMOS (poniéndose nervioso): ¿Estás acatarrado?
FLORES (sintiéndose burdamente culpable): Es la maldita alergia
RAMOS: ¡Puto capitalismo!
FLORES (estornudando de nuevo): ¿Oye, qué tiene que ver el capitalismo con la alergia?
RAMOS (indignado): ¡Ah!, ¿con qué crees que no tiene nada que ver? ¿Eso crees? ¿de verdad que lo crees?
LA BELINCHONA (con autoridad de anfitriona, zanja la discusión que se está poniendo demasiado intelectual, luego violenta): Mi cuñado me ha dicho que, en Ginebra, Álvarez del Vayo está intentado organizar un Frente de Liberación Nacional para intervenir cuando llegue el momento.
RAMOS: ¡Cómo si no hubiera llegado! Hay que darse prisa, porque a este paso no sólo no nos libramos de Franco, sino que además nos quedamos sin socialismo internacional. Sino, miren lo que pasa en Cuba. Los revolucionarios están claudicando muy rápidamente... (mostrando una revista en cuya portada puede verse a una joven bellísima recibiendo la corona de Miss bajo el lema: “Socialismo también es belleza”, se empieza así y se termina yendo a misa.
LA BELINCHONA (como si la hubieran mentado la bicha): ¡Los curas, los curas, ésos, ésos son los que tienen la culpa de todo! Porque a mí nadie me convence de que detrás de cualquier desastre no hay un remolino de sotanas...
(De pronto, llaman al timbre. Como es domingo y el servicio libra, la Belinchona manda abrir a Gloria)
GLORIA (volviendo al punto): Tía, es el pobre de los jueves.
LA BELINCHONA (algo corrida): ¡Pero si es domingo!
GLORIA: Es que dice que se puso malo.
LA BELINCHONA (para dejar bien claro que no le va a dar dinero, sino tan sólo a saciar su hambre): Deja, deja, iré a darle un poco de la paella que ha sobrado y algo de Valor (aludiendo a una marca de chocolate muy popular en la época) con pan.
(Mientras está fuera, hay un intercambio de miradas entre los asistentes, que callan porque está Gloria delante. Vuelve la Belinchona, muy sofocada y belinchante)
DEL ROBLEDAL (con aire indulgente pero severo): Perdone, Preciada, que la censure vivamente su actitud. La caridad personal es una debilidad y un craso error que personas como usted no deberían permitirse...
LA BELINCHONA (con embarazo): Pero si es para que no se muera de hambre...
DEL ROBLEDAL (muy frío y teórico): Lo sé, lo sé, pero lo que usted hace tiene un nombre muy sospechoso: se llama caridad, paternalismo burgués, y, créame Preciada, así no llegaremos a ninguna parte, tenga en cuenta que...
FLORES (que quiere hacer méritos porque uno de los principales teóricos del Partido había calificado de “decadente estetecismo ligeramente fascistoide” a su último poema, publicado en la Estafeta Literaria, por utilizar adjetivos como “glauco” y “garzo”): Estoy totalmente de acuerdo con el camarada Sansón. No hay que dar limosna a los pobres para exacerbar su odio de clase, y así puedan concienciarse e incorporarse a la lucha social.
RAMOS (que la ha tomado con el poeta y le ha molestado mucho que interrumpa al gerifalte): Bastaría con el odio de clase.
SALAS (muy exaltado): ¿Qué puedo hacer yo? Mi padre es un explotador, un facha, un reaccionario y yo le odio y odio todo lo que él representa y me avergüenzo de mi educación y de mi clase. Yo quiero demostrar que no soy como él. Quiero que me pongan a prueba. Lo exijo.
LA BELINCHONA (a su amiga Julia, en voz baja y con tono de conmiseración): Creo que su padre es militar...
SANTOS (guiñando un ojo a los demás): Pues para empezar, puedes rellenar con nosotros una quiniela.
SALAS (desconcertado): No entiendo qué relación hay... Creía que el fútbol era una especie de opio del pueblo...
(Todos ríen cómplicemente y Diego del Robledal y Javier del Valle, también nuevos, observan divertidos la escena)
SANTOS: Verás muchacho, todas las semanas rellenamos una quiniela sólo con equis.
SALAS (francamente alarmado): ¿Pero con qué fin?
LA BELINCHONA (muerta de risa): Porque si nada más empezar a jugar, Franco muere -o le matan- tendrían que suspender todos los partidos y quedarían empatados.
(Carcajadas generalizadas)
JULIA GUERRA (cambiando de tercio): ¿Conocéis el cancionero de Einaudi?
LA BELINCHONA (belinchando ruidosamente): ¡No lo íbamos a conocer! Si hasta tenemos un disco. Lo ha triado Gloria de Ginebra.
Y sonaba el “pick up”:
La hierba de los caminos
la pisan los caminantes
bis
Y a la mujer del obrero
la pisan cuatro tunantes
de esos que tienen dinero
Gloria, algo perpleja, se preguntaba si entre esos cuatro tunantes figuraría también su familia o si bien ellos entraban en esa categoría de la excepción que confirma la regla y que tanto juego da en la gramática. (...)
Nadie dijo que fuera fácil, Capítulo II, Edhasa, Barcelona, 1999
Publicado el 14:28 en Creación | Enlace permanente | Comentarios (0)
Nunca veremos convocado a ningún lector, ni siquiera de forma indirecta, en los cónclaves sectoriales en pos de nuevas fronteras. Hablarán de cifras de producción, de sinergias, de estrategias de mercado, y dirán cosas contradictorias y escalofriantes que abren cada vez más el abismo entre el creador, lo creado y su principal destinatario: el lector. Por un lado, hay quien preconiza que para resolver la crisis tiene que haber "voluntad política y propuestas imaginativas que ayuden al desarrollo de la pluralidad, desde la oferta editorial hasta los espacios de ventas, con medidas destinadas a desanimar las políticas de concentración". O sea, que desaparezcan las librerías y se venda el "producto" en otros sitios, como las grandes superficies, por ejemplo. Por otro lado, se dice todo lo contrario: que son precisamente dichas propuestas imaginativas (léase grandes superficies) las que están acabando con la lectura, lo cual, como todos sabemos, es rigurosamente falso. Lo que acabarán es con las librerías, pero eso, que yo también lamento, es algo totalmente distinto.
Otros aciertan al comprender que el problema de las grandes tiradas de un único "bombazo" (que suele ser un libro abominable) no se compensa con la multiplicación de títulos supuestamente exquisitos pero con menos tirada. Esto sólo supone multiplicar las devoluciones y abortar cualquier descubrimiento literario importante, pues ni lectores ni críticos ni libreros pueden seguir ese ritmo trepidante. No dudo que algunos grupos editoriales consigan ganar dinero a espuertas, pero será en detrimento de la literatura. Garantía, rentabilidad, apuesta, son términos contrarios a ella. Cualquier editor que se precie de valorar la escritura y la lectura debería repetirlas hasta vaciarlas de sentido, como esas palabras que, por juego, repiten los niños obsesivamente.
El reiterado ninguneo que sufre el lector en todos los frentes –editoriales, librerías, prensa, radio, televisión– justificaría ampliamente su rebelión, una especie de huelga en la que se exigiera a los críticos y a los editores menos "inteligencia" (léase brillo, seducción y estrategia de mercado, que es a lo que se refiere Proust, al hablar del señor Sainte-Beuve, verdadero precursor de la crítica periodística moderna) y más literatura, porque, como dice don Marcelo: "Cada día me doy más cuenta de que sólo fuera de ella (de la inteligencia) puede rescatar el escritor algo de nuestras impresiones pasadas, es decir, alcanzar algo de sí mismo y la única sustancia del arte". Y esa sustancia que arranca del creador es lo único que realmente encuentra eco en el lector. "Los mejores libros son los que nos hablan de lo que ya sabemos", decía Marthe Robert, el polo opuesto a Sainte-Beuve. Y lo dicen con sus obras los escritores menos inteligentes y sin embargo más sabios, que sólo se amparan detrás de sus obras y de sus lectores y no de los editores y los brillantes críticos literarios, los cuales, enfrentados al puro texto, sin mayores "referencias" (como las que tienen que dar las criadas a las señoras), no sabrían en realidad a qué atenerse
Publicado el 17:17 en Literatura | Enlace permanente | Comentarios (0)
Antes de que existiera la noción de lo políticamente correcto, cuyo origen procede (pensamiento único aparte) de los esfuerzos de las minorías por hacerse respetar, había lo que conocemos como eufemismos. Generalmente se utilizaban para poder soltar tacos en sociedad o delante de los niños: “mecachis en la mar”… en lugar de “me cago en”, o “rediez” o, como dice mi venerada Marimoli (María Moliner, para los académicos), "para sustituir una expresión demasiado violenta, grosera o malsonante", y se me ocurre que, en realidad, en nuestra lengua hay bastantes pocos; tal vez por eso no existen (que yo sepa) diccionarios de eufemismos y sí de palabras malsonantes*.
Algunos hay incluidos en éstos, como contrarios a la entrada que definen y poco más. Tampoco la cosa da para más, a no ser que se incluyan los apelativos cariñosos del tipo “meloncito”, “pichurro” “pichoncita” y otras ternezas que se dicen los amantes entre sí y que los hacedores de argot no incluyen en sus léxicos, como si eso del argot fuera malo por definición. Ni siquiera Francisco Umbral, que cuando quiere acierta, incluyó esos términos tan castizos en su "Diccionario Cheli", omisión que lo descalifica como madrileño de pro. Hay ahí una hermosa vía de investigación filológica que no es de desdeñar, si además de los mencionados tratamientos cariñosos se incluyen otras figuras retóricas que tienden a lo mismo, que haberlas, haylas.
* Por prurito de exactitud (ya sé, ya sé, debería haberlo hecho antes), buscando en Google, encuentro un Diccionario de eufemismos y de expresiones eufemísticas del español actual, de José Manuel Lechado García (Licenciado en Filología por la Universidad Autónoma de Madrid), Editorial Verbum, 2000 pero aparece que está agotado. Habrá que buscarlo en Amazon o Iberlibro. Según reza en la cuarta de cubierta "está concebido como un diccionario de uso, aunque puede utilizarse también como un glosario de sinónimos. Las definiciones incluyen el término disfemístico (a menudo malsonante), la palabra tabú y la denominación más correcta. Como complemento se ha incorporado un "Diccionario inverso" en el que aparecen las voces y expresiones directas más notabls y toda sus equivalencias eufemísticas."
La existencia de este diccionario me tranquiliza y me parece indispensable para los traductores de películas y de series televisivas, por cierto, así dejaríamos de oír en las pantallas ridiculeces como “tarrito de miel” "mi pequeña coliflor" y aberraciones similares, totalmente postizas. Ridiculeces que, a pesar de lo contagiosos que son los americanos, nunca prenderán en nuestros rudos oídos, reacios a la expresión hiperbólica de los sentimientos.
Publicado el 10:20 en Actualidad | Enlace permanente | Comentarios (0)
Encuentro un recorte del diario italiano Il Foglio publicado el 28 de octubre de 2005 con, un artículo de Guglielmo Piombini sobre el horizonte de islamización de Europa por el tranquilo camino de su suicidio demográfico. Tras señalar que según los expertos se requieren al menos 2,1 hijos por mujer para estabilizar una población en el tiempo, y que Europa está por debajo de esa tasa desde hace un cuarto de siglo, cita Piombini previsiones como las de los historiadores Niall Ferguson ("los musulmanes serán mayoría en Europa en cien años") y Bernard Lewis ("Europa habrá entrado en el área de civilización islámica a finales de este siglo"), el comisario europeo Frits Bolkestein o las Naciones Unidas, que auguran para Europa una pérdida de población de al menos 100 millones de habitantes de aquí a cincuenta años. Comenta gráficamente que en 2050 apenas el 2 por ciento de los italianos tendrá menos de cinco años, pero el 42 por ciento tendrá más de sesenta, y que en esas fechas el 60 por ciento de los italianos carecerá de hermanos, hermanas, primos y tíos; y sigue diciendo:
La España zapateril y almodovariana, con la tasa de natalidad más baja del mundo (1,1 hijos por mujer), parece la nación más decidida a desaparecer de la faz de la tierra. Y eso que cuando murió Franco, hace sólo treinta años, la mujer española tenía una media de tres hijos (...). Decía G. K. Chesterton que quien olvida a sus antepasados se preocupará bien poco de sus descendientes, y es un hecho que los españoles, rechazando frontalmente sus raíces católicas en favor de una nueva ética laica y hedonista, han renunciado también a reproducirse. El resultado es que la población española caerá de 40 a 31,3 millones de aquí a 2050, con un aumento de los mayores de 65 años del 117 por ciento. En 1950 España tenía tres veces la población de Marruecos, pero mediado este siglo los habitantes de Marruecos serán un 50 por ciento más numerosos que los españoles.En ese punto España, aunque sólo sea para mantener en pie su economía y atender a su población anciana, tendrá que dar entrada a millones de musulmanes y dejarse islamizar. Cinco siglos después de la Reconquista que culminó con la toma de Granada el 2 de enero de 1492, los papeles se invierten, y, como ha escrito Fouad Ajami en el Wall Street Journal, el moro reirá el último: en treinta años los musulmanes de Granada han pasado de 0 a 15.000, y ya han empezado a llamar a esta ciudad-símbolo "capital islámica de Europa".
Añade Piombini que pasado el 2050, cuando los musulmanes empiecen a ser mayoría en los países europeos, no cabe esperar que se entretengan sólo en "atender y mantener a legiones de ancianos (y quizá odiados) europeos sin hijos. Más bien intentarán imponerse políticamente, como ha ocurrido siempre en la lógica de la tradición islámica". El "conflicto de civilizaciones" estaría servido; pero el riesgo es "que en este enfrentamiento se encuentren de un lado los europeos envejecidos, en número reducido, espiritualmente debilitados por la tutela asistencial, económicamente arruinados por el hundimiento de una seguridad social insostenible, desmotivados y estupidizados por decenios de propaganda 'políticamente correcta'; y del otro lado masas de jóvenes musulmanes, combativos y exaltados, deseosos de revancha después de siglos de derrotas".
Es obvio que al hablar de España Piombini ignoraba, o bien no supo valorar, el factor de la inmigración latinoamericana, que relativiza grandemente sus conclusiones, que más bien deberían ir referidas a otro país europeo, Francia, más seriamente "agobiado" por ese fenómeno, tasa demográfica aparte. Como muy bien ha visto Michel Houellebecq en su novela Sumisión, el éxito de esa islamización iría más por el lado de la cobardía política e intelectual de las clases rectoras y de la crema de la intelectualidad que por la acción política de una población musulmana que no está ni mucho menos tan organizada e integrada en el sistema democrático como este novelista nos presenta en su ficción.
Publicado el 10:26 en Actualidad | Enlace permanente | Comentarios (0)
Traducir poesía.- Todo lo que se dice sobre la imposibilidad de traducir poesía son pamplinas. Traducir poesía, como traducir cualquier otra cosa, es posible por dos razones. La primera, porque se hace, y la segunda porque es eficaz. Gracias a esas traducciones supuestamente imposibles, generaciones enteras de lectores de todos los idiomas han podido disfrutar de lo que los poetas escribían en otros, para ellos desconocidos. Errónea o acertada, pero no imposible, la traducción de poesía ha fecundado a poetas de todos los países, a veces de forma insospechada. Bien por traducción implícita, incorporada indirectamnte a la tradición de la lengua de llegada, bien por traducción pura y dura, Shakespeare, Calderón de la Barca, Rimbaud, Machado, Anna Ajmátova, Borges, Gabriela Mistral..., ¿cuántos más?, han abierto el camino de la creación a otros poetas que los han leído en traducciones, mediocres o acertadas, pero en suma eficaces. Algunas son tan vigorosas que han arraigado de forma duradera. ¿Cuánto tardarán las nuevas traducciones de Ángel-Luis Pujante en sustituir en el imaginario español a las traducciones de Astrana Marín? Pero Pujante tiene más rivales que los que tuvo este último y pasará mucho tiempo hasta que se citen los versos del poeta inglés en sus traducciones. Hasta entonces, generaciones enteras de lectores seguiremos citando los versos del poeta inglés en las otras, y no conozco a nadie que, al leerlos, piense que no está leyendo al mismísimo Shakespeare. Ahí reside la magia y el enigma de la traducción literaria.
***
La critica de la traducción.- Los traductores siempre nos hemos quejado de la poca importancia que editores, críticos y lectores prestan a nuestro trabajo, y hemos responsabilizado a los dos primeros elementos de la indiferencia del tercero. Es imposible, argüimos, que los lectores conozcan nuestra existencia si el editor la oculta, ni que valoren nuestro trabajo si a su vez los críticos no lo mencionan. Esta falta de reconocimiento es, para muchos, más importante incluso que los derechos específicamente laborales. El silencio de los editores estaba condicionado, y en muchos casos sigue estándolo, por numerosos factores, todos ellos cuantificables, y, por tanto, reconocibles y denunciables. Sin duda, la eficaz labor reivindicativa de las asociaciones, sin perjuicio de la calidad literaria de algunos traductores, ha contribuido a que se mencione el nombre del traductor en el libro, a veces incluso en lugares tan destacados como la cubierta o la solapa; pero lo que no se ha conseguido todavía es que dicha práctica se extienda a los medios de comunicación, y, menos aún, que los críticos literarios se pronuncien sobre la traducción, ni a favor ni en contra, y desde luego no con la profundidad necesaria.
Es evidente que todos deseamos que esta situación cambie, pero hay un interrogante que no parece que se haya planteado nadie: ¿le interesa al lector saber algo sobre la traducción o el traductor? Mi experiencia personal me permite aventurar que desgraciadamente no. Al lector —amarga decepción— le importa muy poco enterarse de cómo se llama el traductor del libro que con tanta fruición lee, como tampoco le interesa saber quién haya corregido las pruebas o el estilo, ni cuál sea la calidad del papel, ni, por supuesto, cómo se llame personalmente el editor. Casi es un milagro que recuerde el nombre del escritor. El lector común, que es el lector más extendido por estos pagos, considera que esos datos son puramente técnicos; luego prescindibles, porque, como me dijo un oyente que se quejaba de mi prolija información al respecto: «Para eso les pagan, ¿no?».
Publicado el 20:26 en Traducción | Enlace permanente | Comentarios (0)
Una de las cosas que más me llamó la atención cuando, allá por los años sesenta, fui por primera vez al extranjero, concretamente a Francia, además de las amplísimas avenidas, la regularidad urbanística y la abundante oferta comercial (en España empezaban tímidamente a venderse yogures en los primeros supermercados –por cierto, franceses, como ahora– de las grandes ciudades y sólo había dos variedades de chocolate; ¡en nuestro país, que fue el que lo introdujo en Europa!), fue que se veían muchos minusválidos por las calles, y lo más asombroso del caso es que no eran mendigos, sino que circulaban, como los demás ciudadanos, por el metro y los autobuses (cierto que desde el punto de vista técnico con más dificultades que ahora), y se sentaban a comer, con sus familias, en un restaurante, o incluso iban al cine, muchas veces causando un gran revuelo con sus aparatosas sillas de ruedas, sin que nadie pareciera escandalizarse.
¿Por qué me sorprendió eso que ahora también es moneda corriente aquí? Muy sencillo, porque en no se avergonzaban de ellos. Parecían integrados, tenían su hueco. Nadie decía “¡Parece mentira! ¡A esa gente deberían dejarles en casa!”, como si fueran apestados o peligrosos delincuentes, y como yo había oído tantas veces de pequeña, cuando alguien llevaba a algún lugar público a su hijito con síndrome de Down (que antes llamábamos mongólicos, con esa inconsciente brutalidad de la ignorancia), tampoco protestaba nadie porque hubiera que hacer un esfuerzo colectivo para integrar en un grupo cualquiera a una persona impedida.
Yo era joven, y afortunadamente curiosa; no se me ocurrió pensar que en Francia hubiera más personas con disminuciones físicas y psíquicas que en otras partes, pues sabía la resignación con que algunas familias, en España, los escondían en sus casas. Pregunté, inquirí, comparé y me di cuenta de que no era sólo una cuestión de leyes sino de mentalidades (o de ambas cosas porque aquí no se sabe bien si es antes el huevo o la gallina), de educación y de información y sobre todo de respeto y de tolerancia por la persona y por el grupo, de que fuera "políticamente correcto", o sea bueno para la ciudad porque también lo es para el individuo.
Publicado el 09:20 | Enlace permanente | Comentarios (1)
Una cosa es la influencia libremente asumida de una cultura que se impone a las demás por su propia valía y calidad (caso de la griega sobre la romana) y otra, ya, en las democracias modernas, la que puedan ejercer sobre los pueblos las influencias ajenas producto de estudios, viajes, relaciones amorosas, etcétera, que vienen a enriquecer y añadirse, tal vez a la larga, a modificar las costumbres patrias. Esta segunda vía de “contagio” es siempre bienvenida y aunque el resultado muchas veces puede parecer disparatado, es natural y por así decirlo digerible. Lo que nunca es digerible, ni natural, aunque si harto frecuente, es lo postizo, lo que intereses ajenos al individuo imponen desde fuera a través de un régimen político, o un imperio comercial. Siempre me llamó la atención, cada vez que veía una serie americano en el que nos detallan con pelos y señales la vida cotidiana de los americanos, lo que pensarían nuestros campesinos castellanos, o gallegos, o de cualquier comunidad o región española que fuera, al ver desarrollarse ante sus ojos, con todo pormenor, los intríngulis más medulares de una sociedad lejanísima, de manera que ha llegado un momento en que la gente sabe más de los derechos de un ciudadano americano que de los suyos propios y hasta es posible que las personas más sencillas crean que si alguna vez les detienen pueden acogerse a la quinta enmienda...
¿Por qué se llega a un caso como éste? ¿Imposición por intereses mercenarios y espurios, mercantiles o quizás, quien sabe ideológicos, de tipo propagandistico, una especie de invasión no cruenta...? o, y esta es una respuesta que aun más inquietante: porque no hay una resistencia eficaz, porque no hay nada que oponer a lo que se nos impone. Esto ocurre cuando se da un agotamiento en las ideas, en los conceptos y en las formulaciones estéticas, cuando no hay nada que decir o se dice de forma gastada y recurrente o a veces -por condicionamientos políticos- no se puede decir o no se siente uno seguro de que haya que decirlo porque nadie lo avala. Y a esto se le llama decadencia. Digamos, para hacer un paralelismo con la medicina preventiva, que las defensas intelectuales y estéticas de ese país donde tales cosas ocurren están bajas y es el momento idóneo para que se introduzcan todo tipo de virus oportunistas
No hay que rechazar lo extranjero, pero sí ponerlo en su sitio, en el mismo en que lo extranjero pone a lo propio. Objeto de estudio -pues es lo que ellos son también para nosotros- de igual a igual, objeto de curiosidad intelectual, amplitud de miras, deseo de conocer cosas diferentes, deseo de cambiar o de permanecer igual pero con conocimiento de causa, como quien regresa a vivir -ya en la madurez- a la aldea de la que huyó en su juventud porque se le había quedado pequeña.
Publicado el 19:17 en Actualidad | Enlace permanente | Comentarios (0)
El día 2 la Comunidad de Madrid, celebraba la Real Casa de Correos una recepción con motivo de el Día de la Constitución española. Las conmemoraciones oficiales son como esas fiestas familiares de las que todo el mundo echa pestes pero a las que a las que nadie falta. No fue ese mi caso porque si ellos tuvieron la deferencia de invitarme yo tuve la cortesía de excusarme por razones de salud, lo que es, ¡ay! bien cierto.
No fui, pues, a lo que no se sabe muy bien si es celebración o entierro y recordé la última vez en que estuve en la Casa de Correos de la Puerta del Sol, sede de la Comunidad de Madrid, un día como este. Decía Edmond Jabès que ninguna institución, ningún gobierno tiene el monopolio del grito, lo que como expresión de un deseo es cierto pero no es verdad..
Y, de hecho, a pesar de que lo han remozado, cuesta trabajo olvidar que ese lugar tuvo en cierto momento el monopolio del grito. En particular si, como yo hice aquel día, te equivocas de aseos y bajas a los situados en lo que en su día fueron las mazmorras, destinados al personal de servicio. Las celdas parecían tapiadas con trampantojos, lo que no hacía más que aumentar la sensación de agobio, de claustrofobia. Sentí un escalofrío, lo confieso. Le pregunté a una vigilante jovencísima si, efectivamente esas habían sido las mazmorras y me dijo: “¡mujer, pero qué dice!” No sabía de qué estaba hablando.
Este desagrado no era un resto de progresía, ni mucho menos, porque hace tiempo, justo desde que descubrí “que ningún gobierno, ninguna institución, tiene el monopolio del grito”, que no tengo empacho en decir ¡Viva España!, si se tercia (pocas veces ocurre pero en aquella ocasión se terció), Aunque como comenté con un amigo que estaba en el mismo caso, lo que nunca diremos es ¡Arriba España!, porque no habrá monopolio, pero lo que sí hay son ciertos gritos adjudicados de por vida a ciertos gobiernos e instituciones y de hecho, ninguno de las ahora vigentes lo reivindica; por algo será. Aunque nunca se sabe.
Publicado el 10:53 en Actualidad | Enlace permanente | Comentarios (0)
Piensan algunas revolucionarias modernas que sus desmedradas y desmembradas propuestas lingüísticas van originar un debate sobre el sexismo en el lenguaje, y que esto es algo nuevo. Ya a finales del XIX, y hasta muy entrado el XX, cuando las mujeres fueron accediendo a profesiones hasta entonces vedadas, se habló mucho de la oportunidad de feminizar el lenguaje encontrándose con que ya lo estaba, y de manera tan arraigada que costaba trabajo convencer a la gente de que, por ejemplo, una médica no era la esposa del médico.Por eso, las escasas mujeres que empezaron a despuntar tímidamente en la vida pública prefirieron seguir masculinizando el lenguaje, temerosas de algunas confusiones desagradables, cuando no degradantes, como le ocurrió a doña Emilia Pardo Bazán y a Concepción Arenal.
Hasta que las cosas cambiaron. La proliferación actual de mujeres profesionales y cualificadas, hace que incluso los hombres hablen de ir a “la médica”, sin saber si quien les va a recibir en esa cita que piden al Ambulatorio es una señora de rompe y rasga o un señor con bigote; como los profesores de Universidad suelen referirse a las “alumnas”, aunque haya algún que otro mozalbete en sus aulas.
Lo que quiero decir es que la lengua, como bien saben los lingüistas, pero tal vez menos las profesoras de baile como aquella ministra zapaterana llamada Aído, de infausta memoria, es un organismo vivo y autónomo y que, como tal, obedece a sus propias leyes sin que le influyan decretos ni leyes, tan siquiera autonómicas.
Ha llegado un momento en que nadie cree ya que la alcaldesa sea la mujer del alcalde, la abogada la mujer del abogado ni que una mujer pública sea una profesional del vicio y a las mujeres se las puede ya citar sólo por el apellido, sin anteponerle el artículo “la” para que no las confundan con un hombre. Este fenómeno de adecuación a los "nuevos usos" se extiende a todos los aspectos de la actividad humana; por ejemplo, un título como La Regenta no tendría hoy más sentido que el estrictamente literal del mismo modo que ya no se puede sacar en las películas a nadie fumando o pegando a una mujer como no sea para caracterizar como inconsciente, en el primero caso, y malvado, en el segundo al personaje que eso hace, aunque aquí entramos de lleno en otro fenómeno que conocemos como "lo políticamente correcto".
Para terminar: la lengua española, dúctil y agradecida, tan dispuesta a feminizarlo todo, para lo bueno y para lo malo, se ha plegado perfectamente a este cambio social sin que medie ni la Academia ni las demenciales propuesta del mujericio desnortado, apoyado por esa legión de hombres y hombras tontos y tontas que han invadido mi ciudad, mi país y parte del extranjero.
Publicado el 19:28 en Actualidad | Enlace permanente | Comentarios (0)
Inconsistencia de la traducción...- Nada más ingrato ni menos definitivo que una traducción. Un escrito puede ser estar fijado para siempre, ser inmortal y, sin embargo, su traducción habrá de ser revisada periódicamente, porque en ella la lengua no cesa de revalidarse y adaptarse al aire de los tiempos. La traducción es un caso de exorcismo por posesión lingüística o quizás de bautismo o naturalización. El texto traducido tiene un padre que es el escritor y un padrino, que trabajando las ideas y las palabras extrañas en el crisol de su propia lengua las convierte en lo mismo dicho de otro modo: Un milagro, otro nombre. Pero un milagro que se repite constantemente, de todas las maneras posibles, oralmente o por escrito, y que se transmite también a través de todos los soportes de comunicación posibles: el libro, los tebeos, los periódicos, la televisión, el cine... Un milagro que aunque se suele producir directamente, también puede ocurrir de manera indirecta porque todos, incluso los más políglotas, han sido alguna vez lectores de textos traducidos, o de textos escritos por personas que practican lo que Valentín García Yebra califica de traducción implícita, que es la que todos los que saben idiomas realizan al utilizar lo leído en dicho idioma para incorporarlo a la expresión castiza de su pensamiento o de su creatividad. De ahí la importancia nunca demasiado ensalzada del dominio que ha de tener el traductor de su propia lengua. De ahí la importancia, reconocida por todos los lingüistas, de la traducción en el proceso de formación de una lengua y en su evolución posterior. De ahí, también, la responsabilidad educadora del traductor y lo incomprensible que resulta su escaso, por no decir inexistente reconocimiento social e intelectual. Reproduzco para ilustrarlo una escena a la que asistí hace ya tiempo.
Escenario: El Palacio real, todo lujo y esplendor. Los monarcas reciben a la crema de la intelectualidad con ocasión del premio Cervantes. En los grupitos, la gente habla, se pavonea, se lamenta:
UN ESCRITOR (A otros escritores, con petulancia): Esto es cada vez más lamentable, no hay más que editores.
UN EDITOR (A otros editores, con petulancia): Esto es cada vez más lamentable, no hay más que traductores
UN TRADUCTOR (A otros traductores, con petulancia): Esto es cada vez más lamentable, no hay más que camareros.
Transparencia de la traducción.- Ni las culturas más autosuficientes, como puedan ser las anglosajonas se conforman con lo propio y hacen incursiones en lo ajeno, lo que implica recurrir a la traducción, por muy humillante que pueda resultarles a los más soberbios. Esa especie de fagocitación cultural es la que ha conformado nuestro intelecto, incluso de una manera indirecta o si se prefiere, pasiva.Esa especie de milagro de la traducción, que consiste en hacer transparente lo opaco, se hace más patente que nunca en el doblaje de cine. En general, el espectador asume con absoluta naturalidad que personajes totalmente ajenos a su cultura hablen en un español más perfecto que el suyo propio, pues se da la circunstancia de que los actores que hacen doblaje adoptan un tono ultracorrecto que quita cualquier peculiaridad a su habla, cosa que no les ocurre cuando actúan por cuenta propia.
También con la poesía ocurre algo parecido. Un amigo mío oyó recitar poemas del Romancero gitano de Lorca a un grupo de franceses que se lo sabían de memoria. Pero él no reconoció los versos que le habían acompañado toda la vida porque esas personas repetían una traducción francesa considerada canónica. Y lo hacían con el mismo entusiasmo y la misma convicción que si se tratara de las palabras y ritmos originales. Por eso las traducciones se resisten más a los cambios lingüísticos que la lengua materna (muchos escritores de vanguardia son muy conservadores traduciendo) y por eso se tarda tanto en volver a traducir a los clásicos con cierto éxito.
Publicado el 08:58 en Traducción | Enlace permanente | Comentarios (1)
Crónica parlamentaria del Día de la Constitución. Congreso de los Diputados. Carrera de los Jerónimos s/n. Madrid, publicada en Libertad Digital el 6 de diciembre de 2002
Acabo de llegar del Congreso de los diputados, adonde he acudido por dos cosas. Primero, porque me enteré de que no daban copa y eso me pareció más que suficiente para demostrar que una no necesita que la alimenten, ni que tampoco la mueve, para honrar a la Constitución, otra cosa que el amor a la patria. La segunda, porque quería transmitir a la presidenta del Congreso y al presidente del Gobierno, si es que conseguía llegar hasta ellos, la singular propuesta del escritor sevillano Aquilino Duque de que se llame a esta Constitución “la Nicolasa”, como se llamó a la de Cadiz, “la Pepa”, con la fortuna que todos conocemos (no de la constitución sino del mote).
El razonamiento de Aquilino es perfecto: al pueblo se le llega por el sentimiento, por la familiaridad, y a esta Constitución, que ya tiene veinticuatro años, le faltaba un apelativo popular, cariñoso; por eso, del mismo modo que se llamó “la Pepa” a la de Cádiz porque fue promulgada en el día de San José, propone ahora este escritor que se llame a la actual “la Nicolasa” por ser San Nicolás de Bari el santo patrono de este día. Me pareció que introducir tal rasgo de ingenio en la pesada atmósfera del Congreso, ennegrecida por los vertidos del Prestige, era una nota de humor y una divertida ráfaga de aire fresco.
Aunque llegué exactamente a las doce, ya estaba la presidenta pronunciando su discurso en el que aludía a la fementida catástrofe lo que, aunque inevitable, contribuía a incrementar la idea, que con tanta saña persigue la oposición, de que el gobierno se estaba disculpando. Tras la breve alocución, los asistentes se dispersaron por los salones aledaños, y es cuando yo, sorteando cuerpos cuyos dueños me eran algunos totalmente desconocidos y otros menos (identifiqué a Cristina Alberdi, Margarita Mariscal de Gante, Enrique Múgica, Fernando Jaúregui, Rosa Conde, Isabel Tocino y pare usted de contar, amén de amigos como Germán Yanke que también habían ido ahí a trabajar) pude cumplir mi cometido de voluntaria mensajera de Aquilino Duque ante las más altas instancias del Estado, tal y como me había propuesto.
La señora Rudi estuvo encantadora; rió, y me pidió educadamente que le remitiera el emilio de Aquilino Duque para poderle dar personalmente las gracias por la sugerencia. Llegar hasta Aznar me resultó mucho más fácil de lo que yo esperaba, porque el grueso de los cortesanos y los aduladores oscilaban del lado de Zapatero quién, mientras hablaba, accionaba los brazos con un entusiasmo similar al del sastrecillo valiente narrando sus proezas. El presidente acogió la peregrina propuesta con una carcajada, como es de suponer, pero se mostró escéptico sobre la fortuna de tal apelación, no como Luisa Fernanda Rudi que encontraba que era ya demasiado tarde para implantarla, sino porque cuando se hablara de “La Nicolasa”, muchos pensarían en el famoso restaurante. Mala cosa.
Aún remoloneé un poco para, como se dice en estos casos, tomar el pulso al auditorio y pude pescar alguna que otra frase inconexa, referidas en su mayor parte al vertido de marras y desde luego ninguna relacionada con la festividad propiamente dicha para la que, les confieso ahora que estoy terminando mi crónica, yo también encontré hace ya veinte años una denominación, tan religiosa o más si cabe, que la de Aquilino Duque: “Nuestra Señora de la Constitución”, por su proximidad con el día 8 de diciembre (la Inmaculada Concepción) y que me fue tajantemente censurada en el periódico satírico al que la había mandado (quizás alguien recuerde El Cocodrilo), por considerarla, supongo, muy irreverente, y no me hubiera atrevido nunca a recordar tan osada propuesta de no haberla visto en cierto modo corroborada el otro día en la radio por Ramón Pí quien, quizás amparándose en los mismos motivos que yo, la llamó Inmaculada Constitución y eso me consoló un poco.
Sin más, con la satisfacción del deber cumplido, y aprovechando que Aznar iba a dar una rueda de prensa a la que no me dejaron entrar por estar ahí como simple invitada y no tener acreditación, salí del noble recinto no sin consignar, para quienes interesan estas cosas, y seguir con el tono de frivolidad que impregna estas líneas, que todos íbamos en túnica de diario, es decir, los hombres con el inevitable terno negro o gris y las mujeres como nos da la gana.
Cuando una cosa, en principio útil, se ve amenazada, como ocurre ahora con la Constitución del 78, cobra de pronto para mí una importancia que, antes, distaba mucho de tener. No porque la despreciara, en absoluto, sino porque en épocas de paz, o de aburrimiento político, suelo olvidarme de "los eventos que acontecen en la rúa" para ensimismarme en la literatura, propia y ajena. De unos años acá, concretamente desde el 11 de septiembre de 2001, estoy en un ay, y he caído en leer con suma atención las secciones de internacional y opinión, de las que pasaba olímpicamente hasta entonces cuando leía los periódicos. La prueba de que yo no me tomaba en serio esas cosas fue un cuento que escribí hacia 1983 para celebrar la conmemoración de ese día constitutivo y que titulé “Nuestra Señora de la Constitución”.
En mi cuento, que nadie quiso publicar y que lamentablemente he perdido, Gregorio Peces Barba se paseaba por los montes del Pardo, tal día como hoy, e igual de radiante, cuando se le apareció la Virgen, con gran aparato premonitorio cuyos detalles les ahorro, para transmitirle el sagrado texto con la obligación de conmemorar para siempre esa día, un poco como cuenta Jacobo de la Vorágine en su Leyenda dorada (Alianza Editorial) que ocurrió en tiempos de Guillermo el Conquistador, cuando éste envió a Dacia al abad del monasterio de Ramesey para evitar la amenaza de una invasión por parte de los dacios. Cumplida la misión, volvían a Inglaterra él y sus hombres, y de pronto estalló una pavorosa tempestad. El abad, ni corto ni perezoso se encomendó a la Bienaventurada Virgen María, la cual envió un propio para salvarle, con una condición: que proclamara su Inmaculada Concepción por todo el orbe cristiano y que todos los 8 de diciembre se celebrara una fiesta conmemorativa.
Hay otras teorías sobre el origen de esa festividad, narradas fielmente en el capítulo titulado "La concepción de la bienaventurada Virgen María", en esa obra de la que les hablo, pero de todas, la inglesa es la que más me gusta, por encima incluso de aquella que se la atribuye a un arzobispo español del siglo VIII, concretamente a San Ildefonso. Pero tampoco está muy claro, y entre doctores melifluos y angélicos la cosa tardó en implantarse. Pues con el dogma de Nuestra Señora de la Constitución está pasando algo parecido. Adivinanza: ¿Quiénes son los melifluos en esta nueva batalla ontológica, quienes los angélicos?
Publicado el 09:42 en Actualidad | Enlace permanente | Comentarios (0)
Por circunstancias que no vienen al caso, he ido distanciándome de la práctica intensiva de la traducción, que durante mucho tiempo fue mi principal actividad, a favor de la escritura. Sin embargo, tengo razones muy poderosas para suponer que nunca dejaré de traducir, como mínimo, dos libros al año mientras no me ataque alguna dolencia cerebral que me lo impida y que será, por otra parte, la misma que me impida escribir, lo cual ratifica una vez más el parentesco entre ambas actividades. Avanzaré aquí algunas:
a) porque considero que la traducción es una prolongación de la actividad creadora: una forma diferente de creación, más difícil, si cabe, y también más generosa.
b) porque al obligarnos a ceñirnos a una estructura ajena, pensada y elaborada por otro, la traducción se convierte en un ejercicio de escritura sin parangón: asombra que no se utilice en los talleres de creación literaria.
Para terminar, porque aunque nos quejemos de la escasa retribución de la traducción, al menos está retribuida, cosa que no siempre ocurre con los hijos directos del espíritu que a veces se quedan inéditos, muertos de risa (o de pena) en una triste carpeta de nuestro archivador o, lo que es peor, en los archivos del editor, la antesala del crematorio.
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En todas las sociedades hay una sacralización del artista que tiende a colocarlo por encima de los demás mortales. Kafka, en su relato Josefina la cantora, toca muy en lo vivo esa especie de bula que tienen los artistas en el concierto social; pero hay una modalidad que, en el caso de los escritores, sólo funciona cuando se es extranjero y por lo tanto traducido. Me refiero al hecho, generalmente asumido por todos los lectores de traducciones, de que el autor nunca se equivoca y que, de haber un error en su texto, el responsable tiene que ser el traductor. Para empezar están los errores gramaticales y de estilo. Es evidente que no todos los escritores son estupendos redactores ni magníficos prosistas. Muchos —la mayoría— han sido traducidos no tanto por sus méritos literarios sino por razones de tipo coyuntural (moda, presiones políticas, compromisos editoriales, etc.); pero el traductor, si es buen redactor en su idioma, corregirá con entera naturalidad dichos errores. No ocurre lo mismo cuando el autor, en su narración, comete errores de tipo aritmético, o hace una cita equivocada, o desfases cronológicos o cualquier otro tipo de despiste, contrastable en las enciclopedias por el lector bien documentado. En tal caso, el traductor atento y avisado deberá corregirlo si no quiere pasar por asno, convirtiendo al escritor ignorante en un sabio a sus expensas y sin nota del traductor que lo justifique.
Publicado el 20:14 en Literatura, Traducción | Enlace permanente | Comentarios (0)
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