En 1902, Émile Zola murió en su domicilio de París, intoxicado por las emanaciones de una estufa de carbón. En España, Emilia Pardo Bazán, la principal avalista de la obra de Zola, que años antes había difundido la buena nueva del naturalismo, expresó el enojo que le había producido ese fin tan descuidado a su amiga Blanca de los Ríos, en términos nada caritativos: “La muerte de Zola ha sido bien insípida. ¡Mire usted que calentarse con carbón mineral, la cosa más dañina, un escritor, abogado del progreso, de la higiene, un naturalista!”.
Hay en estas palabras muy poco respeto por quien fue cabeza de fila del movimiento que ella divulgó en su polémico libro, La cuestión palpitante, movimiento al que se adscribió no sin reservas y que provocó su separación matrimonial, lo que, dicho sea de paso, no pudo ser más acertado pues la presencia a su lado de un cónyuge carlista y muermo, por añadidura no podía ser más que un lastre. Personalmente no puedo dejar de pensar que la acritud y la ironía que se puede percibir en dicha carta es una especie de pequeña venganza que la ilustre escritora se permite hacia el que ella asumió como mentor, por las declaraciones de Zola a raíz de la traducción del libro de doña Emilia al francés:
“De novelas españolas —dice Zola a Rodrigo Soriano, redactor de La Época— ya he dicho que en Francia somos muy ignorantes. La señora Pardo Bazán ha escrito una obra que he leído. Es libro muy bien hecho, de fogosa polémica: no parece libro de señora. Aquellas páginas no han podido escribirse en el tocador. Confieso que el retrato que hace de mí la señora Pardo Bazán está muy parecido y el de Daudet, es perfecto. Tiene el libro capítulos de gran interés y, en general, es excelente guía para cuantos viajen por las regiones del naturalismo y no quieran perderse en sus encrucijadas y vericuetos. Lo que no puedo ocultar es mi extrañeza de que la señora pardo Bazán sea católica, ferviente militante, y a la vez naturalista; y me lo explico sólo por lo que oigo decir de que el naturalismo de esa señora es puramente formal, artístico y literario”. Creo que son estas palabras, que les acabo de subrayar, lo que no le perdonó la buena señora.
Ciento catorce años después, hay motivos para creer que esa muerte tan denostada por la sapientísima escritora no fue accidental sino intencionada. En 2002 el periodista francés Jean Bedel, desarrolló una teoría que ya había avanzado en 1953 según la cual un deshollinador llamado Henri Buronfosse, que pertenecía a una organización nacionalista y antisemita, taponó la chimenea de la casa de Zola, movido por la antipatía y el odio que le inspiraba el novelista, que con su panfleto Yo acuso, originó el escándalo de lo que sería El affaire Dreyfus, tremendo pastel que hizo temblar instituciones tan sólidas como el ejército y los tribunales y que encendió los ánimos de la sociedad francesa, poniéndola casi al borde de la guerra civil.
La inquietante tesis, que al principio no tuvo ninguna repercusión, está siendo aceptada por los actuales biógrafos de Zola que la están incorporando a sus obras, sobre todo desde que ha quedado probada la existencia y profesión del presunto implicado, así como la total ausencia de investigación criminal sobre la presencia, documentada, de deshollinadores en el inmueble por aquellas fechas.
A pesar de que Zola no pudo verla, la rehabilitación del capitán Dreyfus, seis años después, bastaría para dar sentido a las hermosas palabras de Anatole France quien calificó al combativo y generoso escritor como “un momento de la conciencia humana”.
Me gustan las personas que luchan por causas que parecen perdidas y que, finalmente, ponen a cada uno en su sitio.
Aparte de las consideraciones estéticas y literarias de Zola.
Publicado por: José Luis Millán | 20/12/2016 en 12:50