Artículo publicado en La Gaceta de los Negocios con el título de "El Arte" el 9 de enero de 2004
Entre los regalos navideños que he recibido, hay un CD de Pedro Mariné, pianista y profesor de música de cámara. Es el primero que publica y contiene 33 piezas para piano de Bach, Mozart, Chopin, Brahms Satie, Mompou, Debussy y otros.Se titula Perder el tiempo, tal vez porque la intención, explicitada en el cuadernillo, sea la de inducir a escuchar música sin hacer otra cosa, y desde luego, sin dormirse. Acaba de sacarlo Ediciones de la Discreta, siendo, que yo sepa, la primera aventura musical de esta editorial literaria, y madrileña por añadidura.Tan legos son en el negocio discográfico que para comprarlo hay que pedirlo a administració[email protected], según leo en la contracubierta y doy fe de que son raudos en la entrega.
Precisamente de la cubierta quería yo hablarles, porque el dibujo de la misma –unos cuantos trazos negros enmarañados con singular eficacia–, lo podría haber firmado muy bien el pintor Antonio Saura, pero su autor es, en realidad, el hijo pequeño del pianista. Sin duda, el niño, que tiene cuatro años, ni es un esforzado artista de vanguardia, ni lo ha pintado para provocar. Ha sido, sin perjuicio de su talento innato ni de sus futuros éxitos, pura casualidad. Llegada a este punto, me veo en la obligación de explicar que no soy de las que piensan que el arte contemporáneo sea cosa de niños –al contrario, creo que hay que tener mucha experiencia, rayana casi en la perversidad, para desbaratar así los conocimientos pictóricos– pero,que yo sepa, ningún niño dibuja por casualidad un Velázquez, ni un Sisley y eso da que pensar.
Según Steiner, los extremos a los que se ha llegado en arte proceden de las sátiras que realizaron artistas como Cézanne, que luego fueron tomadas en serio dando lugar a situaciones y obras grotescas como esa “Vaca descuartizada rodeada de moscas” que el británico Damián Hirst ha vuelto a adquirir al galerista Charles Saatchi, el cual, sin embargo, no ha querido desprenderse de su “Tiburón flotando en un cubo con formol”. ¡Qué alivio para los visitantes!
Artículo publicado en La Gaceta de los Negocios con el título de "El cine español", 18 de enero de 2004
Los cineastas españoles han iniciado una campaña de desprestigio del modo de vida americano a través de una serie de cortes publicitarios, tan ridículos, que dan ganas de marcharse directamente a Nueva York. En el ejemplo que he visto, un niño está jugando al rugby con el equipo de su colegio. Se queja de que su padre no está presente y un famoso actor español se dirige a él para regañarle (mejor dicho, para insultarle) por tener esos sentimientos que no son, según el susodicho, nada españoles, porque al parecer aquí los padres siempre van a ver a los niños a las finales de rugby.
Si no fuera porque sé de qué va la cosa, no llegaría a entender la epidemia de casticismo que les ha brotado de pronto, después de que se han pasado media vida intentando imitar al cine americano y echando pestes contra el españolismo del que, salvo contadas excepciones, sólo han sabido transmitir lo peor. Pero como lo han hecho tan mal, ahora pretenden mirar hacia sus adentros (eso que los sociólogos llaman “referentes culturales” propios) para obligarnos a ver sus productos y relegar a los americanos. Es inútil, a la par que injusto ya que ellos son los principales responsables, o al menos, uno de los vehículos más importantes, de esa americanización que pretenden –demasiado tarde– erradicar de nuestras vidas. No hay más que ver la mayor parte de las modernas series españolas de televisión –muy parecidas por cierto a la campaña publicitaria de marras- en que nos están colando todos los días un modelo de convivencia inexistente en nuestro país. Lo único genuinamente español son los berridos y exabruptos de los actores, pero el contenido medular sigue siendo bastante americano.
Así como los novelistas extranjeros no tienen empacho en afirmar que se lo deben todo a Cervantes (Kundera dixit), los cineastas españoles –y del mundo entero- deberían admitir que se lo deben todo al cine americana al que han contribuido a enriquecer numerosos y renombrados cineastas de toda Europa.
Pero, qué bien dicho, oiga.
Publicado por: Elvira | 24/01/2017 en 20:27