Crónica de un premio anunciado. Libertad Digital, “Dragones y mazmorras”, 24 de abril de 2002
Todo empezó el lunes 22 con la gran fiesta del libro que lleva a cabo todos los años por estas fechas el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Las salas al completo. Recitales bereberes, títeres, exposiciones, encuentros literarios, premios primaverales, mesas redondas, lectura ininterrumpida del El Quijote, de la que siempre echo pestes pero en la que siempre participo por esa especie de disciplina ritual sustitutoria de sabe Dios qué, que también me hace asistir todos los años a tres o cuatro actos sin los cuales mi vida no tendría sentido. Pero nunca me arrepiento. En esta ocasión volví a conmoverme tontamente al comprobar que entre la col y la col de los políticos y de los famosos, aparecía de vez en cuando la refrescante lechuga aportada por un turista extranjero que balbuceaba el texto con devoción, o un ama de casa que recorría con el dedo las líneas, deletreándolas con esfuerzo. No sé si es ese el sentido de esas lecturas colectivas pero le da sentido. Me acompañaban dos amigas traductoras, Malika Embarek, y Aline Shulman, autora esta última de una de las dos recientes traducciones de El Quijote al francés (la otra es de Jean Cannavagio y el criterio editorial va por otro lado). Aline acababa de participar en una mesa redonda titulada «Traducciones actuales del Quijote», en la que también estuvieron John Rutheford, que lo ha traducido al inglés, y el sirio Rifaat Atfé, que lo tradujo al árabe. Los tres transmitieron con acierto y pasión sus experiencias en una sala bastante más vacía de lo deseable, desde la que se oía el bullir de gente que claramente prefería brujulear por el edificio a escuchar cómo se gestaron estas indispensables traducciones.
A muchas de las personas que me encontré ahí, volví a verlas al día siguiente en la entrega del «Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2001», que ha recibido el colombiano Álvaro Mutis, persona muy simpática y escritor de mjchos registros. Unos prefieren su poesía a sus novelas (es mi caso), y otros a la inversa, pero con independencia de los juicios que merezca su obra, creo que casi todos coinciden en que es una persona estupenda y se alegran de que le hayan dado este premio. La prueba es que el martes por la mañana el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares estaba lleno a rebosar, cosa que no siempre sucede. Personalmente, he asistido a otras ceremonias (por ejemplo, la de Camilo José Cela) en la que los bancos estaban prácticamente vacíos y eso que el paraninfo es pequeño. De todos modos, desde hace unos años (con la excepción del año 2000 con Jorge Edwards) se echa en falta la presencia de editores catalanes. Ignoro si es castigo político o simplemente porque el día del libro tiene en Cataluña una resonancia muy importante (como argumentan ellos), pero no parece válido pues siempre ha sido así y antes nunca faltaban.
Además de los invitados (gente del libro y de la opinión), hay una clientela fija formada por las autoridades políticas y académicas, cada cual en su respectivo corralito, pero lo que no acabo de entender es que en la mesa presidencial, junto a los Reyes y la Ministra de Cultura, Educación y Deporte, estén el Presidente de la Comunidad de Madrid y el Alcalde de Alcalá de Henares. Me parece un protagonismo excesivo por su parte. Puestos a no entender, tampoco comprendo por qué se tiene que celebrar en esa ciudad, cuando debería de hacerse en Madrid y en la Real Academia Española, pero me barrunto que tiene que ver con el mismo (des)orden de cosas por el que nos han quitado el Museo del Ejército para llevárselo a Toledo y otras sevicias autonómicas por el estilo. Volviendo al Acto, y ya en el plano del cotilleo puro y duro, fue muy celebrado el pañuelo rojo con el que condimentó su severa vestimenta Luis Antonio de Villena, que este año formaba parte del jurado y el ostensible aparte de Luis María Ansón con José María Aznar que estuvieron debatiendo a solas largo rato, durante el cóctel, sobre un terraplén del floreado jardín. Me sorprendió lo poco compasivos que fueron los comentarios.
Quienes no despertaron ninguno (me refiero a comentarios) fueron los discursos, Si acaso que el de Mutis fue en exceso breve y el del Rey sumamente largo. Mutis, que todavía conserva su hermosa voz de doblador de películas (fue el narrador de la versión española de la serie televisiva de los años 60, Los Intocables) y que ha llegado a expresar que todos los males de los países hispanoamericanos terminarían si volvieran a la Corona de España (para empezar ya están volviendo sus súbditos), no pudo evitar demostrar su devoción a esta última, llamando al Rey, de forma harto expletiva, «Su Majestad, Nuestro Señor». Del Rey sólo diré que aunque se excedió en el formato, no lo hizo en el contenido, tal vez escaldado por las repercusiones de su discurso del año anterior, cuando afirmó que la lengua española nunca fue impuesta por la fuerza. Como recuerda muy oportunamente Aquilino Duque: «Dada la balcanizante coyuntura que atraviesa nuestra patria, no tardaron en llover las protestas indignadas de españoles de ambos hemisferios, como se decía en la Constitución de Cádiz. Si sólo hubieran protestado los de acá, la cosa se arreglaba con sacar el chivo expiatorio del franquismo; lo malo fue que, al protestar los de allá, quedaba en entredicho lo más importante de nuestra historia común».
Los festejos no terminaron aquí. Tuvieron su broche de oro en la recepción que los Reyes hacen en honor del premiado y a la que vale la pena asistir, no sólo para cumplir con la civilizada costumbre de responder a las invitaciones siempre que sea posible, sino para deleitarse con los frescos, reposteros, tapices, alfombras, cuadros, relojes y porcelanas de las magníficas salas del Palacio Real donde los monarcas reciben a un público muy parecido al de la mañana, y desde luego más numeroso, compuesto también por políticos, académicos, escritores y traductores, periodistas y editores cuyos nombres no voy a dar porque me estoy alargando demasiado y porque, además, esto no es una crónica de sociedad. Lo que no pudimos ver fue la puesta de sol pues la recepción se había adelantado una hora para que los invitados (me repugna hablar de fútbol pero supongo que no puedo evitarlo), y el primero el Rey, no se perdieran el partido de la Liga de Campeones entre el Madrid y el Barcelona. Aline Shulman, que es francesa, me dijo no entender cómo podía despertar tantas pasiones un encuentro que en definitiva enfrentaba a «España con España». A pesar de la reciente experiencia electoral que acaba de conocer su país, con la desaparición del panorama político de Jospin y el triunfo in pectore de Le Pen, me costó trabajo explicarle que se trataba precisamente de eso.
Nuevos Rumos Dragones y Mazmorras, Libertad Digital (13 de julio de 2000)
Los cursos de El Escorial han empezado con la poesía, concretamente con Álvaro Mutis en diálogo con un grupo de jóvenes poetas españoles lo que ha dado pie para que un grupo de viejos poetas españoles insistan en clasificar a los poetas en familias buenas y malas. Buenos son los de la experiencia, por supuesto, y también el grupo de Valladolid, no teman, pero malos, muy malos, malísimos los que «se cobijan bajo el apelativo de poesía de la diferencia» y que no tienen ningún peso en la historia de la literatura (palabra de García Martín en el citado curso). Me pregunto quienes serán esos «diferentes» por los que hay que sentir tanta indiferencia. Miro a mi alrededor y no les hallo.
Afortunadamente el veterano Álvaro Mutis, con su feroz independencia de gaviero, redimió al gremio, salvándolo de su imberbe decrepitud. Hay muchas cosas que me gustan de Mutis: una de ellas es que tuvo varios oficios en su vida, entre otros de doblador de películas. Toda una generación –a la que pertenezco– antes que por su escritura lo conocimos por su voz: era el inolvidable narrador de la serie «Los intocables». Otra de sus virtudes es su independencia política que le permite sostener sus convicciones por encima de las modas y de los convencionalismos progres: Mutis es partidario de la Monarquía y además de la absoluta. Esta singular postura le llevó en una ocasión a correr serio peligro. Estaba dando una conferencia en la Universidad de Puerto Rico en la que proclamaba la necesidad de que ese país se independizara de los Estados Unidos. Hasta ahí todo eran aplausos y vítores, pero Mutis prosiguió su argumento: lo que debían de hacer una vez liberados del yugo yanqui (perdón por la espantosa aliteración) era volver a la corona de España. El alboroto que se armó fue tal que Mutis tuvo que hacer lo que su nombre indica protegido por la policía.
Y es que como muy bien dijo él mismo en un poema «el peligro está donde está el cuerpo».
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