La Quimera (1911), novela basada en la vida del retratista Joaquín Vaamonde, paisano de doña Emilia. Cuenta la historia de un pintor llamado Silvio Lago, que siendo muy joven huye a Argentina de su padrino que le quiere hacer estudiar una carrera. Allí sobrevive de mala manera y regresa a España dispuesto a triunfar como artista. Se presenta en “Alborada”, el pazo de la famosa compositora Minia (doña Emilia) que vive con su madre, la baronesa de Dumbría (la condesa viuda de Pardo Bazán, madre de doña Emilia). Ambas están pasando la temporada de verano y él pretende hacer un retrato a la compositora para que, si le gusta, lo enseñe en Madrid a sus amigas y le sirva a él de trampolín y escaparate. Así es. El retrato (existe, es un pastel donde sale muy favorecida la escritora) tiene el éxito esperado y a Lago le llueven los encargos y se convierte en el pintor de moda. Pero eso no colma sus aspiraciones porque él persigue la fama, y quiere conseguir el cuadro total, el dominio absoluto de la pintura para la que está, aparentemente dotado aunque no tiene prácticamente estudios y no sabe, por ejemplo, pintar al óleo. Se cruzan en su vida varios amores. El de Clara Ayamonte, joven singular que recuerda mucho a la que será después Catalina, la protagonista de Dulce dueño. Ambas reciben una educación insólita para las mujeres de su tiempo y son, en cierto modo, un trasunto de la autora. Ambas acaban sublimando sus ansias de amor ideal y de sacrificio por el amado metiéndose en un convento. También en el caso de ambas sale a relucir el medallón del siglo XV que representa el martirio de Santa Catalina de Alejandría, sobre la que doña Emilia escribió un pequeño ensayo, incluido por sus herederos en un volumen que se publicó póstumamente en1925, titulado Cuadros religiosos¸ aunque es en Dulce Dueño donde utiliza más el material sobre la santa. Otro de los grandes amores de Silvio Lago es María de la Espina Porcel, mujer cosmopolita y depravada que resulta ser morfinómana. Él va a París, creído de que ella va ayudarle pero ahí le trata de manera abominable como venganza a la frialdad amorosa del pintor. A pesar de todo él consigue rehacerse y triunfar también como retratista en la difícil alta sociedad parisiense. Pero Silvio nunca ha sido un hombre fuerte y contrae la tuberculosis. Al encontrarse mal decide volver a Galicia, a refugiarse en casa de sus primeras y principales benefactoras, las Dumbría. En Alborada (Meirás), el joven muere, como ocurrió en la realidad con Joaquín Vaamonde.
Es la novela más abiertamente autobiográfica de Pardo Bazán, donde no tiene recato alguno en disimularse. Es también donde desarrolla sus nuevas teorías estéticas, y donde demuestra tener un conocimiento de la pintura extraordinario, amén de utilizar todo el material de sus viajes, Por la Europa católica, Viaje por Alemania y Francia, Al pie de la torre Eiffel, y otros. Me encuentro con el origen de la palabra vernissage, utilizada en español como barnizado: el día antes de la inauguración, los artistas iban cada uno a barnizar su cuadro para poder exponerlo en condiciones al día siguiente. También asisten los críticos de arte. La Quimera es una obra maestra, como también Dulce Dueño, digan lo que digan. Tampoco nadie me quita de la cabeza la intuición de que Lina y Clara Ayamonte son trasuntos idealizados de la autora. Digo idealizados por la corpulencia que tanto la tenía que agobiar, pues era demasiado obesa, y demasiado inteligente como para no darse cuenta. El exhorto que hace a Benito Pérez Galdós en una de sus cartas es harto elocuente:
“Tu cartita hoy me quitará algo de trabajar, distrayéndome del espíritu y llevándome hacia aquel solitario paseo de la Ronda con tu cabeza en mi hombro y tus brazos alrededor de mi cuerpo. ¡Ese cuerpo del diablo! ¿Cómo haríamos para que yo me convirtiera en aérea sílfide que no dobla con sus pies ni el cáliz de los lirios? A ver si realizamos este metempsicosis.” (V. Cartas a Galdós, ediciones Turner).
En otras Doña Emilia se burla de la sociedad:
“¡Cuán grande va a ser mi orgullo si me dices que tus saudades corren parejas con las mías, y que tú también has encontrado en mí a la compañera que se sueña y se desea para ciertas escapatorias en que burlamos a la sociedad impía y a sus mamarrachos de representantes!”
¡Brava doña Emilia! Que no tuvo reparo alguno al elegir entre un marido tristón y carcuncio y la gloria! Es curioso lo que le dice a Galdós sobre su progresiva virilización, que presenta como una elección personal “entre los dos tipos de virtudes que existen”.
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