Riaza, 14 de abril 2006.- Hoy coinciden muchas conmemoraciones: la Semana Santa cristiana, concretamente la Pasión de Cristo (ya van 2006 años), la Pascua judía (ni te cuento) y el 75 aniversario de la proclamación de la Segunda República. No voy a extenderme sobre esto último –mis padres eran republicanos, concretamente anarquistas- pero sí indicar que me hace mucha gracia ese rebrote rei(vindicativo) de un régimen que fracasó y que, en versión indulgente, tiene que ver con una nostalgia errática-errada y, desde luego extemporánea (¡pero qué sabrán de la II República esos mozalbetes vociferantes!, me recuerdan a esos jovenzanos de extrema derecha que añoran el franquismo) y en versión maligna, un plan premeditado para rematar el golpe que empezó el 14M. Léanlo como quieran los simples que piensan que una República sólo puede ser de izquierdas… tan de izquierdas como el general de Gaulle. Recuerdo que Jaime Salinas, cuando trabajábamos juntos en la elaboración de sus Memorias, me habló de sus recuerdos de aquel lejano día. Sus padres y todos los amigos que les acompañaban, salieron al balcón y se unieron al regocijo general. Y también me contó el escepticismo que se apoderó de su padre, el poeta Pedro Salinas, cuando empezaron a arder conventos e iglesias. Desde su casa veían perfectamente el humo y ya no les regocijaba tanto. En fin… Esa es la historia y no otra.
Pero veo que me he extendido, y que apenas voy a dejar nada para la Semana Santa, y desde luego santa está siendo para mí. Es la primera vez en mi vida que la sigo de cerca, o si prefieren que la vivo litúrgicamente. Y no me refiero a las procesiones –que deben más al turismo que a la verdadera devoción- sino a los Oficios. Para mí esas cosas son nuevas y, como estoy bien predispuesta, las recibo con el pasmo y la infinita atención del neófito. Mi acompañante es, por así, decirlo, una especie de retornado al catolicismo, uno de esos que se indignan con la nueva persecución religiosa que está en la base de tantas (re)conversiones actuales. No es mi caso –todavía me queda mucho camino por recorrer- aunque confieso que estoy en ello y hago lo que puedo. Dicen que la fe es como el amor; no se busca, sino que se encuentra, pero así como cuando estás enamorado no lo sabes a ciencia cierta, tampoco puedo decir, a ciencia cierta, si creo o no. Lo malo es que, como con el amor, sólo te des cuenta cuando ya se ha pasado. De todos modos, creo que leer a Paul Johnson y a Chesterton, ayuda tanto o más que leer los Evangelios: a cada paso les encuentro pegas; será que como aquel personaje de Luis Martín Santos en Tiempo de silencio, estoy estropeada por mi Liceo Francés.
Otrosí, Josep Plá, La segunda República española, una crónica. 1931-1936, editorial Destino).
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