Cuando era pequeña me dieron en el colegio una postal que representaba un cóndor en pleno vuelo, por tener mi pupitre limpio y ordenado. Recuerdo que aquello me desconcertó grandemente: no me lo merecía pues siempre lo tenía hecho un asco pero en aquella ocasión había hecho un esfuerzo, para mí titánico, para demostrar a mi profesora de lo que era capaz. Mi desconcierto aumentó cuando, por la tarde, fui llamada al despacho del jefe de estudios donde me arrebataron aquella lámina que, entonces, se me antojó valiosísima. Él también consideraba que no me la merecía.
Muchos años después, durante la conmemoración del centenario del colegio (y de algunos de sus profesores y alumnos que a ella asistían), me encontré con esa misma profesora, que según declaró seguía mis pasos con más interés del que yo hubiera sospechado. Juntas rememoramos el episodio y ella me despejó algunas incógnitas.
Con aquella humilde estampa no había querido premiar sólo mis meritorios progresos en materia de higiene, sino mi anhelo de superación. Y así se lo comunicó a los demás profesores cuando se reunieron para evaluar las diferentes recompensas, pero se encontró de pronto con que la alumna más esmerada de la clase había protestado por la injusticia, cuando, como me dijo la profesora, la injusticia la cometieron conmigo.
Eran épocas de premios y castigos y aquellas cosas, que hoy parecen ridículas tenían muchísima importancia. No le faltaba razón en lo del estímulo, porque yo, despechada, cesé de inmediato mi actitud conciliadora y volví a conseguir que se me regañara constantemente.
A pesar de estas remembranzas, no logré identificar a mi rival, perdida en la grisura de las compañeras sin relieve. Hasta mi reencuentro con la profesora, sólo guardaba de ese episodio una inexplicable preferencia por las aves de presa sobre los demás volátiles y un soberano desdén por quienes se pasan la vida limpiando.
Pero no por eso me convertí en una delincuente sino que con el paso de los años, y varias estampas después, acabé entrando por el aro, haciéndome, al menos eso espero, una mujer, si no de orden, de relativo provecho.
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