Felipe González
Publicado en La Gaceta de los Negocios, 16 de junio de 2006.
Yo también asistí a la cena de la Federación de Comunidades Judías de España y pude disfrutar del espectáculo que nos ofreció Felipe González Márquez con motivo de su discurso de agradecimiento por el premio Senador Ángel Pulido, otorgado todos los años a una personalidad que se haya destacado por su labor a favor del pueblo judío.
Felipe estuvo sembrado. Los chistes políticos fluían de su boca con un donaire que hizo reír incluso al embajador de Israel, con quien había tenido recientemente –dicen– un rifirrafe durante un Seminario en Sevilla y sólo faltaba que, detrás, se irguiera la consabida pared de ladrillos con la que aparecen en escena los grandes cómicos.
González se merecía ese premio, indudablemente, pues aunque cumplía con su deber –él mismo lo dijo– fue quien, hace ahora veinte años, estableció las relaciones diplomáticas entre España e Israel por primera vez desde la creación de este último país como Estado, poniendo fin a la política de exclusión franquista que se había prolongado durante demasiado tiempo.
Este dato no pareció afectar al imaginario progre, que siguió teniendo en el terrorismo palestino uno de sus iconos más rentables junto al Ché Guevara y las palomitas de maíz, pues las razones que elevan ciertas cosas a la categoría de merchandising son imprevisibles.
Hay ahí un público que podríamos casi calificar de cautivo, con gran poder adquisitivo y que nunca falla. Es una de las prerrogativas del mundo libre: nunca faltan embelecos alternativos que plasmar en una camiseta o en un pañuelo.
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