"Los ojos de Liduvina se abrieron. Empezaba a comprender las causas de sus increíbles enfermedades y se sometía, admitía de antemano esta misión que el Redentor la llamaba a cumplir; ¿pero cómo proceder?
" - Cumpliendo las prescripciones que os he enumerado, respondió el sacerdote, meditando sin cesar en la Pasión de Cristo. Es preciso que no os desesperéis y porque no acertéis a la primera, salgáis de vos misma, ni renunciéis a un ejercicio que os llevará certeramente, cuando os hayáis acostumbrado a él, a perder vuestra propia huella para seguir la del Esposo.
"No penséis tampoco que vuestro suplicio es más largo, más agudo que el de la Cruz, que fue relativamente corto, ni que, en definitiva, muchos mártires han padecido sufrimientos más bárbaros y prolongados que Nuestro Señor, cuando les apalearon, quemaron y descuartizaron con peines de hierro, cuando les pusieron cascos candentes en la cabeza, les frieron en aceite, les aserraron por la mitad, les trituraron lentamente, porque será completamente falso: ningún tormento puede compararse al de Jesús.
"Pensad en el preludio de la Pasión, en el huerto de Getsemaní, en aquel inexpresable momento en que, al no poder impedir que le torturaran en cuerpo y alma, el Verbo se detuvo, dejó, en cierto modo, en suspenso su divinidad, se despojó lealmente de su facultad de ser insensible, para rebajarse mejor al nivel de su criatura y a su manera de sufrir. En una palabra, durante el drama del Calvario, prevaleció la humanidad en el Hombre-Dios, y eso fue terrible. Cuando se sintió de pronto tan débil y entrevió el horrible fardo de iniquidades que tenía que sobrellevar, tembló y cayó de bruces.
"Las tinieblas de la noche se abrían, envolvían en sus enormes mantos, como un marco de sombra, unos cuadros iluminados por fulgores ignotos. Sobre un fondo de claridades amenazadoras, desfilaban los siglos, uno a uno, llevando por delante las idolatrías y los incestos, los sacrilegios y los crímenes, todos los antiguos desmanes perpetrados desde la caída del primer hombre, ¡y eran saludados, aclamados al pasar por los hurras de los ángeles malvados! Jesús, anonadado, bajó los ojos, cuando los volvió a levantar, los fantasmas de las generaciones desaparecidas se habían desvanecido, pero las depravaciones de esa Judea que él evangelizaba bullían exasperadas ante Él. Vio a Judas, vio a Caifás, vio a Pilato, vio a San Pedro; vio a los horrendos brutos que iban a escupirle a la cara y a ceñir su frente con punzadas de sangre. La Cruz se alzaba, pavorosa, sobre los cielos trastornados y se oían los gemidos de los Limbos. Jesús se puso en pie; pero, mareado, vaciló y buscó un brazo sobre el que sostenerse, un apoyo. Estaba solo.
"Entonces se arrastró hasta sus discípulos que dormían en la noche apacible, a lo lejos, y les despertó. Ellos le miraron, alucinados y temerosos, preguntándose si aquel hombre, de gestos incoherentes y atemorizados ojos, era el mismo Jesús que se había transfigurado ante ellos en el Tabor, con un rostro encendido y ropajes de nieve. El Señor debió sonreír de lástima; sólo les reprochó que no hubieran podido velar, y, después de haber vuelto dos veces junto a ellos, se retiró para agonizar, sin nadie, en su pobre rincón.
"Se arrodilló para rezar, pero ahora, ya no se trataba del pasado ni del presente, se trataba del porvenir que avanzaba, aún más temible; los siglos futuros se sucedían, mostrando territorios cambiantes, ciudades que se transformaban en otras; incluso los mares se habían deformado y los continentes ya no se parecían. Sólo, bajo distintas vestiduras, los hombres permanecían idénticos, seguían robando y asesinando, persistían en crucificar a su Salvador para satisfacer sus deseos de lujuria y su pasión de lucro; en los variados decorados de las edades el Becerro de Oro se erguía, inmutable, y reinaba. Entonces, ebrio de dolor, Jesús sudó sangre y gritó: Padre, si es posible, apartad de mí este cáliz; luego, añadió, resignado, ¡pero cúmplase vuestra voluntad y no la mía!
"Ya veis, hija mía, que estos tormentos preliminares sobrepasan todo lo que vuestra imaginación pueda concebir; fueron tan intensos que la naturaleza humana de Cristo se hubiera roto y no habría llegado vivo al Gólgota si los ángeles no le hubieran consolado, y, sin embargo, no había alcanzado el paroxismo de sus sufrimientos; sólo se produjo en la Cruz; su suplicio físico fue sin duda horroroso, ¡pero cuán indoloro parece si se le compara con el otro! porque en la cruz, le asediaron todas las inmundicias juntas de los tiempos: las gemonías del pasado, del presente, del porvenir se fundieron y se concentraron en una especie de esencia corrosiva e innoble, y lo inundaron; fue algo así como un albañal de los corazones, una peste de las almas que cayeron sobre el madero para infectarlo. ¡Ah, ese cáliz que había consentido apurar, emponzoñaba el aire! Los ángeles, que habían asistido al Señor en el Huerto de los Olivos, ya no intervenían; lloraban, aterrados, ante esa muerte abominable de un Dios; el sol había huido, la tierra crujía de espanto, las rocas aterradas estaban a punto de abrirse. Entonces Jesús lanzó un grito desgarrador: Padre, ¿por qué me has abandonado?
"Y murió.
J-K.Huysmans, Santa Liduvina de Schiedam, Capítulo IV, pp. 112-115 Traducción de Julia Escobar, Colección Empero, Ediciones Cinca, Madrid, 2017
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